El Senado, de los ancianos de Roma a los empellones mexicanos
El Senado surge en la Antigua Roma, la palabra «senatus» proviene de «senex», que significa anciano. El Senado estuvo integrado en Roma por los patricios de edad avanzada que con su experiencia y conocimientos aconsejaban y avalaban las decisiones de la autoridad romana en turno.
El Senado en nuestro país nace en el México independiente; la Constitución de 1824 reguló un Congreso bicameral, la Cámara de Diputados representaba directamente a los ciudadanos y la Cámara de Senadores representaba a las entidades federativas; sin embargo, entre 1824 y 1917 el Senado no estuvo exento de contrariedades, desapareciendo, regresando a la escena nacional y consolidándose en la Constitución de 1917, donde se le reconoció como Cámara revisora de los procesos legislativos, representación de los estados, y se le otorgaron facultades como la ratificación de nombramientos, la aprobación de tratados internacionales y juicios políticos.
Durante décadas el Senado mexicano fue dominado por la hegemonía de un solo partido político, sin embargo, a finales del siglo pasado la alternancia permitió que retomara su papel de contrapeso en la vida política de nuestro país.
Tanto la Cámara de Diputados como la Cámara de Senadores son el lugar del debate de las ideas, los ciudadanos no esperamos que opinen igual, pero sí que el diálogo se dé en un ambiente de respeto, porque no son ellos en lo individual quienes están ahí, sino que representan a los cientos de miles de personas que votaron por ellos, por tanto, aunque unos y otros no merezcan un trato amable en algún momento, deben comportarse a la altura del lugar en el que se encuentran y dirigirse a los demás de manera adecuada, evitando en todo momento las faltas de respeto, los insultos y los golpes. Los mexicanos queremos estar en los titulares de la prensa internacional por la aprobación de leyes justas, que promuevan el desarrollo de nuestro país, no porque en la tribuna se gritaron, se empujaron y llegaron a los golpes.
En los tiempos que corren necesitamos un Senado fuerte, capaz de ser equilibrio en el régimen federal y no convertirse en repetidor de la voluntad presidencial; en lugar de estar preocupados por a quién golpear, los Senadores deberían estar preocupados por defender la República, los estados y la Constitución, no lo han hecho en los últimos tiempos, valdría la pena que repensaran su responsabilidad, pues, sin duda el destino de nuestro país está también en sus manos.