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Hacienda don Nicolás

En la orilla Sur de la Laguna Sayula, cerca de la acequia “El Pirul”, se localiza la agradable Hacienda don Nicolás

De la Casa del Lago, regresamos por el camino de Usmajac a Sayula, y pasando El Zopilote, viramos a la derecha por el bonito camino a la Hacienda don Nicolás. Alfonso López Enriquez, me platicó del lugar, yo supuse que se trataba de la Hacienda San Nicolás, que fue de Juan Manzano y está por este rumbo. Alfonso me aclaro: “No es santo, es don, y es finca nueva”.

Finca que se levantó en tierras de la hacienda Tamaliagua, de la familia Bovadilla, comprendía 1,875 hectáreas y eran también dueños de Los Puentes (3,487 h.), Isolo (1,133), granja J. Bobadilla (422) y El Reparo. La hacienda vecina fue Amatitlán, de Nicolás de la Peña y tenía 7,715 h.

Otras estancias sayulenses del porfiriato fueron: Santa Cruz el Alto (253), de Paublino Preciado; Santa Cruz el Bajo y El Melchor, de Juan Preciado; La Pila, de Jesús Pérez Romero; El Capulín, de Felipe Villalvazo y Agua Zarca, de José Villalvazo. Ranchos: La Morett, Los Olivos, Los Izotes, La Quinta, Teltiltic, De Montaño, Las Palmas, Santa Inés y el de Mariano Agraz.

Luego de unos potreros de oro verde, Diego atisbó emocionado unos altos toboganes y los señaló gritando: “papá, mira” y Andrés agregó: “casi llegamos tío”. En breve entramos a la “Hacienda don Nicolás”. Los niños corrieron a cambiarse y para pronto estaban conociendo las albercas, primero fueron a la alberca infantil, aunque ya no están tan infantiles, pero creo que lo niño siempre está latente.

 De un castillo y de una torre, serpentean  varios toboganes, unos abiertos y otros cerrados, hasta tocar el espejo de la enorme alberca. Una barcaza, subida a unas piedras, sirve de resbaladero, otro resbaladero es la lengua de una gigante rana. Varios niños gozaban de la fantasiosa alberca, hasta se olvidaban de la comida… Después los acompañe a la increíble alberca con olas, donde jugamos con las olas por largo tiempo.  

Posteriormente, miramos un estanque, delimitado por grandes piedra, y con lirios floridos, después lo cruzamos por un puente de madera, que zigzaguea en su trayecto. A un costado del estanque, un brincolin invitó a los niños a echar unos brincos y unas maromas. Después subimos a un kiosco, de donde vimos diversas canchas deportivas. En seguida nos echamos un clavado en la alberca cercana al hotel y nadamos un buen rato, el agua estaba deliciosamente fresca.

Posteriormente fuimos a la alberca circular, ubicada a un costado de una atractiva palapa. Por último gozamos de los fabulosos toboganes que serpenteaban y bajan drásticamente, provocando una fabulosa sensación, son dos: el azul, que serpentea dos veces y el amarillo, más alto y rápido, serpentea una vez y levemente para llegar a un hongo y luego caer a una alberca circular.

Los niños no se cansaron en tirarse y yo disfrutaba ver como salían de los toboganes. Más tarde, subimos al segundo nivel de un octágono, a degustar unas ricas hamburguesas, contentos del regocijo que nos brindaron las albercas.

En los albores del siglo pasado, Sayula contaba con dos hoteles: “El Progreso” de Jesús G. de Valencia y “El Pacífico” de Leocadia Carreón.              

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