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Álamos, el oasis sonorense

En este poblado la amabilidad de sus habitantes y el sabor del norte lo convierte en un referente único del Estado de Sonora

GUADALAJARA, JALISCO (11/SEP/2016).- Sonora es el segundo Estado de mayor extensión territorial en México. Una Entidad que se caracteriza por sus altas temperaturas, la buena comida, las bellas mujeres y sobre todo por tener diversos destinos, tan diferentes y únicos, que para hablar de ellos hay que estar ahí, conocerlos y vivirlos. Uno de ellos es Álamos, un pequeño poblado con apenas 10 mil habitantes que acoge al visitante con su belleza, tranquilidad y gentileza de sus pobladores.

Antes de conocer este Pueblo Mágico, encumbrado gracias a su poderosa actividad minera, no me imaginaba que al final del día me iba a sorprender tanto. Y es que en cada rincón y en cada callejuela se respira paz, aquí encontré un aura perfecta para el descanso, para olvidar el bullicio de la ciudad y simplemente me dejé llevar por su inspiración natural y arquitectónica.

Llegar a Álamos es como entrar a nuestra propia casa. Los Arcos reciben al visitante con una puerta sin chapa, un lugar abierto para quien quiera disfrutar de este hogar sumergido en una amplia extensión boscosa, con un clima generoso en esta época del año por las lluvias frecuentes, a pesar de las altas temperaturas que rondan los 35 a 40 grados centígrados al Sur de Sonora. Sin embargo, este sitio hace las pases con el clima gracias a los afluentes de arroyos que dan de beber a la región, por lo que quienes visitan el lugar -la mayoría desde Navojoa o Ciudad Obregón-, encuentran en este paraíso un verdadero oasis en el desierto.

Al pasar la frontera de los Arcos nos recibe una plazoleta muy típica que inicia con un pequeña glorieta para luego extenderse longitudinalmente a lo largo de la calle General Antonio Rosales. Surcamos las callejuelas adoquinadas hasta la calle Mariano Matamoros para luego girar a la derecha y una cuadra más adelante alcanzamos a ver la majestuosa torre de la Parroquia de la Purísima Concepción.

El escenario se complementa a la perfección con una Plaza de Armas que poco a poco ha modificado su fisonomía desde que la ciudad se fundó en 1685. El kiosko de más de un siglo de antigüedad y sus frondosos jardines son el marco perfecto para los turistas que llegamos a cualquiera de los diferentes restaurantes que se extienden a lo largo de los portales que rodean el Centro -y es que Álamos por eso es bien llamada “La Ciudad de los Portales”-.

Capricho perfecto

Quizá pude apreciar de mejor forma la belleza de este Pueblo Mágico porque entre semana (y más en esta temporada) la afluencia turística es baja. Sonaré egoísta, pero disfruté tener a Álamos a mi gusto. Llegamos a comer al único restaurante abierto que vimos en estos portales en pleno lunes por la tarde, el Terracota. Este sitio, ubicado a un costado del Hotel Los Portales, cuenta con una excelente vista desde su pequeña terraza guarecida por los pilares de la edificiación colonial. ¿Su sabor? El que esperábamos de un sitio de gusto tan exigente como lo es el paladar sonorense. Se puede pedir desde un café, hasta un buen corte de res, pasando por el infaltable pescado preparado al gusto, por supuesto acompañado por una cerveza “bien helada”.

Luego de comer, lo mejor es ir a la Plaza de Armas por un rico raspado y caminar para perderse por las calles de Álamos; cada calle es diferente y tiene un estilo que puede ser envidiable para otros pueblos mágicos.

Limpieza, seguridad y un gran set de película a donde miremos, es lo que podemos encontrar. Esto se disfruta mejor si se toma el “trenecito” o “la calandria” (ambos motorizados) con capacidad para una veintena de turistas (el paseo cuesta 20 pesos por persona), en los que se hace un recorrido alrededor de Álamos, para conocer otros ángulos del pueblo.

Al avanzar por las callejuelas de pasillos angostos se descubre el sabor histórico de Álamos. Se puede admirar la casa donde nació María Félix, cuyo orgullo sonorense y actitud norteña combinada con elegancia le dieron el mote de “La Doña”. También, supimos que el Hotel Hacienda de Los Santos es uno de los más exclusivos del mundo; que existe una capilla dedicada a la Virgen de Zapopan; que el callejón del beso tiene su propia historia que contar y que a pesar de ser un pueblo muy pequeño, cuenta con una enorme cantidad de posadas y hoteles de buena calidad en su servicio para hospedarse, y por qué no, hasta para quedarse una larga temporada.

El punto que culminó esta visita fue subir (se puede a pie y en auto) hasta el Mirador, a escasos cinco minutos del Centro de Álamos. Desde allí se puede observar un perfecto atardecer. Despedir al Sol desde este punto es algo incomparable a la vista. Ver cómo las montañas dibujan su silueta conforme el Astro Rey se despide al mismo tiempo que los focos del pueblo se encienden y comienzan a dar la bienvenida a la Luna, es un espectáculo para vivirse.

Tras un día que se fue volando como pocos, es que tomé la carretera hacia Navojoa, para después de una hora de camino llegar a Ciudad Obregón, donde estuve hospedado al ser el punto estratégico para moverse por esta región del país.

Sin duda, visitar Álamos fue una gran experiencia que será convertida en un hábito. Su belleza es incomparable y es un verdadero oasis no sólo del desierto, sino para la vida.

EL INFORMADOR / MARIO ALBERTO CASTILLO

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