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Cuando todo falla, ¿a quién le rezan?
El Niño Fidencio, la Santa Muerte o Jesús Malverde, son venerados pese a no contar con el reconocimiento oficial de la Iglesia Cátolica.
GUADALAJARA, JALISCO (18/MAR/2012).- Madre e hija se aproximan de rodillas hacia la capilla de Juan Soldado en Tijuana, a tan sólo unos metros de la frontera internacional.
El milagro lo vale. Hace algunos años, la madre perdió a la hija y no volvió a saber de ella en mucho tiempo. Se quedó sola y sin esperanzas. Hasta que conoció a Juanito Soldado: “Él es muy milagroso”, le dijo su comadre, “él te la regresa”.
Las dos juntas ahora, agradecen el favor recibido. Poco les importa que los medios de comunicación hayan influido en el rencuentro, ya que fue gracias a un reportaje sobre el santo popular —realizado por el Canal 8 de San Diego— que la pequeña reconoció a su progenitora en la televisión.
Igual que Juan Soldado, otros santos seculares como el Niño Fidencio, la Santa Muerte o Jesús Malverde son venerados por miles de mexicanos, a pesar de no contar con el reconocimiento oficial de la Iglesia Católica. Mucho más importante que el visto bueno de la institución es la fe, la convicción y las tradiciones que dotan de sentido y significado a la vida de los creyentes.
Testimonios como el del rencuentro de la madre con la hija son materia cotidiana en la labor investigativa de José Manuel Valenzuela, profesor del Departamento de Estudios Culturales del Colegio de la Frontera Norte, quien se aproximó al fenómeno religioso debido a su profundo interés en la cultura popular.
Explica el investigador, que allí donde han existido perspectivas hegemónicas dominantes en torno a los asuntos sagrados, van a permanecer otro tipo de creencias que no necesariamente están en sintonía con la propuesta oficializada.
Así sucedió no sólo en México, sino en gran parte de América Latina, donde a pesar de la imposición de la religión católica por medio de las armas, quedaron arraigados ciertos elementos de las cosmogonías prehispánicas. Y es así como se han ido construyendo expresiones que incorporan elementos de la religiosidad oficial, las formas místicas tradicionales y los héroes populares.
La Virgen de Guadalupe es sin duda el caso más visible de dicho sincretismo. Una advocación mariana de la Iglesia Católica con la impronta de Tonantzin: la Virgen María en versión mexicana.
Sin embargo, la Lupita forma parte de los pocos casos que sí han sido incorporados de manera clara por la institución, ya que como explicó Valenzuela, se le considera como otra representación de la madre de Jesús. Lo mismo que sucede con el Niñopan adorado por los Xochimilcas, pues aun con sus rasgos indígenas, no deja de ser la figura del Niño Dios.
Los Santos de la gente
Las apropiaciones de santos en la religiosidad popular son muchas y muy variadas. Y aunque no se trata de un fenómeno nuevo, como apunta Valenzuela, muchas de las expresiones sí han adquirido mayor visibilidad en las últimas décadas.
¿La razón? Que gran parte de estas experiencias simplemente “han salido del clóset”, dice el investigador.
Tal es el caso de la Santa Muerte, culto que comenzó a notarse gracias a que Enriqueta Romero —la guardiana de la Virgen Calavera— le montó su primer altar hace 12 años, allá en la calle Alfarería del barrio de Tepito.
Después de que Doña Queta hiciera pública la figura de 1.70 metros que le regaló su hijo, y en torno de la cual actualmente se concentran miles de personas el primer martes de cada mes, los altares a la también llamada Niña Blanca no han dejado de manifestarse en barrios populares mexicanos.
El profesor Alberto Hernández, también del Colegio de la Frontera Norte, conoce bien el caso de la Santa Muerte, ya que además de ser un estudioso de los fenómenos religiosos en México, es originario de Tepito y hermano del cronista local.
“Los santos populares son los que la gente ve y en los que cree” comenta Hernández, “pues de las miles de figuras en el santoral católico, los latinoamericanos son muy pocos”. Apunta que los personajes que han logrado inmiscuirse en la devoción popular, tuvieron que haber tenido alguna gracia en vida. Desde realizar milagros, curaciones o ayudar a los pobres, hasta haber sido acusados y juzgados injustamente; ser mártires.
Pero eso sí, como declaró Doña Queta al diario español El País, “primero Dios y después la Santa Muerte”. Y lo mismo sucede en la mayoría de los casos en que se veneran los santos populares. Sus fieles no abandonan los ritos católicos, y como afirma Valenzuela, son pocos los que consideran a estas figuras como algo paralelo o por encima de Dios.
Pero más allá de que los santos no reconocidos por la Iglesia Católica permeen la mística popular mexicana, en opinión de José Manuel Valenzuela su existencia denota la “enorme cantidad de carencias que tiene la población mexicana”.
Obtener un empleo, curar alguna enfermedad, salir de la cárcel o proteger algún pariente involucrado en el crimen organizado, son algunas de entre las miles de peticiones de los mexicanos hoy en día, en el entorno de las complejidades y las problemáticas del país.
El santo Malverde
Jesús González es el encargado de cuidar la capilla del Santo Malverde, ubicada cerca de los rieles de ferrocarril en un barrio popular de Culiacán, Sinaloa. La misión es una herencia de su padre, a quien los doctores habían dado por muerto después de un asalto en el que recibió cuatro balazos. Herido de gravedad, el hombre prometió a Malverde que si lo curaba le haría una capilla. Y así fue.
Como narró González para un reportaje de Univisión, miles de devotos y peregrinos asisten cada año a pedir o dar gracias al santo, desde pescadores, migrantes y trabajadores, hasta empresarios, políticos, artistas y deportistas.
Jesús Juárez Mazo, mejor conocido como Jesús Malverde, es uno de esos personajes que fue santificado por la gente gracias a su función redentora. “Es una síntesis de lo que fueron los héroes populares o los bandidos sociales de finales del siglo XIX”, explica el investigador Alberto Hernández.
La historia mitificada habla de una suerte de Robin Hood sinaloense que robaba a los ricos para dar a los pobres, cuenta por otra parte José Manuel Valenzuela. Por eso la gente creía en él y le tenía mucha lealtad, hasta que fue capturado, colgado y dejado en sepulto como escarmiento.
Ambos investigadores desmienten el prejuicio extendido de que Malverde es un santo exclusivo de los narcotraficantes. Lo que sucede, explican, es que se trata de un santo popular, y en efecto muchos de los narcotraficantes originarios de Sinaloa, así como mucha gente común, creció pidiendo favores a esta figura. Y claro, los agradecimientos de aquellos involucrados en el narco fueron siempre más fastuosos, lo que ocasionó que dicha asociación se hiciera común.
“No se puede reducir este tipo de expresiones populares que son muy amplias, a una de las vertientes”, advierte Valenzuela, “en específico a la vertiente criminalizante, como usualmente se hace, ya que así resulta fácil golpear las creencias”.
La Santa Muerte
La muerte está en todos lados / de ella no quieren hablar / no hay que olvidar que nacimos / y un día nos van a enterrar/ Diosito nos dio la vida/ y ella nos la va a quitar/ Yo adoro y quiero a la Muerte / y hasta le tengo un altar / hay miles que ahora le rezan/ la iglesia empieza a temblar/ abiertamente ya hay curas/ que la empiezan a adorar”
Los anteriores son versos de un corrido de Los Originales de San Juan a propósito de la Santa Muerte, también conocida como Virgen Calavera o Niña Blanca, descrita por sus fieles como tierna, comprensiva, ayudadora y “un ser de luz”.
Su influencia traspasa fronteras. En México se localiza sobre todo en Tepito, Tijuana, Ciudad Juárez y Nuevo Laredo, mientras que en Estados Unidos el culto se concentra en Los Ángeles.
Las raíces de esta figura se remontan a la época prehispánica, a Mictlantecuhtli, el señor del inframundo de Aztecas, Zapotecas y Mixtecas. Parte del ciclo natural de la vida, presente en la cultura popular por siglos.
Enriqueta Romero, originaria de Tepito, fue la primera en sacar a la calle el altar a “la flaquita”, visibilizando así una antigua devoción. Fue su tía la que primero la introdujo en la veneración de la Santa Muerte siendo todavía una niña, contó Doña Queta al diario El Universal. Pero entonces sí era una actividad un tanto oculta que se practicaba por la madrugada y a escondidas.
Actualmente la devoción se ha extendido a miles de files, y sin embargo, hay quien la sigue acusando de santera, hechicera o bruja. “Hablo de fe y me acusan de hereje, bruja… yo sólo cuido el altar, no guío ni le saco el dinero a los devotos. Aquí nadie le ve la cara a nadie”, aseguró la guardiana de la Virgen Calavera.
El investigador José Manuel Valenzuela y su hijo Pavel, describen el culto a esta figura en el documental Santísima Muerte, Niña blanca, Niña bonita, a través de un recorrido por sus principales santuarios en México.
“Es la muerte, lo que está detrás de la carne, del músculo, de la piel. Es una realidad que está ahí, es algo que somos ya”, afirma Valenzuela, “empezamos a morir desde el momento en que nacemos. Es una muerte como mediadora de Dios”.
El Niño Fidencio
Un altar al Niño Fidencio ubicado junto a la carretera, recibe a los visitantes de Espinazo, Nuevo León, si bien faltan aún 28 kilómetros para llegar al poblado. El busto de José Fidencio Constantino Síntora descansa sobre un pedestal. En su imagen se distingue un rostro joven y bien peinado que viste traje y corbata.
Sobre el cemento, una placa de metal informa que inicia el territorio de la Iglesia Fidencista Cristiana, al que cada año acuden miles de personas originarias de México y Estados Unidos en busca de sanación para todo tipo de males.
La historia se remonta a 1898, año en que nació en Guanajuato José Fidencio. Al quedar huérfano, emigró al pueblo del Norte en compañía de Enrique López de la Fuente, amigo y protector que lo acompañaría durante toda su vida. En ese lugar, Fidencio aprendió de las propiedades curativas de las plantas.
Cuenta el investigador José Manuel Valenzuela que el primer hombre que curó Fidencio tenía una grave infección en la pierna y que, a partir de entonces, dedicó su vida a esa actividad. Las enormes necesidades de la población alrededor de los años veinte del siglo pasado, contribuyeron para que se acudiera a este personaje en busca de salud o consuelo espiritual, esto a pesar de su físico débil, su voz aguda y su imagen aniñada.
La fama del Niño Fidencio se consolidó cuando, en 1928, bajó en la estación de tren de Espinazo el Presidente Plutarco Elías Calles se sometió a una intervención del curandero. Se dice que desde entonces, Calles dejó de padecer de un serio problema de la piel.
Diez años después de ese episodio murió Fidencio, no sin antes advertir de su próximo regreso. Después de tres días, su imagen apareció en el árbol donde hacía su meditación, lo que dio lugar al nacimiento del culto fidencista.
Surgieron así los llamados Cajitas: depositarios espirituales del Niño Fidencio, a través de los cuales se siguen manifestando sus facultades de sanación.
“Hay una iglesia formal conformada por la hija de quien fuera el soporte de Fidencio desde la infancia”, explica el investigador José Manuel Valenzuela. “Se llama Fabiola, y su hijo Ariel es el encargado de la iglesia, la cual está formalizada con una serie de elementos adaptados de los preceptos del catolicismo”.
El milagro lo vale. Hace algunos años, la madre perdió a la hija y no volvió a saber de ella en mucho tiempo. Se quedó sola y sin esperanzas. Hasta que conoció a Juanito Soldado: “Él es muy milagroso”, le dijo su comadre, “él te la regresa”.
Las dos juntas ahora, agradecen el favor recibido. Poco les importa que los medios de comunicación hayan influido en el rencuentro, ya que fue gracias a un reportaje sobre el santo popular —realizado por el Canal 8 de San Diego— que la pequeña reconoció a su progenitora en la televisión.
Igual que Juan Soldado, otros santos seculares como el Niño Fidencio, la Santa Muerte o Jesús Malverde son venerados por miles de mexicanos, a pesar de no contar con el reconocimiento oficial de la Iglesia Católica. Mucho más importante que el visto bueno de la institución es la fe, la convicción y las tradiciones que dotan de sentido y significado a la vida de los creyentes.
Testimonios como el del rencuentro de la madre con la hija son materia cotidiana en la labor investigativa de José Manuel Valenzuela, profesor del Departamento de Estudios Culturales del Colegio de la Frontera Norte, quien se aproximó al fenómeno religioso debido a su profundo interés en la cultura popular.
Explica el investigador, que allí donde han existido perspectivas hegemónicas dominantes en torno a los asuntos sagrados, van a permanecer otro tipo de creencias que no necesariamente están en sintonía con la propuesta oficializada.
Así sucedió no sólo en México, sino en gran parte de América Latina, donde a pesar de la imposición de la religión católica por medio de las armas, quedaron arraigados ciertos elementos de las cosmogonías prehispánicas. Y es así como se han ido construyendo expresiones que incorporan elementos de la religiosidad oficial, las formas místicas tradicionales y los héroes populares.
La Virgen de Guadalupe es sin duda el caso más visible de dicho sincretismo. Una advocación mariana de la Iglesia Católica con la impronta de Tonantzin: la Virgen María en versión mexicana.
Sin embargo, la Lupita forma parte de los pocos casos que sí han sido incorporados de manera clara por la institución, ya que como explicó Valenzuela, se le considera como otra representación de la madre de Jesús. Lo mismo que sucede con el Niñopan adorado por los Xochimilcas, pues aun con sus rasgos indígenas, no deja de ser la figura del Niño Dios.
Los Santos de la gente
Las apropiaciones de santos en la religiosidad popular son muchas y muy variadas. Y aunque no se trata de un fenómeno nuevo, como apunta Valenzuela, muchas de las expresiones sí han adquirido mayor visibilidad en las últimas décadas.
¿La razón? Que gran parte de estas experiencias simplemente “han salido del clóset”, dice el investigador.
Tal es el caso de la Santa Muerte, culto que comenzó a notarse gracias a que Enriqueta Romero —la guardiana de la Virgen Calavera— le montó su primer altar hace 12 años, allá en la calle Alfarería del barrio de Tepito.
Después de que Doña Queta hiciera pública la figura de 1.70 metros que le regaló su hijo, y en torno de la cual actualmente se concentran miles de personas el primer martes de cada mes, los altares a la también llamada Niña Blanca no han dejado de manifestarse en barrios populares mexicanos.
El profesor Alberto Hernández, también del Colegio de la Frontera Norte, conoce bien el caso de la Santa Muerte, ya que además de ser un estudioso de los fenómenos religiosos en México, es originario de Tepito y hermano del cronista local.
“Los santos populares son los que la gente ve y en los que cree” comenta Hernández, “pues de las miles de figuras en el santoral católico, los latinoamericanos son muy pocos”. Apunta que los personajes que han logrado inmiscuirse en la devoción popular, tuvieron que haber tenido alguna gracia en vida. Desde realizar milagros, curaciones o ayudar a los pobres, hasta haber sido acusados y juzgados injustamente; ser mártires.
Pero eso sí, como declaró Doña Queta al diario español El País, “primero Dios y después la Santa Muerte”. Y lo mismo sucede en la mayoría de los casos en que se veneran los santos populares. Sus fieles no abandonan los ritos católicos, y como afirma Valenzuela, son pocos los que consideran a estas figuras como algo paralelo o por encima de Dios.
Pero más allá de que los santos no reconocidos por la Iglesia Católica permeen la mística popular mexicana, en opinión de José Manuel Valenzuela su existencia denota la “enorme cantidad de carencias que tiene la población mexicana”.
Obtener un empleo, curar alguna enfermedad, salir de la cárcel o proteger algún pariente involucrado en el crimen organizado, son algunas de entre las miles de peticiones de los mexicanos hoy en día, en el entorno de las complejidades y las problemáticas del país.
El santo Malverde
Jesús González es el encargado de cuidar la capilla del Santo Malverde, ubicada cerca de los rieles de ferrocarril en un barrio popular de Culiacán, Sinaloa. La misión es una herencia de su padre, a quien los doctores habían dado por muerto después de un asalto en el que recibió cuatro balazos. Herido de gravedad, el hombre prometió a Malverde que si lo curaba le haría una capilla. Y así fue.
Como narró González para un reportaje de Univisión, miles de devotos y peregrinos asisten cada año a pedir o dar gracias al santo, desde pescadores, migrantes y trabajadores, hasta empresarios, políticos, artistas y deportistas.
Jesús Juárez Mazo, mejor conocido como Jesús Malverde, es uno de esos personajes que fue santificado por la gente gracias a su función redentora. “Es una síntesis de lo que fueron los héroes populares o los bandidos sociales de finales del siglo XIX”, explica el investigador Alberto Hernández.
La historia mitificada habla de una suerte de Robin Hood sinaloense que robaba a los ricos para dar a los pobres, cuenta por otra parte José Manuel Valenzuela. Por eso la gente creía en él y le tenía mucha lealtad, hasta que fue capturado, colgado y dejado en sepulto como escarmiento.
Ambos investigadores desmienten el prejuicio extendido de que Malverde es un santo exclusivo de los narcotraficantes. Lo que sucede, explican, es que se trata de un santo popular, y en efecto muchos de los narcotraficantes originarios de Sinaloa, así como mucha gente común, creció pidiendo favores a esta figura. Y claro, los agradecimientos de aquellos involucrados en el narco fueron siempre más fastuosos, lo que ocasionó que dicha asociación se hiciera común.
“No se puede reducir este tipo de expresiones populares que son muy amplias, a una de las vertientes”, advierte Valenzuela, “en específico a la vertiente criminalizante, como usualmente se hace, ya que así resulta fácil golpear las creencias”.
La Santa Muerte
La muerte está en todos lados / de ella no quieren hablar / no hay que olvidar que nacimos / y un día nos van a enterrar/ Diosito nos dio la vida/ y ella nos la va a quitar/ Yo adoro y quiero a la Muerte / y hasta le tengo un altar / hay miles que ahora le rezan/ la iglesia empieza a temblar/ abiertamente ya hay curas/ que la empiezan a adorar”
Los anteriores son versos de un corrido de Los Originales de San Juan a propósito de la Santa Muerte, también conocida como Virgen Calavera o Niña Blanca, descrita por sus fieles como tierna, comprensiva, ayudadora y “un ser de luz”.
Su influencia traspasa fronteras. En México se localiza sobre todo en Tepito, Tijuana, Ciudad Juárez y Nuevo Laredo, mientras que en Estados Unidos el culto se concentra en Los Ángeles.
Las raíces de esta figura se remontan a la época prehispánica, a Mictlantecuhtli, el señor del inframundo de Aztecas, Zapotecas y Mixtecas. Parte del ciclo natural de la vida, presente en la cultura popular por siglos.
Enriqueta Romero, originaria de Tepito, fue la primera en sacar a la calle el altar a “la flaquita”, visibilizando así una antigua devoción. Fue su tía la que primero la introdujo en la veneración de la Santa Muerte siendo todavía una niña, contó Doña Queta al diario El Universal. Pero entonces sí era una actividad un tanto oculta que se practicaba por la madrugada y a escondidas.
Actualmente la devoción se ha extendido a miles de files, y sin embargo, hay quien la sigue acusando de santera, hechicera o bruja. “Hablo de fe y me acusan de hereje, bruja… yo sólo cuido el altar, no guío ni le saco el dinero a los devotos. Aquí nadie le ve la cara a nadie”, aseguró la guardiana de la Virgen Calavera.
El investigador José Manuel Valenzuela y su hijo Pavel, describen el culto a esta figura en el documental Santísima Muerte, Niña blanca, Niña bonita, a través de un recorrido por sus principales santuarios en México.
“Es la muerte, lo que está detrás de la carne, del músculo, de la piel. Es una realidad que está ahí, es algo que somos ya”, afirma Valenzuela, “empezamos a morir desde el momento en que nacemos. Es una muerte como mediadora de Dios”.
El Niño Fidencio
Un altar al Niño Fidencio ubicado junto a la carretera, recibe a los visitantes de Espinazo, Nuevo León, si bien faltan aún 28 kilómetros para llegar al poblado. El busto de José Fidencio Constantino Síntora descansa sobre un pedestal. En su imagen se distingue un rostro joven y bien peinado que viste traje y corbata.
Sobre el cemento, una placa de metal informa que inicia el territorio de la Iglesia Fidencista Cristiana, al que cada año acuden miles de personas originarias de México y Estados Unidos en busca de sanación para todo tipo de males.
La historia se remonta a 1898, año en que nació en Guanajuato José Fidencio. Al quedar huérfano, emigró al pueblo del Norte en compañía de Enrique López de la Fuente, amigo y protector que lo acompañaría durante toda su vida. En ese lugar, Fidencio aprendió de las propiedades curativas de las plantas.
Cuenta el investigador José Manuel Valenzuela que el primer hombre que curó Fidencio tenía una grave infección en la pierna y que, a partir de entonces, dedicó su vida a esa actividad. Las enormes necesidades de la población alrededor de los años veinte del siglo pasado, contribuyeron para que se acudiera a este personaje en busca de salud o consuelo espiritual, esto a pesar de su físico débil, su voz aguda y su imagen aniñada.
La fama del Niño Fidencio se consolidó cuando, en 1928, bajó en la estación de tren de Espinazo el Presidente Plutarco Elías Calles se sometió a una intervención del curandero. Se dice que desde entonces, Calles dejó de padecer de un serio problema de la piel.
Diez años después de ese episodio murió Fidencio, no sin antes advertir de su próximo regreso. Después de tres días, su imagen apareció en el árbol donde hacía su meditación, lo que dio lugar al nacimiento del culto fidencista.
Surgieron así los llamados Cajitas: depositarios espirituales del Niño Fidencio, a través de los cuales se siguen manifestando sus facultades de sanación.
“Hay una iglesia formal conformada por la hija de quien fuera el soporte de Fidencio desde la infancia”, explica el investigador José Manuel Valenzuela. “Se llama Fabiola, y su hijo Ariel es el encargado de la iglesia, la cual está formalizada con una serie de elementos adaptados de los preceptos del catolicismo”.