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Te Invito a mi boda
Una de las páginas más hermosas del Santo Evangelio es aquella que nos presenta a Jesús cuando es invitado a una fiesta de Boda
Una de las páginas más hermosas del Santo Evangelio es aquella que nos presenta a Jesús cuando es invitado a una fiesta de Boda.
Si leemos detenidamente la página escrita por san Juan en el capítulo 2, nos vamos a dar cuenta de que se trata de una fiesta especial, pero muy semejante a las que celebramos actualmente, cuando se presenta la ocasión de celebrar un matrimonio.
Los invitados se reúnen en el lugar indicado para compartir, para comer y beber, para desear a los nuevos esposos que toda la ventura, la dicha y la felicidad les acompañen durante toda la vida…
¿Y tú, invitaste a Jesús y a María a tu boda?
Lo importante es descubrir el aspecto simbólico del relato. Porque la boda no es para un día, es el comienzo de un camino que debe perdurar a costa de los inevitables acontecimientos o problemas que la vida presente.
Casarse es emprender un camino de vida, y esto es mucho más importante que adquirir una propiedad, que conseguir un empleo o lograr un título. El matrimonio es mucho más, ya que toca la vida misma. Y si es así ¿por qué vemos tantas vidas rotas deambulando por allí?
La clave está en invitar a Jesús y a su Madre santísima a nuestra fiesta, y a poner en sus manos toda la vida para que lo que se inicia en este día proceda en la mejor forma, tenga buen éxito y no se acabe nunca.
La fiesta de boda no es de un día, debe prolongarse a través de los años y hacer crecer el amor, y no solamente en los aniversarios solemnes, de Bodas de Plata, de Oro o de otra celebración…
Cuando vemos matrimonios que llegan al altar de Dios a celebrar y dar gracias por sus 50 ó 60 años de vida matrimonial, es un buen momento para reflexionar que aquello no se ha dado por arte de magia, fue un día tras otro, en que se ataron los nudos del primer día…
Es lamentable ver juventudes que ya no le encuentran sentido a la Boda, al matrimonio, a la unión de vida en pareja.
Es lamentable que quieran improvisar algo tan importante y de tanta trascendencia; que se tome a la ligera como si la persona fuera un producto desechable, y se unen sólo para hacer una prueba de a ver si funciona… Desde estos parámetros ya se van poniendo bases al fracaso.
Cuando vemos cómo las jóvenes generaciones prefieren modelos importados, en los cuales el matrimonio y la familia son algo accidental, tendríamos que preguntarnos seriamente si nosotros, los mayores, no hemos sabido darles unas motivaciones convincentes, o si el ejemplo que han visto el hogar es poco atractivo o definitivamente negativo.
Es cierto que es más fácil seguir por aquello que no implica compromiso, que se toma o se deja según las conveniencias, los gustos o los apetitos del momento.
Pero el ser humano tiene otras condiciones y necesidades, que lo llevan a niveles diferentes tanto en lo personal como en la convivencia. No se puede impunemente romper los esquemas inscritos en lo más profundo del ser, ya que la persona, como ser humano, tiene implicaciones que no son indiferentes.
Las consecuencias ya las tenemos a la vista en una sociedad que va poco a poco desintegrándose, al tiempo que produce personas inestables, rotas en su más profunda esencia.
En el futuro se pondrán en evidencia con mayor claridad, porque todo lo que se siembra es lo que florece, y es también lo que da fruto a su tiempo.
Por eso, desde ahora es muy bueno retomar las motivaciones que nos ayuden a vivir con mayor consistencia, a progresar como seres humanos y a llevar una vida mejor.
Por eso hoy, cada pareja, no importa el tiempo que lleven de casados, puede invitar a Dios nuestro Señor a que viva en su hogar, a que forme parte de su familia y le ayude a mantenerla en forma hermosa, más unida, progresando siempre en el amor y dando ejemplo a los hijos, de que es posible integrar la fe y la vida en un proyecto hermoso y digno que a la larga fructifica en alegría duradera y felicidad verdadera.
María Belén Sánchez fsp
Si leemos detenidamente la página escrita por san Juan en el capítulo 2, nos vamos a dar cuenta de que se trata de una fiesta especial, pero muy semejante a las que celebramos actualmente, cuando se presenta la ocasión de celebrar un matrimonio.
Los invitados se reúnen en el lugar indicado para compartir, para comer y beber, para desear a los nuevos esposos que toda la ventura, la dicha y la felicidad les acompañen durante toda la vida…
¿Y tú, invitaste a Jesús y a María a tu boda?
Lo importante es descubrir el aspecto simbólico del relato. Porque la boda no es para un día, es el comienzo de un camino que debe perdurar a costa de los inevitables acontecimientos o problemas que la vida presente.
Casarse es emprender un camino de vida, y esto es mucho más importante que adquirir una propiedad, que conseguir un empleo o lograr un título. El matrimonio es mucho más, ya que toca la vida misma. Y si es así ¿por qué vemos tantas vidas rotas deambulando por allí?
La clave está en invitar a Jesús y a su Madre santísima a nuestra fiesta, y a poner en sus manos toda la vida para que lo que se inicia en este día proceda en la mejor forma, tenga buen éxito y no se acabe nunca.
La fiesta de boda no es de un día, debe prolongarse a través de los años y hacer crecer el amor, y no solamente en los aniversarios solemnes, de Bodas de Plata, de Oro o de otra celebración…
Cuando vemos matrimonios que llegan al altar de Dios a celebrar y dar gracias por sus 50 ó 60 años de vida matrimonial, es un buen momento para reflexionar que aquello no se ha dado por arte de magia, fue un día tras otro, en que se ataron los nudos del primer día…
Es lamentable ver juventudes que ya no le encuentran sentido a la Boda, al matrimonio, a la unión de vida en pareja.
Es lamentable que quieran improvisar algo tan importante y de tanta trascendencia; que se tome a la ligera como si la persona fuera un producto desechable, y se unen sólo para hacer una prueba de a ver si funciona… Desde estos parámetros ya se van poniendo bases al fracaso.
Cuando vemos cómo las jóvenes generaciones prefieren modelos importados, en los cuales el matrimonio y la familia son algo accidental, tendríamos que preguntarnos seriamente si nosotros, los mayores, no hemos sabido darles unas motivaciones convincentes, o si el ejemplo que han visto el hogar es poco atractivo o definitivamente negativo.
Es cierto que es más fácil seguir por aquello que no implica compromiso, que se toma o se deja según las conveniencias, los gustos o los apetitos del momento.
Pero el ser humano tiene otras condiciones y necesidades, que lo llevan a niveles diferentes tanto en lo personal como en la convivencia. No se puede impunemente romper los esquemas inscritos en lo más profundo del ser, ya que la persona, como ser humano, tiene implicaciones que no son indiferentes.
Las consecuencias ya las tenemos a la vista en una sociedad que va poco a poco desintegrándose, al tiempo que produce personas inestables, rotas en su más profunda esencia.
En el futuro se pondrán en evidencia con mayor claridad, porque todo lo que se siembra es lo que florece, y es también lo que da fruto a su tiempo.
Por eso, desde ahora es muy bueno retomar las motivaciones que nos ayuden a vivir con mayor consistencia, a progresar como seres humanos y a llevar una vida mejor.
Por eso hoy, cada pareja, no importa el tiempo que lleven de casados, puede invitar a Dios nuestro Señor a que viva en su hogar, a que forme parte de su familia y le ayude a mantenerla en forma hermosa, más unida, progresando siempre en el amor y dando ejemplo a los hijos, de que es posible integrar la fe y la vida en un proyecto hermoso y digno que a la larga fructifica en alegría duradera y felicidad verdadera.
María Belén Sánchez fsp