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Playa el Viejo
Al Oeste del Cerro del Vigía, se encuentra esta playa y al este, mira al dinámico Puerto Manzanillo
GUADALAJARA, JALISCO (24/ABR/2016).- Al Oeste del Cerro del Vigía, se encuentra la insólita “Playa el Viejo”. Cerro que al este, mira al dinámico Puerto Manzanillo. Estando en Santiago, Nicolás, Marisol y yo, nos alistamos para conocer una playa. Fuimos al puerto, dejamos el coche en el estacionamiento vecino a la Presidencia y caminamos con dirección al Cerro del Vigía. Después de la Plaza Álvaro Obregón, seguimos por la calle de la iglesia guadalupana, con la virgen en su fachada.
La calle subió un tramo y se desvió a la derecha, nosotros seguimos por un callejón con escaleras, callejón que nos iba mostrando fragmentos del puerto, las escaleras terminaron en una cancha de basquetbol, con una construcción abandonada, había una basa para antena, como que antes fue puesto militar, hoy es conocido como barrio del Vigía, sus moradas con hamacas en sus terrazas y con preciosas vistas a la bahía y unas a la Playa el Viejo, con huertas aledañas.
De la cancha, seguimos una escalera que nos fue brindando parajes de la referida playa, llegamos a una glorieta y el panorama se abrió a más de 180º, regalándonos pintorescas vistas al puerto, a la Bahía Manzanillo y a la Punta Santiago. En el primer plano apreciamos el fabuloso malecón de antaño, el más hermoso que ha tenido México, puesto que curveaba con gracia, de buen ancho, con agua a ambos lados, terminando en un redondel, que presumía de un kiosco, donde se interpretaron románticas melodías, el malecón con bancas y faroles, que animaban a caminarlo al verse las constelaciones. El oleaje de la playa vecina, la Playa Intermedia, lo hacía más vibrante, al igual que sus palmeras.
El 10 de enero de 1900 se emprendieron las obras del rompeolas, desde el Cerro del Vigía Chico, con un malecón, que se evoca con cariño, y sería bueno que se regresara al pueblo. Al centro de la glorieta, posa una bonita escultura, de un vigía, sentado, sosegado, con capucha, observando el puerto.
Del espectacular Mirador del Vigía, regresamos a la cancha y seguimos la escalera que baja a El Viejo, y al llegar a una vereda aledaña, la caminamos, era la vereda de la playa llamada “Piedras Coloradas”. La vereda fue bordeando una barranca, entramos a un túnel de arbustos y luego se escuchó un reventar de olas, después el sendero bajó a una playa con grandes piedras coloradas, que Marisol y Nicolás subieron o treparon para mirar la playa desde allí, playa llena de caracoles y conchas. Del costado derecho, las piedras coloradas, separadas por corto espacio, atrás, una punta rocosa, donde la ola al estrellarse se levantaba como tres metros, luego de la última piedra, la playa recibía fuertes olas, la otra punta con una peña desprendida del cerro. Nos sentamos un rato en la playa y contemplamos la fuerza del oleaje.
Regresamos a la escalera y bajamos a El Viejo, formidable playa con un precioso arco en su punta izquierda, miraba a las bahías hermanas: Manzanillo y Santiago. Chapoteamos en el brusco mar, retador y refrescante a la vez, teníamos que estar atentos a las olas, de lo contrario nos sorprendería su fuerza. Posteriormente tomamos un baño de sol en sus arenas finas. Más tarde llegó un niño, se desprendió de todo, subió a una pequeña piedra, y cuando llegó la ola, brinco con entusiasmo sobre ella, encuentro de fuerzas, de percepciones, el niño estaba feliz de sumergirse y nadar en aquellas aguas.
Más tarde fuimos a “La Cumparsita”, donde nos sorprendió una réplica de unos xoloitcuintles bailando, a mayor escala y con vivos colores, realizando una magnifica comparsa. Nicolás saboreó pulpo de la Bahía de Manzanillo, en una salsa cítrica, aromatizada con chile de árbol y cerrano, con papitas confitadas; Marisol, una picaña con camote frito, puré de papa, jocoque y ensalada; yo, la manzanillense, pasta acompañada de pomodoro, ostiones, mejillones, camarones, pulpo y con finas hierbas.
La calle subió un tramo y se desvió a la derecha, nosotros seguimos por un callejón con escaleras, callejón que nos iba mostrando fragmentos del puerto, las escaleras terminaron en una cancha de basquetbol, con una construcción abandonada, había una basa para antena, como que antes fue puesto militar, hoy es conocido como barrio del Vigía, sus moradas con hamacas en sus terrazas y con preciosas vistas a la bahía y unas a la Playa el Viejo, con huertas aledañas.
De la cancha, seguimos una escalera que nos fue brindando parajes de la referida playa, llegamos a una glorieta y el panorama se abrió a más de 180º, regalándonos pintorescas vistas al puerto, a la Bahía Manzanillo y a la Punta Santiago. En el primer plano apreciamos el fabuloso malecón de antaño, el más hermoso que ha tenido México, puesto que curveaba con gracia, de buen ancho, con agua a ambos lados, terminando en un redondel, que presumía de un kiosco, donde se interpretaron románticas melodías, el malecón con bancas y faroles, que animaban a caminarlo al verse las constelaciones. El oleaje de la playa vecina, la Playa Intermedia, lo hacía más vibrante, al igual que sus palmeras.
El 10 de enero de 1900 se emprendieron las obras del rompeolas, desde el Cerro del Vigía Chico, con un malecón, que se evoca con cariño, y sería bueno que se regresara al pueblo. Al centro de la glorieta, posa una bonita escultura, de un vigía, sentado, sosegado, con capucha, observando el puerto.
Del espectacular Mirador del Vigía, regresamos a la cancha y seguimos la escalera que baja a El Viejo, y al llegar a una vereda aledaña, la caminamos, era la vereda de la playa llamada “Piedras Coloradas”. La vereda fue bordeando una barranca, entramos a un túnel de arbustos y luego se escuchó un reventar de olas, después el sendero bajó a una playa con grandes piedras coloradas, que Marisol y Nicolás subieron o treparon para mirar la playa desde allí, playa llena de caracoles y conchas. Del costado derecho, las piedras coloradas, separadas por corto espacio, atrás, una punta rocosa, donde la ola al estrellarse se levantaba como tres metros, luego de la última piedra, la playa recibía fuertes olas, la otra punta con una peña desprendida del cerro. Nos sentamos un rato en la playa y contemplamos la fuerza del oleaje.
Regresamos a la escalera y bajamos a El Viejo, formidable playa con un precioso arco en su punta izquierda, miraba a las bahías hermanas: Manzanillo y Santiago. Chapoteamos en el brusco mar, retador y refrescante a la vez, teníamos que estar atentos a las olas, de lo contrario nos sorprendería su fuerza. Posteriormente tomamos un baño de sol en sus arenas finas. Más tarde llegó un niño, se desprendió de todo, subió a una pequeña piedra, y cuando llegó la ola, brinco con entusiasmo sobre ella, encuentro de fuerzas, de percepciones, el niño estaba feliz de sumergirse y nadar en aquellas aguas.
Más tarde fuimos a “La Cumparsita”, donde nos sorprendió una réplica de unos xoloitcuintles bailando, a mayor escala y con vivos colores, realizando una magnifica comparsa. Nicolás saboreó pulpo de la Bahía de Manzanillo, en una salsa cítrica, aromatizada con chile de árbol y cerrano, con papitas confitadas; Marisol, una picaña con camote frito, puré de papa, jocoque y ensalada; yo, la manzanillense, pasta acompañada de pomodoro, ostiones, mejillones, camarones, pulpo y con finas hierbas.