¿A qué nos enfrentamos?
Estuvo sentado un par de horas esperando ser atendido en el área de urgencias de la clínica 110 del IMSS; un paciente que llegó al lugar con “sintomatología sospechosa” empezó a tener dificultad respiratoria hasta que se desmayó, fue entonces que varios doctores se acercaron, lo colocaron en una camilla, lo canalizaron, le tomaron muestras de sangre. Nadie pudo hablar con él excepto la persona responsable de recibir a los pacientes que acuden al servicio de urgencias, en un primer filtro conocido como “triage”, que no es más que un método para clasificar pacientes para decidir el nivel de prioridad en la atención.
Tres horas después del desmayo el paciente murió, ocurrió el pasado viernes. Se supo que entre los documentos que portaba estaba una prueba positiva al COVID-19 practicada en un hospital privado. Durante esa complicada jornada, uno de los mandos superiores del hospital afirmó con discreción lo que nadie quería escuchar: “Tenemos el primer deceso por esto”.
Los resultados de la muestra de sangre estarían listos tres días después, es decir ayer lunes.
El caso revela una vez más la deficiencia de los servicios de salud administrados por instancias federales que hasta la aparición de la pandemia destacaban por la escasez de insumos y saturación en todos los sentidos. Después del COVID-19, en esos hospitales se están construyendo los escenarios más crueles e indignos, no solo para los posibles portadores del virus, sino para todo el personal médico y las decenas de pasantes que deben enfrentar sin equipo ni condiciones lo que está por venir.
¿Cuántas personas estuvieron en contacto con el paciente desde que llegó al edificio? ¿Por qué no fue detectado en triage como un caso sospechoso por los síntomas respiratorios que presentaba? La clínica tiene nueve pisos, cada uno con 100 pacientes, los becarios sirven en por lo menos tres pisos con batas que no son desechables, convirtiéndose en un vector que contamina. El servicio de agua es intermitente, en algunos pisos hay fugas, se hacen charcos, vienen las caídas, “algo normal”, dicen. A veces no hay jabón, otras papel o gel anti-bacterial, no existe un lugar en donde todo se encuentre funcionando bien, en sincronía.
Además, los residentes que pasan alrededor de 130 horas a la semana en la clínica descansan en colchones que parecen rescatados del basurero, los futuros médicos dicen que el personal tiene miedo, nadie confía en el filtro de triage, fundamental para determinar la atención del derechohabiente. Este fin de semana se incrementaron los casos de pacientes con problemas respiratorios con diagnósticos ambiguos: “Neumonía por virus sin identificar” o “neumonía viral”. Así se enfrenta al COVID-19 en ese lugar y, ¿en cuántos más?
(puntociego@mail.com)