Ideas

La cartilla moral de Alfonso Reyes

Partiendo de la base de que Don Alfonso Reyes es uno de los más sólidos puntales de la cultura mexicana, no cabe aquí entrar en mayores explicaciones generales sobre su obra y su vida.
Sin embargo, tengo la sensación de que en la realidad es menos conocido de lo que la mayoría de los mexicanos hacemos creer.

Pero lo que sí conviene decir ahora es que la Cartilla moral representa un garbanzo de a libra en el conjunto de toda la obra, pues resulta ser de una condición muy diferente.

Por otra parte, casi me atrevería a decir que de no ser su autor un hombre que se ganó tanto prestigio, este trabajo tal vez no merecería tanta atención. Mas, precisamente por ser quien es el firmante, resulta lógico que siga llamando la atención, a pesar de haberse escrito en un momento y para un fin muy determinados y puntuales; es decir, para unos lectores muy diferentes de los destinatarios habituales de lo que produce una institución tan importante y de tan alta calidad académica como El Colegio Nacional. Como ustedes saben, en ella se congrega la verdadera mantequilla del saber mexicano; se trata de una Casa, por decirlo así, en la que “el más chimuelo masca tuercas”.

Pero también es cierto que, a pesar de la sencillez —digámoslo así— de los lectores a los que iba dirigido originalmente: recién alfabetizados o incluso en vías de hacerlo, precisamente porque todo texto, además de lo que dice explícitamente, también constituye una ventana precisamente a la naturaleza de su autor, dada la importancia de éste, también resulta atractivo para todos cuantos lo aprecian o están interesados en él.

Digo esto para solidarizarme con el hecho ya consumado de que un académico de la enorme talla de Garciadiego se haya dedicado con tanto ahínco a preparar una edición de la colección “Opúsculos” de El Colegio Nacional, como si se tratara de una obra de la mayor envergadura.

Sin pretender considerar que el volumen de un texto determine su importancia, quiero señalar que, de las 164 páginas de este libro, apenas 50 las cubre lo que escribió don Alfonso; menos de 40, al final, una serie de 26 “cartas y otros documentos” relacionados con él y casi 20 dedicadas mayormente a fotografías de carátulas de diferentes ediciones de la Cartilla moral, desde la de 1952 hasta la que está fechada a fines de 2018.

¿A qué viene pues el valor de este libro que, en 2019, vuelve a ser editado, habiendo tanto por editar

No he dicho nada todavía de muchas páginas: de la 9 a la 65. Se trata de “prólogo” que se debe a la pluma de mi querido amigo Javier. En realidad es un estudio minucioso, acucioso y sabroso, al que, por fortuna también le han puesto el título de “La Cartilla moral: vicisitudes editoriales y posibilidades políticas”. 

Fácil es adivinar que esto es lo que le da al volumen un extraordinario valor y una gran razón de ser.

El texto de Javier no solo narra las vicisitudes de lo que escribió Alfonso Reyes, sino que, como verdadero historiador que es, al relacionarlas adecuadamente con el entorno social acaba convirtiéndose en un jugoso y muy interesante capítulo de la historiografía cultural mexicana, Historia al fin y al cabo, de las medianías del siglo XX.

Desde el “fallido alumbramiento”, en 1944, del texto que fue, conviene decirlo, solicitado por José Luís Martínez, nuestro paisano, siguiendo instrucciones de su jefe de entonces el secretario de Educación Pública Jaime Torres Bodet, para adjuntarse a una cartilla para enseñar a leer, estableciendo, esto es importante “un mínimo de principios morales que ayuden a cambiar la forma de vida de nuestras clases bajas”.

Una de las críticas que se le hicieron y se le han hecho al texto, y que causó resquemor a muchos defensores a ultranza de la educación laica, fue precisamente esto de “principios morales”. Supongo que Torres Bodet y también el propio Reyes lo entendieron en su acepción original, según lo asienta Reyes en su prefacio; “Dentro del cuadro de la moral, [se]abarcan nociones de sociología, antropología, política o educación cívica, higiene y urbanidad”.

Pero fue el caso de que muchos le encontraron un fuerte hedor a sotana. Arriesgo, nomás por metiche, la posibilidad de que la palabra “cívica” hubiera sido mejor vista que “moral” o no hubiera provocado muchos resquemores.

El caso es que la dicha Cartilla no se publicó hasta 1952, en una edición casi de autor al parecer de 200 ejemplares… No sigo los avatares de esta obra, que es precisamente lo que narra, analiza y explica Garcíadiego en su espléndido estudio hasta lo que él subtitula el “inimaginable destino” con lo que hubiera concluido su ensayo, de no ser porque el 13 de enero de este mismo año 2019, el presidente de la República hizo entrega de una nueva edición de la Cartilla… para distribuirse masiva y gratuitamente. Esta se basó en la edición que preparó en 1992, José Luís Martínez, pero el SNTE impidió que se distribuyera…

Cabe reconocer que, en aras de la sencillez, Alfonso Reyes simplificó muchos conceptos y los manejó sin tomar en cuenta su relatividad, tal es el caso de “bueno” y “malo”, entre otros y, en efecto, a ratos una lectura superficial puede producirle una sensación de catecismo, lo mismo el uso de la “cristianismo” para referirse en cierta medida  a nuestra civilización, pero la cuidadosa lectura permite darse cuenta de que no merece algunos  calificativos que se le endilgaron.

Tal vez por ello, hubo quien se permitió retocar el texto y quitarle cosas que pudieran sustentar tales acusaciones de beatería, pero también hubo quien, por el contrario, le metió mano para darle más carácter religioso y llevar así rica agua alfonsina a su molino.

En consecuencia, sin ánimo de hacerle la competencia al señor presidente, yo me permito sugerir que se prefiera la versión del Colegio Nacional de la Cartilla… que, además, dispone del espléndido estudio del gran historiador Javier Garcíadiego.

Temas

  • El Colegio Nacional
  • Cartilla moral
  • Tapatío
Sigue navegando