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El terror de las desapariciones

No es posible acostumbrarnos a que las desapariciones y los homicidios nos den los buenos días. No podemos ser indiferentes incluso quienes a diario comunicamos información de toda índole. Luego de casi un mes de búsqueda las familias Márquez Pichardo y Vargas Montoya recibieron la notificación de que Viviana y Daniela, así como su prima Irma Paola, fueron encontradas. Le tomó a las autoridades tres semanas identificar el carro en el que viajaban junto a José Melesio Gutiérrez Padilla. Con la unidad también se identificaron otros autos y otros cuerpos abandonados en la finca Rancho de la Presa Vieja en la comunidad El Cuidado, en Tepetongo, Zacatecas.

El fin de semana fue de luto, de homenajes y funerales para las hijas de Colotlán asesinadas en Zacatecas. Sin embargo, las imágenes que pudimos apreciar no sólo eran del dolor de una o dos o tres familias, eran comunidades enteras que salieron a las calles en el traslado de los cuerpos desde el Estado vecino; de peregrinar al deportivo donde fueron veladas las jóvenes; de arropar a los dolientes los conocieran o no, unidos con la indignación de su pérdida. Pero cuando los funerales terminan, la música se acaba y la gente se retira vuelve la soledad y el inicio del duelo antes de otra travesía en la búsqueda de respuestas, de responsables y de justicia.

El homicidio se suma a otros más con un formato conocido: un grupo de jóvenes, a veces pertenecientes a una misma familia, sustraídos y encontrados sin vida. Los móviles y los responsables pueden ser distintos, pero la impunidad es la misma. No es posible recordar año tras año los aniversarios luctuosos de los desaparecidos, como en el homicidio de los hermanos González Moreno (mayo 2021) que conmocionó al Estado y al país.

Y el fenómeno sucede en todas partes, recordemos que hace un año, el 12 de febrero, seis jóvenes fueron secuestrados por un comando al salir de un bar en Zacatecas, uno de ellos logró escapar y denunció los hechos; al día siguiente se identificaron los cuerpos de cuatro de los cinco desaparecidos, con huellas de tortura. La quinta joven fue encontrada días después, también sin vida, tras el cateo de una finca. Dos mujeres fueron detenidas bajo el delito de extorsión, aparentemente vinculadas al secuestro.

Con mayor suerte corrió la familia Villaseñor Romo, secuestrada en abril pasado en Acatic, Jalisco, y que más tarde fue liberada con vida. De este caso hubo policías detenidos por presunta complicidad. Pero casos como éste, menos mediáticos e igualmente importantes, suceden a diario, y se pierden entre las decenas de fichas de desaparición que se archivan.

En México cerca de 110 mil personas han sido denunciadas como desaparecidas al cierre de 2022, de ésas, 15 mil corresponden al Estado, posicionándolo a la cabeza en una estadística negra. Si consideramos que en 2015 el total de desaparecidos en territorio nacional era de casi 27 mil los focos no son rojos sino lo que le sigue.

En diciembre pasado desaparecieron 17 personas en el municipio de Colotlán y las familias siguen sin respuesta. ¿Es necesario mediatizar cada desaparición para que sea visible y escale en la urgencia para localizar a las víctimas? Cada ausencia debería tener la misma importancia, porque cada ausente le duele igual a su familia.

El conflicto entre los grupos delictivos de Jalisco y Zacatecas convierten la Carretera Federal 23, en el tramo Jerez-Colotlán entre ambas entidades, en una frontera de nadie, donde los falsos retenes con sujetos armados en uniformes tácticos amedrentan a los viajeros y a los residentes y ya suman 12 desaparecidos en los últimos dos meses. ¿Quién puede estar seguro en nuestras calles y nuestras carreteras? ¿Cómo vigilar la seguridad en ranchos y comunidades rurales? Lo peor de todo llega cuando cada comunidad comienza a normalizar la inseguridad y la violencia.

Las desapariciones tienen el rostro del crimen organizado, me queda claro, y en ocasiones sólo por generar terror. En una era donde la red de videovigilancia tiene mayor alcance y las comunidades cierran filas para su seguridad con “Vecinos unidos”, se necesitan estrategias para darle la vuelta a los números negros. ¿Será que las respuestas lleguen antes de que sigamos en el ojo internacional por un fenómeno que mantiene roto el tejido social en México?

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