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Para los que no van a Misa

No le estás haciendo un favor a Dios. Estás beneficiando la parte espiritual de tu persona.


     Hay muchas razones y excusas para no ir a Misa los domingos, y menos aún otro día de la semana.

     Unos dicen: “Yo voy cuando me nace”.

     Otros afirman: “¿Para qué, si los que van a Misa salen igual o peor?

Algunos más: “Sólo van a ver qué ven o qué critican”.

     Pero como tú eres mejor que todos ellos, mejor te quedas en casa, a dormir o a ver la tele... y casi nunca “te nace”.

     ¿Qué quieres que te diga? Tú te lo pierdes.

     Porque mientras más te alejas de Dios, más se te va resecando el alma y menos sientes la necesidad de Él.

     Y luego pretendes que tus hijos sean cumplidos, muy cumplidos en otros renglones de la vida... y luego quieres que sean obedientes contigo, como

si tú obedecieras las normas que implica tu ser cristiano.

     Pero volvemos otra vez a lo que decíamos en una reflexión anterior. No le estás haciendo un favor a Dios. Estás beneficiando la parte espiritual de tu persona.

     Y aunque digas que la Misa ya te la sabes, que es el mismo guión, que el predicador no es muy elocuente y tampoco sabe explicar bien la palabra de Dios...

     Todo eso se quiera fuera, porque en la realidad, no tomamos agua ni nos alimentamos porque haya algo especial o novedoso, sino porque es una necesidad de nuestro cuerpo; pero a las necesidades espirituales se les da a veces tan poca importancia, que pierden sentido y luego ya no se siente ni deseo, ni gusto, ni necesidad de satisfacerlas. Y luego, ¿qué pasa? Que el lado espiritual de la persona se va secando, o empequeñeciendo, y aunque luego presumas o te creas mucho, no logras dar la talla de una persona excelente.

     De poco o nada servirá que hayas ido a recibir la Ceniza el miércoles, si tu cuaresma y tu vida van a seguir como siempre, lejos de la influencia divina.

     Al ir a Misa, no vas a la escuela a aprender algo novedoso o a divertirte con un show espectacular.

     Vamos a Misa a comunicarnos sacramentalmente con Jesucristo nuestro Señor, a recibir su gracia y su bendición que nos darán la fuerza para afrontar la vida y vivir con plenitud la semana que empieza.

     Dedicar un día o una hora a Dios en realidad es muy poco, si lo comparamos con lo que de Él recibimos , y si consideramos el tiempo que dedicamos a otras actividades: deportes, diversiones, trabajo, o hasta la misma ociosidad...

     ¡Ah! Pero eso sí, a la hora del peligro, de la necesidad, de las enfermedades, de los problemas... volvemos los ojos al cielo e imploramos con voz quejumbrosa: ¡Dios mío, ayúdame!

     Con el riesgo de que Dios nos diga: Y tú, ¿quién eres? Cierto que Dios no va a decir eso, ni algo parecido, pero somos nosotros que ya no sabremos cómo implorar y cómo invocar a Dios.

     Y de nuevo insisto: es como exponerte al sol; al sol no le haces ningún servicio, pero sí te beneficias tú y beneficias a tu familia, crecen ante ellos tu imagen y el aprecio que tienen por ti. Es un ejemplo lo que van a recordar mañana tus hijos.

     En cuanto a aquello de que la Misa “es siempre el mismo guión”, dime: ¿cuántas veces el enamorado repite a su amada la misma palabra y siempre resulta nueva?

     Y ante Dios no nos basta una Palabra que resuene, que llegue al corazón, para que prenda la chispa de un fuego que va a dar impulso y motivación para vivir en plenitud.

Basta escuchar: “Vengan a mí los que están cansados, que yo los ayudaré”, “No temas, yo estoy contigo”, “Yo no te abandonaré”.

     Cualquiera de estas palabras dichas por una persona a otra, son muy alentadoras y traen mucho consuelo... pero escucharlas en el corazón dichas por Cristo Jesús, pueden ser una fuente motivadora que inunde la vida de alegría.

     ¿No quieres ir a Misa? No vayas. Tú te lo pierdes.

María Belén Sánchez fsp

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