Si el voto de castigo contra los gobernantes emanados del PAN provocó la alternancia—añeja exigencia panista—al entregar la victoria, envuelta para regalo, a los candidatos del PRI (con el “plus” de que, a diferencia de lo que de ordinario sucedía en el pasado, esta vez no quedó la menor duda acerca de la legitimidad absoluta de su triunfo), el siguiente paso obligado de éstos, ya como gobernantes electos, tenía que ser el que se dio la semana pasada: la presencia de los próximos alcaldes de Guadalajara, Zapopan, Tlaquepaque y Tonalá en la Cámara de Diputados, para solicitar una rebanada de siete mil millones de pesos del pastel presupuestal para el año próximo, etiquetada para una línea del Tren Ligero.
Era lo honesto. Era, en estrictos términos de congruencia, lo que tocaba.
La pelota de la decisión sobre ese tema tan delicado, pues, está en la cancha de la Cámara de Diputados. Si la respuesta es positiva, los priistas, reinstalados con bombo y platillos como gobernantes por la ciudadanía de la zona metropolitana, llegarán a sus cargos, el próximo primero de enero, con una espectacular carta de triunfo a guisa de tarjeta de presentación: “Servidos, señores; promesa cumplida...”.
La eventual luz verde para construir esa línea del Tren Ligero, de Tesistán a la Normal (por las avenidas Juan Gil Preciado, Laureles y Ávila Camacho), sería, prácticamente, la puntilla para la Línea 2 del Macrobús, proyectada para circular, al menos en parte, por la misma ruta. Sería, de paso, un severo quebranto, una espectacular zancadilla, un serio cuestionamiento para el proyecto integral del Macrobús. Y sería, probablemente, un paso más—aunque sea incipiente... y tardío por varias décadas, como de costumbre—hacia el sueño que se acariciaba desde los tiempos de Medina Ascensio como gobernador de Jalisco (1965-1971): un Metro para Guadalajara.