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Angelita, el muerto y un diagnóstico de melodrama

Hace unos días le avisaron que su marido había muerto; su vida es de película, una mezcla entre Los olvidados de Luis Buñuel, Nosotros los pobres de Ismael Rodríguez y Cadena perpetua de Arturo Ripstein

GUADALAJARA, JALISCO (29/SEP/2013).- A Angelita la buscaron el viernes 20 de septiembre para avisarle que su esposo, Juan Manuel Rodríguez, se había muerto de cirrosis hepática, en el antiguo Hospital Civil de Guadalajara, que tenía que ir a reconocerlo al Servicio Médico Forense, que se diera prisa. Angelita, que estaba tomando el camión rumbo al sanatorio, se desmayó y despertó convencida de que la vida es una porquería. En el anfiteatro Angelita sentía que flotaba. El encargado de los muertos la apuró a echarle un ojo al desdichado que yacía dentro de una bolsa negra. El cuarto olía a formol. Angelita volvió a desmayarse. Aquel muerto no era su esposo.

Aclarada la confusión, Angelita Jaramillo, 37 años, siete hijos, cinco nietos y un marido vivo que se llama igual que el marido muerto de otra, sigue pensando que la vida apesta. Ya no por la viudez, sino por la falta de dinero para no enviudar.

A diferencia de su homónimo, el esposo de Angelita, Juan Manuel Rodríguez, está vivo pero no sabe lo que le espera si sigue así.

Para pagar las consecuencias del mal que lo llevó a la cama —las amibas se le fueron al hígado—, su mujer malbarató la televisión, empeñó el estéreo, se deshizo del teléfono celular. Su casera la amenaza con sacarle las pertenencias que le quedan a la calle Laureles de la Colonia Tateposco si no recibe, mañana lunes, los dos meses de renta que le deben. Y en el hospital le exigen a Angelita que desembolse casi seis mil pesos, para seguir atendiendo a su marido o por lo menos firmarle un alta voluntaria.

Antes de caer al Hospital Civil, Juan Manuel tenía tiempo sin trabajar como maistro albañil porque estaba débil. Angelita es una artesana de las tortillas que, torteando ocho horas diarias, se gana 475 pesos a la semana. Es una mujer fértil: una procreadora de obreros de la albañilería que a veces trabajan, a veces no, siempre viven con ella y también son muy fértiles. Es una de esos 362 mil jaliscienses a las que el Consejo Nacional de Evaluación de la Política en Desarrollo Social ha puesto en el entrepaño de los pobres extremos. Y eso que para ser pobre extremo en México nomás se necesitan 3.6 requisitos de una lista, en la que esta mujer es miserable por sus ingresos, por sus carencias sociales, por su rezago educativo, porque no tiene acceso ni a una vivienda digna ni a una alimentación suficiente y, como ya se ve, ni a los servicios de salud.

Treintona apenas y abuela ya, la afligida es la madre abnegada de Los olvidados de Luis Buñuel; la habitante más jodida de la vecindad de Nosotros los pobres de Ismael Rodríguez; la coprotagonista de Cadena perpetua de Arturo Ripstein.

Ahora, los personajes que la acompañan en su drama hospitalario también parecen salidos de una película mexicana.

En el elenco hay un Juan Manuel Rodríguez bien muerto por una cirrosis hepática y metido en una bolsa negra y otro Juan Manuel Rodríguez medio vivo, en la cama 17 del sexto piso del antiguo Hospital Civil de Guadalajara. El vivo es un albañil flaco y tatuado —muy parecido a Don Ramón el del Chavo—, que se ha querido fugar de la cama, el piso y el hospital porque la economía familiar no resiste una amibiasis en el hígado.

Hay algunos médicos del piso que se compadecen, le recomiendan a Angelita que vaya a Trabajo Social para que le perdonen la deuda y escriben una nota para quien la atenderá ahí en unos minutos.

Y hay una trabajadora social —quizás maltratada por una jefa a la que la jefa también maltrata— que olvidó las convicciones con las que entró a la universidad, hace ya una vida y, tal vez cansada porque el país jamás cambió, sólo le queda atender a los pacientes más pobres del sistema con palabras de consuelo: “Óigame no sea abusiva si todo lo quiere gratis el Seguro Popular ya le está dando la mitad no sea concha pague el resto y dígale al doctor ese que se ponga a curar enfermos no a decidir a quién le cobramos y a quién no. Fal-ta-ba-más”.

“Son instrucciones de arriba”, diría la trabajadora social en la película y lo mismo dirá su jefa y la jefa de su jefa... y así se podría llamar la película.

El detalle es que Angelita Jaramillo y las cosas que le ocurren no han pasado por el arte del guión cinematográfico, sino por la crudeza de la realidad. Acá todos los personajes viven en Guadalajara y conviven en el Hospital Civil, que el fundador, Fray Antonio Alcalde, dedicó a la humanidad doliente, a finales del siglo XVIII.

Cuál será el final de la historia de Angelita, no se sabe aún. Si la trama fuera nada más la enfermedad, la protagonista tiene un destino Buñuel. Entre médicos de barrio, estudios de laboratorio y camiones ha gastado más de tres mil pesos. En un hospital famoso por su calidad médica de primer mundo y por su calidez humana le piden cuatro mil pesos con tal de hacerle la punción que le falta a Juan Manuel para sacarle el pus del hígado. También le piden “dos mil y feriecita”, como ella dice, por los días que ha usado la cama, los pañales y los medicamentos. Le exigen que no sea conchuda, que pague. La casera amenaza con el desalojo.

En el guión faltan todavía la casa, los hijos, los nietos y la diabetes de la propia mujer.

“Yo trabajo para mantener la casa. En estos días ni he comido bien ¿viera? Ni hambre me da. No me da hambre porque estamos en la ruina. Ya no puedo: he pensado hasta en quitarme la vida”, dice la tortillera en retahíla, con la voz rota.

Es Angelita Jaramillo, a la que buscaron el 20 de septiembre para avisarle que su esposo, Juan Manuel Rodríguez, se había muerto en el antiguo Hospital Civil de Guadalajara. Angelita, que estaba tomando el camión rumbo al sanatorio, se desmayó. Cuando despertó supo que aquel muerto fue la cosa menos mala que le ha pasado en las últimas semanas.

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