“Votar o no votar...” (y III)

ENTRE VERAS Y BROMAS              

¿De cuándo acá ese furor de los políticos profesionales por la participación activa —es decir, con votos ortodoxos, no con votos deliberadamente nulos— del ciudadano en los comicios del próximo 5 de julio?... ¿Cómo entender sus encendidas arengas a favor de la democracia y de un ejercicio “participativo”, y no de protesta como el que promueven quienes impulsan la campaña pro anulación del voto?...

—II—

¿En eso consiste la democracia?... ¿En valerse de argucias, mentiras, consignas bobaliconas o coacciones morales para que los ciudadanos acudan a las urnas, a legitimar a priori a los gobernantes... y a lamentarse (y a “mentárselas”...) en cuanto se cae la máscara amable del candidato, o se desprende, desgastado, envejecido en unos cuantos días de uso, el maquillaje de las promesas de campaña, y “los mejores hombres” de los partidos muestran, impúdicamente, su verdadero rostro, y el ciudadano se percata del engaño porque descubre, inexorablemente, que los que llegan son, en el mejor de los casos, tan deshonestos y tan incompetentes como los que ya se fueron...?

La “democracia” a la mexicana consiste, vía de regla, en ofrecer obviedades —seguridad, empleo, salud, educación, bienestar...— y en afectar honradez y vocación de servicio. Ésos son los ingredientes de una fórmula, eficaz para los vividores de la política, estéril para el ciudadano; una fórmula de publicidad y mercadotecnia, de venta de imagen, orientada al efecto de conseguir votos... pero no al auténtico compromiso de los candidatos con las necesidades de la sociedad.

—III—

Político, en México, es una mala palabra. Ese vocablo es sinónimo de mentiroso, ladrón, demagogo, oportunista, vividor y arrastrado.

El único punto de coincidencia de los militantes de todos los partidos políticos, al menos en México, es el beneficio propio.

El papel del ciudadano, en ese juego perverso, se limita a aportar los votos que legitiman de antemano a quienes ganan las elecciones. Y en ese orden de ideas, a sabiendas de que es ingenuo suponer que el voto vaya a cambiar el estado de cosas, de que es ilusorio esperar que sirva para poner en los puestos públicos a “los mejores”, y de que el rol del ciudadano de a pie se limita a ser el de idiota útil —como decía Marx—, cada quien es libre de decidir si participa o no en el juego...
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