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Museo de la Sal

La población de Cuyutlán atesora el peculiar Museo de la Sal

La población de Cuyutlán atesora el peculiar Museo de la Sal.
Un buen día partí con mi familia con dirección a Manzanillo. Pasando Tecomán continuamos por la autopista y luego de pasar el sendero de “El Paraíso”, nos encontramos con la desviación a Cuyutlán. Recorrimos bellas planicies pobladas de palmeras y cuando dejamos de apreciar su follaje, la vía del tren y la legendaria estación nos dieron la bienvenida al primer balneario de agua salada de los tapatíos, “Cuyutlán”.

A una cuadra de la plaza, en la calle Hidalgo vimos una serie de bodegas de sal, de planta rectangular, tapias de madera de palma y techos a dos aguas. La bodega de la esquina noreste alberga al sorprendente Museo de la Sal, el cual visitamos con desbordante curiosidad. Se aprovechó la forma rectangular del espacio, un pasillo da acceso por el lado izquierdo, da vuelta y regresa por el lado derecho, a los costados cuelgan, textos, herramientas y fotos de antaño, que van mostrando los sucesos relevantes de Cuyutlán y al centro maquetas de salinas.

Las salinas que pertenecieron a los naturales de Cuyutlán, lugar de los coyules, pasaron a poder de Pedro López de Salazar, por 1610 vendió parte a Agustín de Alcalá, quien no pudo cubrir los pagos, y en 1615 el capitán Rodrigo Brizuela pagó su deuda de 195 pesos, con dar 30 botijas de vino de coco. Brizuela recibió como dote de su segundo matrimonio con Leonor Barroso, unas salinas colindantes, la suma de salinas fueron el inicio de la hacienda de salinas de
Cuyutlán. Heredó a sus hijos, destacando Bartolomé, quien agregó a su haber la hacienda de Montitlán.

Un texto nos explicó sobre la técnica salinera, pozo tapextle, a mediados del siglo XVI, por esclavos filipinos se perfeccionó y difundió a otras salinas, trajeron la palma y aportaron la “tuua”, palabra alterada en tuba, bebida que al fermentarse compitió con los vinos españoles y estuvo a punto de prohibirse. Se extraía la sal de “panino”, costra de tierra, saturada de sales, quedando descubierto cuando las aguas se retiraban, se recolectaba en los comederos, terrenos adyacentes al tapextle, rastrillado con la “gata”, rastra triangular de madera. El panino se llevaba al cajete donde se mezclaba con el agua salubre del “tajo”, pozo pequeño. Se escurría la salmuera hasta la taza o pila y después se vertía a eras, el sol y el viento la precipitaban al fondo en forma de cristales, por último la sal se pizcaba y se apilaba en asoleaderos para eliminar la humedad.

Otro texto nos platicó del fabuloso vapor Colima, de dos ruedas de paleta, su ruta era del atracadero de Cuyutlán al puerto de Manzanillo. En otro espacio se evoca el extraordinario impulso que dio el tren al desconocido balneario, a partir del 5 de septiembre de 1889. Miramos un bonito anuncio del Gran Hotel Cuyutlán, fechado en 1901. Un revés fue el maremoto del 22 de junio, motivando a bastantes familias a mudarse a Armería, hecho que impulsó su desarrollo. Miramos una fantástica foto de Rebeca Silva, de una película filmadas en el sitio de los coyules, elegido por Emilio Fernández.

Al salir probamos la deliciosa sal y compramos un pequeño saco, de la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima, “artesanos de sal”.             

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