Suplementos
¿Padre mío, o Dios mío?
Es obvio que las palabras que una persona dice en los momentos finales de su vida, son palabras de mucho significado para quien sabe que está a punto de partir de este mundo
Las palabras de un moribundo siempre han sido dignas de escucharse con suma atención; si usted ha tenido la oportunidad de estar cerca de una persona que ha fallecido, es muy posible que todavía recuerde claramente las palabras finales de esa persona. Es obvio que las palabras que una persona dice en los momentos finales de su vida, son palabras de mucho significado para quien sabe que está a punto de partir de este mundo.
¿Cuáles fueron las últimas palabras de Jesús poco antes de morir? Todas ellas están registradas en los evangelios, y cada una de ellas tiene un tremendo significado, ya que reflejan el corazón y las motivaciones que había en ese momento dentro del Maestro.
Todas esas palabras son importantes y gloriosas, pero hay una que se destaca en la lectura del evangelio del día de hoy: “Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: “¡Eloí, Eloí, lamá sabaktaní!”. (Que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)”.
Jesús nunca perdió el control, aún en medio de su sufrimiento atroz. No respondió a los latigazos con maldiciones, no miró con odio o desprecio a los que lo escupían, y lo único que dijo cuando los soldados perforaban su cuerpo con clavos fue “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Evidentemente aún en la agonía, Jesús no fue dominado por el miedo o el rencor; siempre hizo y dijo lo correcto.
A pesar de lo anterior, hay un momento de angustia y dolor indescriptible dentro de Jesús, en donde las palabras y la intención del Señor cambian. En ese momento no se refiere a Dios como su Padre, sino que le pregunta angustiado “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”
¿Por qué Jesús no dice “Padre” y en cambio dice “Dios”? ¿Por qué se siente abandonado? ¿Dejó de ser su Padre? ¿Qué estaba sucediendo en ese momento? ¿Perdió Jesús finalmente el control y ahora se sentía perdido? Para entender lo que realmente pasó, debemos recordar que el propósito por el cual Jesús vino al mundo fue para morir en la cruz, y de esta manera pagar por todos los pecados de la humanidad. Era necesario que Él muriera en substitución de cada hombre pecador de este mundo.
En tiempos antiguos, cuando un judío pecaba, se presentaba ante el sacerdote con un animal en sus brazos, luego ponía sus manos sobre la oveja o cabra que había llevado, y confesaba los pecados que había cometido; acto seguido el sacerdote degollaba a la víctima y dejaba que la sangre chorreara sobre el altar, y finalmente quemaba parte del animal sobre el altar. Cuando todo esto pasaba, el judío volvía a casa tranquilo, porque sabía que sus pecados habían quedado sepultados debajo de la sangre de la víctima. Esto fue instituido por Dios.
Cuando llegó el momento preciso, Dios envió al Cordero del mundo, quien derramó su sangre para cubrir los pecados de todos los hombres. No se trataba de una oveja o un chivo, sino del único Hijo de Dios, nacido de la bienaventurada virgen María, cuya sangre manó de sus heridas y se escurrió sobre la cruz, para finalmente y de una sola vez, pagar por los pecados de la humanidad.
Mientras Jesús estaba sangrando en la cruz, los hombres no estaban confesando sus pecados, ni poniendo sus manos sobre su cabeza para que esos pecados se transfirieran al Maestro. La multitud no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo delante de sus ojos, pero fue el Padre, fue Dios mismo quien puso el pecado del mundo sobre Jesús mismo, para poder llevar a cabo la salvación de los hombres.
Fue en el preciso momento en que Dios el Padre cargó sobre Jesús todos los pecados de la humanidad, que se rompió la comunión espiritual entre ellos, y Jesús dejó de sentir al Señor como su Padre, y enfrentó la agonía de llevar sobre sí el pecado, ante los ojos de un Dios santo. Por eso le llama Dios y por eso se siente desamparado. En ese momento Jesús sintió lo que siente el culpable que es puesto delante de un juez con toda la evidencia condenatoria en su contra. Él lo sintió así para que nadie tenga que sentirlo delante de Dios. Pero no es suficiente que Él haya muerto por todos, ya que es necesario que cada uno crea en este sacrificio y lo reconozca como Señor y Salvador.
Angel Flores Rivero
iglefamiliar@hotmail.com
¿Cuáles fueron las últimas palabras de Jesús poco antes de morir? Todas ellas están registradas en los evangelios, y cada una de ellas tiene un tremendo significado, ya que reflejan el corazón y las motivaciones que había en ese momento dentro del Maestro.
Todas esas palabras son importantes y gloriosas, pero hay una que se destaca en la lectura del evangelio del día de hoy: “Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: “¡Eloí, Eloí, lamá sabaktaní!”. (Que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)”.
Jesús nunca perdió el control, aún en medio de su sufrimiento atroz. No respondió a los latigazos con maldiciones, no miró con odio o desprecio a los que lo escupían, y lo único que dijo cuando los soldados perforaban su cuerpo con clavos fue “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Evidentemente aún en la agonía, Jesús no fue dominado por el miedo o el rencor; siempre hizo y dijo lo correcto.
A pesar de lo anterior, hay un momento de angustia y dolor indescriptible dentro de Jesús, en donde las palabras y la intención del Señor cambian. En ese momento no se refiere a Dios como su Padre, sino que le pregunta angustiado “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”
¿Por qué Jesús no dice “Padre” y en cambio dice “Dios”? ¿Por qué se siente abandonado? ¿Dejó de ser su Padre? ¿Qué estaba sucediendo en ese momento? ¿Perdió Jesús finalmente el control y ahora se sentía perdido? Para entender lo que realmente pasó, debemos recordar que el propósito por el cual Jesús vino al mundo fue para morir en la cruz, y de esta manera pagar por todos los pecados de la humanidad. Era necesario que Él muriera en substitución de cada hombre pecador de este mundo.
En tiempos antiguos, cuando un judío pecaba, se presentaba ante el sacerdote con un animal en sus brazos, luego ponía sus manos sobre la oveja o cabra que había llevado, y confesaba los pecados que había cometido; acto seguido el sacerdote degollaba a la víctima y dejaba que la sangre chorreara sobre el altar, y finalmente quemaba parte del animal sobre el altar. Cuando todo esto pasaba, el judío volvía a casa tranquilo, porque sabía que sus pecados habían quedado sepultados debajo de la sangre de la víctima. Esto fue instituido por Dios.
Cuando llegó el momento preciso, Dios envió al Cordero del mundo, quien derramó su sangre para cubrir los pecados de todos los hombres. No se trataba de una oveja o un chivo, sino del único Hijo de Dios, nacido de la bienaventurada virgen María, cuya sangre manó de sus heridas y se escurrió sobre la cruz, para finalmente y de una sola vez, pagar por los pecados de la humanidad.
Mientras Jesús estaba sangrando en la cruz, los hombres no estaban confesando sus pecados, ni poniendo sus manos sobre su cabeza para que esos pecados se transfirieran al Maestro. La multitud no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo delante de sus ojos, pero fue el Padre, fue Dios mismo quien puso el pecado del mundo sobre Jesús mismo, para poder llevar a cabo la salvación de los hombres.
Fue en el preciso momento en que Dios el Padre cargó sobre Jesús todos los pecados de la humanidad, que se rompió la comunión espiritual entre ellos, y Jesús dejó de sentir al Señor como su Padre, y enfrentó la agonía de llevar sobre sí el pecado, ante los ojos de un Dios santo. Por eso le llama Dios y por eso se siente desamparado. En ese momento Jesús sintió lo que siente el culpable que es puesto delante de un juez con toda la evidencia condenatoria en su contra. Él lo sintió así para que nadie tenga que sentirlo delante de Dios. Pero no es suficiente que Él haya muerto por todos, ya que es necesario que cada uno crea en este sacrificio y lo reconozca como Señor y Salvador.
Angel Flores Rivero
iglefamiliar@hotmail.com