Suplementos
Villa de Órnelas
Grandes casonas guardan interesante historias, más allá de lo bello de sus alrededores
GUADALAJARA, JALISCO (03/JUN/2012).- Al oriente del río Verde, cerca del Charco Largo, se encuentra la bizarra Villa de Órnelas. De La Haciendita regresé al entronque de la brecha y viré a la derecha, rumbo Este, y al salir de un recodo un sabinar me anunció que en breve vería el vibrante río Verde, me bajé del coche al llegar al puente para admirarlo, un apacible espejo de agua, delimitado por sabinas, que se acariciaban y reflejaban su belleza en el suave deslizamiento del río, con ritmo sigiloso, embellecido por las sabinas, correr que humedece sus raíces, por su solidaria compañía, compañía de vida, coexistencia armoniosa, siempre un vivir, dúo que maravilla. Contrastantes las sabinas, con ramas desnudas y ramas con follaje naciente, contrate atractivo. Me senté un rato para percibir aquel hermoso paraje. Pasando el puente vi el rancho El Pedregoso, con sus tractores y rastras, listos para mover y remover los terrones. El rancho fue referido por Manuel López Cotilla en 1843, también las haciendas de Teocaltiche: las Juntas, Ajojúcar, San Andrés, Ostotán, Álamo y Acaspoluca. A unos potreros me encontré ante una bifurcación, seguí el sendero de la derecha, que lleva a la cautivadora hacienda llamada “Las Juntas”, por juntarse en sus tierras el río Verde, Halconero y Encarnación.
Nicolás de Anda Sánchez nos platica: “La Hacienda San Isidro de las Juntas, encontramos que el primer propietario de ella, en 1652, fue don José de Anda Altamirano, la vendió en 1696 al capitán Francisco de Faría Telles, fue embargado en 1707 y en 1708 la adquirió en remate el capitán Cristóbal Jiménez de Cañas, heredó a su hija doña Agapita Leocadia, casó con el capitán Antonio de Parga Ulloa, quien enviudó y vendió en 1730 a Juan de Lattodi Echenique. En 1748 Pedro de la Mazuca Ahedo la compró, al morir en 1759, la heredó a su viuda María González Hermosillo y a su hijo José Manuel, en 1790 seguía siendo de él. A principios del presente siglo (1900) el dueño era Celio Ramírez Jiménez”. Y contaba 594 hectáreas, que también tenía el Molino de la Concepción con 521. La hacienda colonial atesora expresivas construcciones, la troja, de planta rectangular, un tanto larga, de cuatro tramos marcados por gruesos contrafuertes, presume de insólitos arbotantes, que brindan belleza y refuerzo a los muros, para sostener una bóveda de cañón. Casi enfrente de la troja se localiza la casa grande, también de planta rectangular, con un largo y espléndido portal, delimitado y soportado por 12 arcos en medio punto, con capiteles dóricos y columnas cuadradas. Al costado derecho de la casona se encuentra la hermosa capilla, de cuatro tramos, con ventanas verticales entre los contrafuertes. La bonita puerta es arqueada y el campanario se levantó del lado izquierdo, quedando inconcluso. En su interior posa el santo patrono, San Isidro Labrador. Se cuenta que por el campanario aparece un religioso con su hábito y descabezado, quien sabe de un tesoro y que por no haber revelado su ubicación en vida, fue decapitado, eran tiempos de la Revolución.
Regresé a los dos senderos, para seguir camino a Órnelas, y a un corto trecho, fabulosos muebles de mezquite me indicaron que estaba en la Villa, burdas y pesadas bancas, y banquillos de tres patas. Enseguida de la carpintería, aprecié varias atractivas fincas de gruesos adobes, vanos verticales y enmarcados, algunos arqueados, el nivel de sus techumbres delatados por largas gárgolas y, arriba, cornisas sobrias. Unas banquetas de lajas y otras con preciosas bancas de madera. Las puertas de los zaguanes, de dos hojas y las de las ventanas de cuatro. Caminé la calle principal observando las añejas moradas que se asoman con gracia a su romántico camino de fantásticas bancas, no dude en ocupar una de ellas, pero antes compré un jugo en el peculiar abarrotes López, que brinda dos atractivas bancas en su banqueta, una de álamo y otra de mezquite, el comercio lo atiende Darío López Paredes, quien me comentó del elaborado retablo de la capilla de Las Juntas, retablo bañado en oro, y que la hacienda había sido de sus abuelos, Darío López Lozano y Catarina García Romero, de 1940 a 1990. En 1822, Victoriano Roa citó a la Villa, como Villita de Órnelas.
Nicolás de Anda Sánchez nos platica: “La Hacienda San Isidro de las Juntas, encontramos que el primer propietario de ella, en 1652, fue don José de Anda Altamirano, la vendió en 1696 al capitán Francisco de Faría Telles, fue embargado en 1707 y en 1708 la adquirió en remate el capitán Cristóbal Jiménez de Cañas, heredó a su hija doña Agapita Leocadia, casó con el capitán Antonio de Parga Ulloa, quien enviudó y vendió en 1730 a Juan de Lattodi Echenique. En 1748 Pedro de la Mazuca Ahedo la compró, al morir en 1759, la heredó a su viuda María González Hermosillo y a su hijo José Manuel, en 1790 seguía siendo de él. A principios del presente siglo (1900) el dueño era Celio Ramírez Jiménez”. Y contaba 594 hectáreas, que también tenía el Molino de la Concepción con 521. La hacienda colonial atesora expresivas construcciones, la troja, de planta rectangular, un tanto larga, de cuatro tramos marcados por gruesos contrafuertes, presume de insólitos arbotantes, que brindan belleza y refuerzo a los muros, para sostener una bóveda de cañón. Casi enfrente de la troja se localiza la casa grande, también de planta rectangular, con un largo y espléndido portal, delimitado y soportado por 12 arcos en medio punto, con capiteles dóricos y columnas cuadradas. Al costado derecho de la casona se encuentra la hermosa capilla, de cuatro tramos, con ventanas verticales entre los contrafuertes. La bonita puerta es arqueada y el campanario se levantó del lado izquierdo, quedando inconcluso. En su interior posa el santo patrono, San Isidro Labrador. Se cuenta que por el campanario aparece un religioso con su hábito y descabezado, quien sabe de un tesoro y que por no haber revelado su ubicación en vida, fue decapitado, eran tiempos de la Revolución.
Regresé a los dos senderos, para seguir camino a Órnelas, y a un corto trecho, fabulosos muebles de mezquite me indicaron que estaba en la Villa, burdas y pesadas bancas, y banquillos de tres patas. Enseguida de la carpintería, aprecié varias atractivas fincas de gruesos adobes, vanos verticales y enmarcados, algunos arqueados, el nivel de sus techumbres delatados por largas gárgolas y, arriba, cornisas sobrias. Unas banquetas de lajas y otras con preciosas bancas de madera. Las puertas de los zaguanes, de dos hojas y las de las ventanas de cuatro. Caminé la calle principal observando las añejas moradas que se asoman con gracia a su romántico camino de fantásticas bancas, no dude en ocupar una de ellas, pero antes compré un jugo en el peculiar abarrotes López, que brinda dos atractivas bancas en su banqueta, una de álamo y otra de mezquite, el comercio lo atiende Darío López Paredes, quien me comentó del elaborado retablo de la capilla de Las Juntas, retablo bañado en oro, y que la hacienda había sido de sus abuelos, Darío López Lozano y Catarina García Romero, de 1940 a 1990. En 1822, Victoriano Roa citó a la Villa, como Villita de Órnelas.