Suplementos
Tres sabores de Guadalajara
En esta ciudad cada quien tiene sus lugares favoritos, ésta es la oportunidad de redescubrirlos
GUADALAJARA, JALISCO (03/JUN/2012).- Tengo en la cabeza presente la historia de tres personajes que me compartieron su visión de cuáles son sus lugares de Guadalajara, en donde saborean, disfrutan y viven la ciudad. A través de sus historias yo redescubrí mi ciudad, su sazón y aprendí a trazar rutas en ella.
Hace nueve años me subí en el Distrito Federal a un taxi, su chofer, al saberme Tapatío, me platicó su forma de recorrer Guadalajara año con año en su viaje de vacaciones.
Con lujo de detalle me informó de la ruta precisa para llegar desde la capital del país hasta el Mercado de San Juan de Dios, con unas laberínticas referencias me decía dónde se compraba la mejor fruta, los cacahuates, las cañas, las tortas, la mejor birria del mercado y demás. De ahí, con su bocho ya cargado, su plan perfecto era dirigirse hacia el bosque La Primavera donde se quedaba acampando una semana completa antes de su regreso a la capital.
La siguiente historia es reciente, durante el Festival Internacional de Cine de Guadalajara tuve la oportunidad de conocer a una chef de San Miguel de Allende, ella se dedicaba al catering en filmaciones y pese al ajetreo característico del Festival me comentó que por ningún motivo dejaría de darse el tiempo para los encargos puntuales de su familia, lista que incluía panelas curtidas, semas, chiles de árbol, birotes salados, miel de agave y muchas cosas más. Cuando le pregunté que dónde pensaba comprar cada cosa, la respuesta fue clara y firme: “¡En el Mercado Corona!”.
Y por último, hace tiempo que conozco y escucho las historias de don Enrique, un tapatío modelo 40 que le encanta platicar de las mejores cosas de la vida y de su ciudad. De él escuché aquello de que no había nada como la carne tártara que se preparaba en el Círculo Francés, por cierto lugar legendario y lleno de recuerdos, bailes, comidas y fiestas para muchas generaciones de tapatíos. Por él también llegué a ir a la Nevería Unión una semana antes de que la cerraran, a probar su clásico preparado de lima y el pay de manzana o nuez. Redescubrí las milanesas de La Alemana en el centro y mucho, mucho más.
Todos los días sin falta don Enrique inicia su día en el Café D´Val, el barista, las meseras, el cajero, lo saludan por su nombre, basta que lo vean llegar para ir preparando su café de siempre, en la barra su lugar, Alex o Miguel expresan “¿algo más por hoy don Enrique?”, a veces se pide un bísquet, siempre lee el periódico, comenta con los compañeros de silla y sale a fumar su cigarro.
Algo fascinante de su ritmo y costumbres es una lista enmicada que guarda celosamente en la cartera, en ella se encuentran los nombres de 10 cantinas o restaurantes típicos donde cada viernes, sin falta, se junta con sus amigos a comer y brindar. Así él goza su ciudad, sus antojos, sus saludos y sus comidas día a día.
¿Qué pasaría si usted asumiera el papel de cualquiera de estos tres personajes? Imagínese como un turista local, maravillándose de sus pasos ya dados y los que aún le hacen falta dar, o como un cocinero que se aventura a buscar en cada mercado los ingredientes de las recetas más secretas de su familia, o simplemente como don Enrique, hacer nuestros todos esos sitios donde uno come y se siente como en casa.
Hace nueve años me subí en el Distrito Federal a un taxi, su chofer, al saberme Tapatío, me platicó su forma de recorrer Guadalajara año con año en su viaje de vacaciones.
Con lujo de detalle me informó de la ruta precisa para llegar desde la capital del país hasta el Mercado de San Juan de Dios, con unas laberínticas referencias me decía dónde se compraba la mejor fruta, los cacahuates, las cañas, las tortas, la mejor birria del mercado y demás. De ahí, con su bocho ya cargado, su plan perfecto era dirigirse hacia el bosque La Primavera donde se quedaba acampando una semana completa antes de su regreso a la capital.
La siguiente historia es reciente, durante el Festival Internacional de Cine de Guadalajara tuve la oportunidad de conocer a una chef de San Miguel de Allende, ella se dedicaba al catering en filmaciones y pese al ajetreo característico del Festival me comentó que por ningún motivo dejaría de darse el tiempo para los encargos puntuales de su familia, lista que incluía panelas curtidas, semas, chiles de árbol, birotes salados, miel de agave y muchas cosas más. Cuando le pregunté que dónde pensaba comprar cada cosa, la respuesta fue clara y firme: “¡En el Mercado Corona!”.
Y por último, hace tiempo que conozco y escucho las historias de don Enrique, un tapatío modelo 40 que le encanta platicar de las mejores cosas de la vida y de su ciudad. De él escuché aquello de que no había nada como la carne tártara que se preparaba en el Círculo Francés, por cierto lugar legendario y lleno de recuerdos, bailes, comidas y fiestas para muchas generaciones de tapatíos. Por él también llegué a ir a la Nevería Unión una semana antes de que la cerraran, a probar su clásico preparado de lima y el pay de manzana o nuez. Redescubrí las milanesas de La Alemana en el centro y mucho, mucho más.
Todos los días sin falta don Enrique inicia su día en el Café D´Val, el barista, las meseras, el cajero, lo saludan por su nombre, basta que lo vean llegar para ir preparando su café de siempre, en la barra su lugar, Alex o Miguel expresan “¿algo más por hoy don Enrique?”, a veces se pide un bísquet, siempre lee el periódico, comenta con los compañeros de silla y sale a fumar su cigarro.
Algo fascinante de su ritmo y costumbres es una lista enmicada que guarda celosamente en la cartera, en ella se encuentran los nombres de 10 cantinas o restaurantes típicos donde cada viernes, sin falta, se junta con sus amigos a comer y brindar. Así él goza su ciudad, sus antojos, sus saludos y sus comidas día a día.
¿Qué pasaría si usted asumiera el papel de cualquiera de estos tres personajes? Imagínese como un turista local, maravillándose de sus pasos ya dados y los que aún le hacen falta dar, o como un cocinero que se aventura a buscar en cada mercado los ingredientes de las recetas más secretas de su familia, o simplemente como don Enrique, hacer nuestros todos esos sitios donde uno come y se siente como en casa.