¿Democracia o populismo? José Fernández Santillán
En la presentación de su libro más reciente, Política, democracia y populismo, el pasado miércoles 2 de julio en El Colegio de Jalisco, José Fernández Santillán (Ciudad de México, 1953) dio una verdadera cátedra de teoría política democrática.
La democracia, sostuvo, no es “el gobierno de la mayoría” sino “el gobierno de la mayoría que respeta la minoría”. En vez de avasallar a las minorías, establece consensos con ellas en sus decisiones. El gobierno democrático busca la conciliación, se basa en la racionalidad, es siempre incluyente y su sujeto principal es el ciudadano particular, independiente y crítico.
Encarnados hoy por Podemos, UK Independence Party, Alternative für Deutschland, Marine Le Pen, Orbán, Putin, Duterte o Trump, el populismo es la forma de gobierno opuesta a la democracia y, por ende, su mayor amenaza. El populismo, dijo Fernández, es conflictivo; busca siempre enemigos, internos o externos. Es emocional; se basa, no en razones y argumentos, sino en mantener a la gente en estado de alarma, miedo e ira. Y es excluyente por naturaleza, pues no tolera al otro, al que considera un enemigo, una parte del antipueblo. El populismo no cree en ciudadanos libres, pensantes y autónomos. Cree en un solo pueblo monolítico, pasivo y homogéneo.
En México, en contra de lo que sostienen algunos, dijo Fernández, sí se habló intensamente de populismo al menos desde los años setenta. Prueba de ello es el ya clásico La formación del poder político en México, de Arnaldo Córdova, o Autoritarismo, fascismo y populismo nacional, de Gino Germani, muy leído en nuestro medio. En México, pues, sí se estudió el populismo clásico, no sólo la transición democrática. Lo que pasa, continuó Fernández, es que un pequeño grupo de teóricos se ha apropiado del término populismo (a menudo para defenderlo con sofismas).
Partidarios teóricos del populismo como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, cuyo referente intelectual es, nada menos, el jurista nazi Carl Schmitt, alientan la destrucción de la democracia liberal constitucional para concentrar todo el poder en una base “social” y construir un régimen “diferente”. De igual manera, el líder populista se autonombra “democrático”, y nunca confiesa buscar erigir un régimen autoritario sino una democracia “diferente”, “verdadera” y “popular”.
Pero la democracia auténtica, insistió Fernández, es la democracia constitucional, en la cual la ley —y no el pueblo— es soberana. El vínculo entre fascismo y populismo, podemos colegir de las palabras de Fernández, es inextricable. Ése es el reto al que hoy nos enfrentamos. Por ello, hacia el final de su intervención, Fernández hizo un llamado a la acción cívica, el pensamiento independiente y la defensa intelectual de la democracia:
“La lucha por la democracia es una lucha política pero también ideológica. Entonces, lo que nos queda es las ideas, porque las ideas tienen consecuencias prácticas (…) Hay que hacer una labor de educación cívica para crear ciudadanía (…) Podemos hacer una labor de grano de arena: difundir a estos autores y, sobre todo, pensar. No hacer militancia de sofá sino activarnos. Porque como decía Rousseau: apenas el individuo deja de participar, la democracia muere.”
Estas ideas las aprendió de su maestro, el filósofo político neoilustrado Norberto Bobbio (1909-2004), con quien Fernández estudió a principios de los ochenta en Turín. La virtud capital de Bobbio, dijo el autor de El despertar de la sociedad civil, tanto en sus obras académicas como en sus intervenciones públicas, fue su amplísimo conocimiento de los clásicos de la filosofía política occidental: Platón, Aristóteles, Polibio, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Kant, entre otros. Conocer a los clásicos “es un arma muy poderosa”: allí radica la fuerza teórica de los exponentes de la Escuela de Turín, que sigue extendiendo sólidas ramas en México (pienso, por ejemplo, en la joven y brillante académica de la UNAM, Guadalupe Salmorán).
La democracia constitucional no morirá mientras haya individuos valerosos dispuestos a defenderla. En una época de polarización e intolerancia, nuestro mejor recurso es “la fuerza de la razón” y el sapere aude kantiano. Nos queda también, y para fortuna nuestra, la luz que arrojan maestros como José Fernández Santillán: filósofo político, ciudadano democrático, defensor de la libertad.