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“Designó otros setenta y dos discípulos”

Urge llevar la cruz a los miles de hombres de la actualidad, que viven afanados en incontables pequeños y a veces hasta ridículos intereses

     El evangelista San Lucas, en el capítulo décimo de su evangelio, narra la ida y el retorno de setenta y dos discípulos enviados por el Señor Jesús a anunciar el mensaje de alegría, de salvación, de vida.

     Por mandato del Maestro partieron de dos en dos a iniciar una campaña de evangelización, que es la misma ahora, veinte siglos después, porque entonces fueron los primeros, mas no se ha cortado el hilo de evangelizadores, de heraldos del Rey, de mensajeros con la más bella noticia: “Dios es amor y te llama a la vida del amor; te ha creado para la eterna felicidad. Busca a Cristo y en Él, con Él y por Él encontrarás el verdadero camino para llegar a la auténtica patria”.

     Primero los preparó, al darles el mensaje y luego decirles cómo habrían de ir y cómo presentarse ante las multitudes. No les dijo que era fácil su misión, y hasta los previno que irían como ovejas entre lobos.

También les indicó la causa: “La mies es mucha y pocos los operarios”.

Ahora en el siglo XXI


     Urge llevar la cruz a los miles de hombres de la actualidad, que viven afanados en incontables pequeños y a veces hasta ridículos intereses. Son víctimas de la multiforme publicidad y están ante el escaparate de ofrendas atractivas para sus gustos, para su comodidad, para lograrlo todo con el menor esfuerzo --y a eso se le llama confort--, y para atizar las pasiones arraigadas siempre en el corazón del hombre: la soberbia, disimulada de dignidad o personalidad; la codicia, disfrazada de una seguridad para el futuro, y la lujuria, siempre atractiva.

     Entonces, el mundo de este siglo anda distraído. Además se siente confundido, porque así como son frecuentes los “baratillos” donde se puede encontrar de todo y con facilidad, también hay al alcance del hombre de hoy abundancia de ideas orientales y occidentales, filosóficas, políticas, sociales, económicas y morales, con validez muy discutible; y así se puede escoger, como en el “baratillo”, el pensamiento más adecuado a sus inclinaciones y gustos.

     Esto ha ocasionado en medio de la masa humana de la actualidad, un individualismo cerrado y una escala de valores no objetivos, sino en respuesta a las preferencias personales. Moral individual no es moral porque las leyes son algo externo y el legislador las ha grabado en el corazón del hombre --la ley natural--, o las ha promulgado para dirigir a los súbditos hacia el bien personal y común.

     El hombre no puede interpretar el color rojo para seguir y el verde para detenerse.

     Para iluminar a los ignorantes, para enderezar a los distraídos y para corregir a los que toman torcidos caminos, fueron enviados los discípulos, y ahora también son misioneros de la verdad, de la justicia, del amor.

“No lleven ni dinero, ni morral, ni dos túnicas”

     El 13 de mayo de 1524 llegaron a San Juan de Ulúa y tocaron con sus pies las arenas de la Vera Cruz, doce obreros católicos para trabajar en las tierras entonces llamadas de la Nueva España.

     No era entonces el México con relativa unidad de este siglo XXI; era un mosaico de pueblos, razas, ideologías, costumbres y religiones. Se hablaban más de sesenta idiomas y como doscientos dialectos. En verdad era grande, muy grande la mies, y y muy pocos los operarios.

     Eran discípulos del “pobrecito” San Francisco de Asís y, fieles al mandato de Cristo, no traían dinero, ni morral para llenarlo de oro y pedrería, ni armas ni caballos, como traían los primeros conquistadores, los de cinco años antes al mando de Don Hernando Cortés.

     Eran Fray Martín de Valencia, superior de esa familia; Fray Francisco de Soto, Fray Martín de Jesús o de la Coruña, Fray Juan Suárez, Fray Antonio de Ciudad Rodrigo, Fray Toribio de Benavente --quien se autonombró Motolinía, o sea “pobreza”--, Fray García de Cisneros, Fray Luis de Fuensalida, Fray Juan de Ribas,  Fray Francisco Jiménez, Fray Andrés de Córdoba y Fray Juan de Palos. Éstos últimos no ordenados presbíteros, sino hermanos legos para los oficios humildes.

Son los pioneros en la obra de la evangelización, y aunque eran pocos, su gran labor dio abundancia de frutos porque Dios estaba con ellos. Vencería los obstáculos de los distintos idiomas, de las costumbres, del clima y de la religiosidad de los naturales arraigados a tradiciones seculares.

Apóstoles unos, discípulos otros

     La mies es mucha en el siglo que corre y el campo de acción es todo el globo. Cristo dijo a sus apóstoles: “Vayan por todo el mundo”. No era su obra redentora y su doctrina sólo para Judea, Galilea, Samaria.

     Cristo dice ahora lo mismo. En esta semana partirá a un país de África un joven sacerdote originario de aquí, de Guadalajara. En Chad, casi al centro de Africa, hay tres casas de misioneros Catequistas de Jesús Sacramentado, también de aquí. En el Seminario Mayor hay alumnos extranjeros que han venido a estudiar Teología. La Iglesia extiende su corazón y sus brazos a todo el mundo, es católica --o sea universal--, y para todos lados han sido enviados los apóstoles y los discípulos.

     Se les llama discípulos, y no con menor mérito a los no ungidos con el sacramento del orden, los no sacerdotes que son llamados laicos.  

El apostolado de los seglares

     El Concilio Vaticano II (1962-1965) abrió las puertas y las ventanas al edificio de la Iglesia, purificó y rejuveneció sus dinámicas de apostolado con una muy amplia visión hacia el futuro y renovando el compromiso de todo bautizado, pues por el hecho de ser cristiano debe ser luz. Lanzó a los seglares, no sacerdotes ni religiosos, a tomar parte responsable y activa en la propagación del Evangelio. ¿Por qué nada más deberían de ser apóstoles los vestidos de sotana o de hábito religioso?

     Sonó fuerte la hora de los seglares o laicos. La palabra laico viene del griego laios, pueblo, ikos, de; es el apóstol del pueblo, el no ungido.

     El 18 de noviembre de 1965, ya en los últimos días del Concilio, se puso a votación el “Decreto sobre el Apostolado de los Seglares “Apostolicam Actuositatem”, y fue aprobado por 2,340 votos de los obispos reunidos y sólo dos votos en contra. Consta de un proemio, seis capítulos y una exhortación final, presentado en treinta y tres números. Éstos son los capítulos:Vocación de los seglares al apostolado; Fines que hay que lograr; Los diversos campos del apostolado; Las diferentes formas de apostolado; Orden que hay que observar; Formación para el apostolado.

     Fue este documento el resultado de tres años de estudio y fruto de experiencias, de aportaciones orales y escritas, de discusiones, de intenso trabajo. Setecientas propuestas de enmienda dieron origen a la última redacción.

Este apostolado en todos los tiempos ha sido necesario

     “El Concilio, con el propósito de intensificar el dinamismo apostólico del Pueblo de Dios, se dirige solícitamente a los seglares, cuya función específica y absolutamente necesaria en la misión de la Iglesia ha recordado ya en otros documentos (del Concilio) por qué el apostolado de los seglares, que brota de la esencia misma de su vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia. La propia Sagrada Escritura demuestra con abundancia cuán espontáneo y fructuoso fue el dinamismo en los orígenes de la Iglesia”.

     Con este párrafo se abre el documento sobre la presencia que debe ser apostólica de los laicos o seglares. Fueron setenta y dos los enviados, y no eran sacerdotes; eran entusiastas, encendidos con la predicación del Maestro. Y son necesarios en este siglo XXI.

“Que la paz reine en esta casa”

     Así fue el saludo de los setenta y dos. Así es el saludo de los discípulos de Cristo en este siglo de contrastes: fabulosas riquezas y miseria a la vez; con oportunidades o carente de ellas; países en sobreabundancia de poder y recursos, y otros pueblos arrastrando sus pobrezas; cultura e incultura; salud y enfermedades: virtudes y vicios repugnantes. De todo eso es el actual espectáculo.

     Siempre está en juego la paz del mundo. Quienes buscan solución en la economía o en las armas, no encontrarán la paz. El futuro de la humanidad sólo puede construirse en una paz apoyada en la justicia y con mayor perfección en el amor.

     “Toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino”. (Gaudium et Spes número 29).

     Esa reciente ley del Estado de Arizona, ¿estará pensada para encontrar el bien común? ¿Respetará los derechos del hombre? ¿Generará la paz?

     El cristiano debe llevar siempre un saludo de amor, una actitud de justicia, un deseode verdadera paz.

José R. Ramírez     

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