Suplementos
El Noveno Mandamiento
La cuestión de los deseos y pensamientos se basa en que el cristiano auténtico no es hipócrita, sino que ha alcanzado el equilibrio
En el libro del Éxodo (20, 17) leemos: “No desearás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que a él le pertenezca”, versículo con el que terminan los mandamientos y del que entresacamos el Noveno y el Décimo Mandamientos. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica en su artículo noveno, el Noveno Mandamiento, lo anterior es el texto completo de este mandamiento, aunque es más conocido en una versión corta: “No desearás la mujer de tu prójimo”, y el resto del texto anterior se reserva para el Décimo Mandamiento. Enfocaremos el análisis desde esta perspectiva.
Para comenzar, el Noveno Mandamiento nos remite al Sexto Mandamiento y a la Sexta Bienaventuranza: “Bienaventurados los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). El Sexto Mandamiento regula la conducta sexual en cuanto a los actos, mientras que el Noveno tiene la misma función, pero en cuanto a los pensamientos y los deseos, al expresarse como “no desearás…”. La idea que subyace aquí es que, generalmente, la idea –el deseo– conduce al acto concreto, razón por la cual N. S. Jesucristo fue lo suficientemente claro al respecto cuando dijo que “todo el que mira a una mujer con mal deseo, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón” (Mt 5, 28). Y no solo es ofensa contra este mandamiento desear a la mujer ajena, sino también consentir pensamientos o deseos deshonestos hacia cualquier persona. Ahora, recordemos que, socialmente, en la época de la redacción del Decálogo, todo se dirigía a los hombres, por lo que su equivalente en femenino sería algo así como: “no desearás al hombre ajeno”; y por otro lado, al incluir el deseo de otras personas en general, encierra ofensas como la pederastia y el incesto.
La cuestión de los deseos y pensamientos se basa en que el cristiano auténtico no es hipócrita, sino que ha alcanzado el equilibrio –la adecuación– entre lo que se vive, y lo que se piensa y se dice. Esto significa que el ser cristiano no es solamente fijarse en lo exterior, sino en vivir la congruencia entre el interior y lo externo. Recordemos que N. S. Jesucristo condenaba durísimamente la hipocresía: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que sois como sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre!” (Mt 23, 27).
En otro orden de cosas, el Catecismo (2529) especifica que el Noveno Mandamiento nos “pone en guardia contra el desorden o concupiscencia de la carne”, donde el término concupiscencia puede a veces ser difícil de comprender; sin embargo, el mismo Catecismo (Cfr. 2515-2516) lo define de manera simple, como una forma apasionada del deseo que conduce a contrariar a la razón humana, con lo que se desordenan las facultades morales del hombre y, como consecuencia, se le incita a cometer pecados. Luego, cuando se habla de la pureza de corazón, también se quiere decir que debe someterse a la voluntad a la recta razón los pensamientos y deseos, “porque del corazón provienen los malos pensamientos” (Mt 15, 19).
Ahora, es importante aclarar que no es lo mismo sentir que consentir; lo primero muchas veces no depende de nosotros, pues puede ser una reacción puramente fisiológica involuntaria, pero consentir, aceptar y regocijarnos con el pensamiento impuro siempre depende de uno. El pecado está en consentir, no en sentir, pues el cuerpo es el que siente, pero el alma es la que consiente.
Así, la pureza de corazón a la que se refiere la Sexta Bienaventuranza invita a observar radicalmente el Noveno Mandamiento, pues al purificar el corazón de todo vínculo con el mundo y con el mal, dice San Buenaventura, volverá a ser la pura y límpida imagen de Dios que era al principio, y en la propia alma, como en un espejo, la criatura podrá ver a Dios. Y no nada más en la propia alma, sino al contemplar a nuestros semejantes con nuevos ojos, sin mancha, reverenciamos a las criaturas, lo que es grato a Dios. El fundamento de esto viene de la certeza de que somos templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en nosotros (1Cor 3, 16), que merece todo el respeto en pensamiento y en obra. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.
Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx
Para comenzar, el Noveno Mandamiento nos remite al Sexto Mandamiento y a la Sexta Bienaventuranza: “Bienaventurados los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). El Sexto Mandamiento regula la conducta sexual en cuanto a los actos, mientras que el Noveno tiene la misma función, pero en cuanto a los pensamientos y los deseos, al expresarse como “no desearás…”. La idea que subyace aquí es que, generalmente, la idea –el deseo– conduce al acto concreto, razón por la cual N. S. Jesucristo fue lo suficientemente claro al respecto cuando dijo que “todo el que mira a una mujer con mal deseo, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón” (Mt 5, 28). Y no solo es ofensa contra este mandamiento desear a la mujer ajena, sino también consentir pensamientos o deseos deshonestos hacia cualquier persona. Ahora, recordemos que, socialmente, en la época de la redacción del Decálogo, todo se dirigía a los hombres, por lo que su equivalente en femenino sería algo así como: “no desearás al hombre ajeno”; y por otro lado, al incluir el deseo de otras personas en general, encierra ofensas como la pederastia y el incesto.
La cuestión de los deseos y pensamientos se basa en que el cristiano auténtico no es hipócrita, sino que ha alcanzado el equilibrio –la adecuación– entre lo que se vive, y lo que se piensa y se dice. Esto significa que el ser cristiano no es solamente fijarse en lo exterior, sino en vivir la congruencia entre el interior y lo externo. Recordemos que N. S. Jesucristo condenaba durísimamente la hipocresía: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que sois como sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre!” (Mt 23, 27).
En otro orden de cosas, el Catecismo (2529) especifica que el Noveno Mandamiento nos “pone en guardia contra el desorden o concupiscencia de la carne”, donde el término concupiscencia puede a veces ser difícil de comprender; sin embargo, el mismo Catecismo (Cfr. 2515-2516) lo define de manera simple, como una forma apasionada del deseo que conduce a contrariar a la razón humana, con lo que se desordenan las facultades morales del hombre y, como consecuencia, se le incita a cometer pecados. Luego, cuando se habla de la pureza de corazón, también se quiere decir que debe someterse a la voluntad a la recta razón los pensamientos y deseos, “porque del corazón provienen los malos pensamientos” (Mt 15, 19).
Ahora, es importante aclarar que no es lo mismo sentir que consentir; lo primero muchas veces no depende de nosotros, pues puede ser una reacción puramente fisiológica involuntaria, pero consentir, aceptar y regocijarnos con el pensamiento impuro siempre depende de uno. El pecado está en consentir, no en sentir, pues el cuerpo es el que siente, pero el alma es la que consiente.
Así, la pureza de corazón a la que se refiere la Sexta Bienaventuranza invita a observar radicalmente el Noveno Mandamiento, pues al purificar el corazón de todo vínculo con el mundo y con el mal, dice San Buenaventura, volverá a ser la pura y límpida imagen de Dios que era al principio, y en la propia alma, como en un espejo, la criatura podrá ver a Dios. Y no nada más en la propia alma, sino al contemplar a nuestros semejantes con nuevos ojos, sin mancha, reverenciamos a las criaturas, lo que es grato a Dios. El fundamento de esto viene de la certeza de que somos templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en nosotros (1Cor 3, 16), que merece todo el respeto en pensamiento y en obra. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.
Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx