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Gratitud salvadora
Lo que sucedió aquella mañana bien podría definirse como “breve descripción de la realidad del corazón humano”
Lo que sucedió aquella mañana bien podría definirse como “breve descripción de la realidad del corazón humano”, ya que sintetiza lo que el hombre piensa respecto a Dios. No se trata de una parábola que Jesús hubiera contado, sino de un hecho real, del cual tenemos conocimiento gracias a que San Lucas lo relató en su capítulo 17, ll-19.
En aquel día, Jesús pasaba por entre Samaria y Galilea, cuyos pueblos estaban atestados de enfermos que difícilmente tenían esperanza de ser sanados. De entre ellos, los peores eran los leprosos, ya que se consideraban inmundos ante la ley, y vivían totalmente proscritos del trato con los demás; no era raro entonces que los leprosos formaran sus propias comunidades, ya que la gente se horrorizaba ante el temor de ser contagiada por esa enfermedad.
Un grupo de diez leprosos se enteró de que Jesús, del cual habían oído muchas historias de milagros y sanidades, pasaría cerca de su aldea, y por ello se animaron a acercarse a límites que no acostumbraban tocar, con la esperanza de alcanzar misericordia. Sus gritos pidiendo compasión a Jesús fueron escuchados por el Maestro, quien en esta ocasión decidió sanarlos a través de un milagro gradual que se llevaría a cabo mientras ellos se presentaban ante los sacerdotes, quienes eran los encargados de certificar la sanidad de quien hubiera estado enfermo de lepra.
El milagro, en efecto, sucedió mientras ellos se alejaban de Jesús, al grado de que cuando llegaron ante los sacerdotes todos ellos se encontraban perfectamente sanos; sin embargo, a diferencia de otros milagros, este no es el centro de la historia. En muchos de los milagros que Jesús llevó a cabo, la gente se sintió tan impresionada y maravillada que aclamaron a Jesús como un gran profeta de Dios, e incluso llegaron a considerar seriamente proclamarlo rey entre ellos; en cambio, en esta ocasión, sólo un hombre decidió regresar para agradecer a Jesús por el milagro que había realizado en su cuerpo.
Los otros nueve leprosos recibieron el mismo milagro, y si Jesús los hubiera sanado en el acto mismo en que ellos clamaron por misericordia, posiblemente se hubieran arrojado a sus pies y le hubieran agradecido, pero como el milagro se llevó a cabo cuando ellos se encontraban lejos de Jesús, muy pronto encontraron otras cosas más importantes que la gratitud. Sin duda todos ellos querían regresar a casa, para recuperar su vida familiar y disfrutar de aquello que los años de enfermedad les habían robado; ahora podían abrazar a su esposa y a sus hijos sin el temor de contagiarles la lepra; en fin, había tantas cosas por hacer, que se olvidaron de agradecer a Jesús.
Es la historia del hombre: cada vez que Dios hace algo bueno por ellos, sin duda que tendrán palabras de gratitud tales como “gracias a Dios se logró”, o “Diosito me ayudó”; pero después de eso generalmente viene una vida de indiferencia a los planes de Dios.
Sólo un hombre, que por cierto no era judío, sintió una gratitud tal que regresó corriendo con Jesús para reconocerle, dejando para otro momento el presentarse ante el sacerdote, o llevar las buenas noticias a su familia.
Fue este acto de gratitud lo que trajo el mayor beneficio a su vida, porque no sólo recibió sanidad física, sino que encontró la salvación de su alma a través de la fe en Jesús. Los otros nueve hombres disfrutaron algunos años más de salud física, pero luego enfrentaron la eternidad en el infierno, mientras que el extranjero no sólo vivió sano unos años más, sino que disfruta la etenidad con el perdón que Dios le dio a través de Jesús.
¿A cuál grupo pertenece usted: al que sólo recibió los beneficios, o al que su gratitud le hace volver cada día a Jesús?
Angel Flores Rivero
iglefamiliar@hotmail.com
En aquel día, Jesús pasaba por entre Samaria y Galilea, cuyos pueblos estaban atestados de enfermos que difícilmente tenían esperanza de ser sanados. De entre ellos, los peores eran los leprosos, ya que se consideraban inmundos ante la ley, y vivían totalmente proscritos del trato con los demás; no era raro entonces que los leprosos formaran sus propias comunidades, ya que la gente se horrorizaba ante el temor de ser contagiada por esa enfermedad.
Un grupo de diez leprosos se enteró de que Jesús, del cual habían oído muchas historias de milagros y sanidades, pasaría cerca de su aldea, y por ello se animaron a acercarse a límites que no acostumbraban tocar, con la esperanza de alcanzar misericordia. Sus gritos pidiendo compasión a Jesús fueron escuchados por el Maestro, quien en esta ocasión decidió sanarlos a través de un milagro gradual que se llevaría a cabo mientras ellos se presentaban ante los sacerdotes, quienes eran los encargados de certificar la sanidad de quien hubiera estado enfermo de lepra.
El milagro, en efecto, sucedió mientras ellos se alejaban de Jesús, al grado de que cuando llegaron ante los sacerdotes todos ellos se encontraban perfectamente sanos; sin embargo, a diferencia de otros milagros, este no es el centro de la historia. En muchos de los milagros que Jesús llevó a cabo, la gente se sintió tan impresionada y maravillada que aclamaron a Jesús como un gran profeta de Dios, e incluso llegaron a considerar seriamente proclamarlo rey entre ellos; en cambio, en esta ocasión, sólo un hombre decidió regresar para agradecer a Jesús por el milagro que había realizado en su cuerpo.
Los otros nueve leprosos recibieron el mismo milagro, y si Jesús los hubiera sanado en el acto mismo en que ellos clamaron por misericordia, posiblemente se hubieran arrojado a sus pies y le hubieran agradecido, pero como el milagro se llevó a cabo cuando ellos se encontraban lejos de Jesús, muy pronto encontraron otras cosas más importantes que la gratitud. Sin duda todos ellos querían regresar a casa, para recuperar su vida familiar y disfrutar de aquello que los años de enfermedad les habían robado; ahora podían abrazar a su esposa y a sus hijos sin el temor de contagiarles la lepra; en fin, había tantas cosas por hacer, que se olvidaron de agradecer a Jesús.
Es la historia del hombre: cada vez que Dios hace algo bueno por ellos, sin duda que tendrán palabras de gratitud tales como “gracias a Dios se logró”, o “Diosito me ayudó”; pero después de eso generalmente viene una vida de indiferencia a los planes de Dios.
Sólo un hombre, que por cierto no era judío, sintió una gratitud tal que regresó corriendo con Jesús para reconocerle, dejando para otro momento el presentarse ante el sacerdote, o llevar las buenas noticias a su familia.
Fue este acto de gratitud lo que trajo el mayor beneficio a su vida, porque no sólo recibió sanidad física, sino que encontró la salvación de su alma a través de la fe en Jesús. Los otros nueve hombres disfrutaron algunos años más de salud física, pero luego enfrentaron la eternidad en el infierno, mientras que el extranjero no sólo vivió sano unos años más, sino que disfruta la etenidad con el perdón que Dios le dio a través de Jesús.
¿A cuál grupo pertenece usted: al que sólo recibió los beneficios, o al que su gratitud le hace volver cada día a Jesús?
Angel Flores Rivero
iglefamiliar@hotmail.com