Yuri Herrera escribió el sábado pasado en “Babelia”, que “las narrativas sirven para darle sentido a la historia y, en México, por ejemplo, la conquista (se considera) una historia trágica, la independencia es una épica y el advenimiento de la democracia, unas veces es una comedia y otras una epopeya. Mirar nuestro devenir en términos poéticos es una manera de entender cómo nos ha pasado el tiempo y de cargar de propósitos el futuro”.
Tal vez eso le sucedió a Anatole France, como en México a aquellos novelistas que se han atrevido a tratar bien a don Porfirio reconociendo su gran obra civil que todavía perdura, como es la estación ferroviaria del tres veces Heroico Puerto de Veracruz; el Ángel de la Independencia en el Paseo de la Reforma, para celebrar el primer centenario en 1910; el Palacio de las Comunicaciones (ahora MUNAL) o la línea de ferrocarril que cruzaba el sur hasta el norte, de la que el noruego Schjetnan pensó colgarse con un ramal directo desde el Lago de Chapala, pero aquellos que se atrevan a escribir sobre esto, le pasará la trituradora nacionalista que prohíbe alabar a los que, históricamente, no se ubican en los movimientos democráticos —como tampoco se les permite hablar del valor de Hernán Cortés en la conquista— y así, la novela que trata estos asuntos, se pierde en las brumas del olvido y su autor es denigrado como lo fue Anatole France.
Al novelista lo domina más la “pasión por conocer” que la política o la historia pues, como dice Kundera: “¿Qué novedad puede descubrir un novelista que no haya sido descrito en miles de libros, unos más doctos que otros, pero todos mejor documentados que la propia novela?”
Lo que escribió Anatole France sobre la época del terror revolucionario lo rechazan, porque narra cómo en plena euforia contrarrevolucionaria, un personaje que era un dragón de la Revolución que, en plena euforia de terror, había denunciado a mucha gente frente al tribunal, ahora era el mismo que brillaba entre los vencedores, como esos políticos camaleones que conocemos y que libran las batallas sexenales para ponerse del color de la bandera del partido que los ampara, como esas farsas que podemos leer entre líneas en las novelas de la Revolución.
MARTÍN CASILLAS DE ALBA / Escritor y cronista.
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