México

Trigo sin paja

Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla en dondequiera que esté, ya sea en la casa, en el campo, en el bosque, en el agua o en la Iglesia

En vísperas de la parafernalia celebrativa del Segundo Centenario del Inicio de la Independencia, creo prudente reproducir el estremecedor decreto de excomunión de la jerarquía católica mexicana que maldijo y degradó ferozmente al Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla. La saña y el odio inconcebible de tal decreto, fue signado por el obispo de Michoacán Manuel Abad y Quino, amigo personal de Hidalgo (¿).

Queda para conocimiento y asombro de todos los mexicanos la escalofriante condena al Padre de la Patria:


“Por la autoridad de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de la Inmaculada Virgen María, Madre y Patrona del Salvador y de todas las vírgenes celestiales, Ángeles, Arcángeles, Tronos, Dominios Profetas y Evangelistas; de los Santos Inocentes, que en la presencia del Cordero son hallados dignos de cantar el nuevo coro de los benditos Mártires y de los Santos Confesores, de todas las Santas Vírgenes y de todos los santos, juntamente con el bendito elegido de Dios, sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, ex-cura del pueblo de Dolores.

Lo excomulgamos para que sea atormentado y anatematizado, despojado y entregado a Satán, Apártese de nosotros como el fuego se aparta del agua, a menos que se arrepienta y haga penitencia.

Amén. Que el Padre que creó al hombre le maldiga; que el Hijo que sufrió por nosotros le maldiga; que el Espíritu Santo que se derrama en el bautismo le maldiga; que la Santa Cruz de la cual descendió Cristo triunfante sobre sus enemigos le maldiga; que María Santísima, Virgen siempre y madre de Dios, le maldiga, que todos los Ángeles, Príncipes y Poderosos y todas las huestes celestiales le maldigan; que San Juan el Precursor, San Pedro, San Pablo, San Andrés y todos los otros apóstoles de Cristo juntos le maldigan y también el resto de los discípulos y evangelistas; los mártires y confesores que por su obra agradaron a Dios, le maldigan.

Que el Santo Coro de las Benditas Vírgenes, quienes por honor a Cristo han despreciado las cosas del mundo, le condenen; que todos los santos que desde el principio del mundo hasta las edades más remotas amaron a Dios, le condenen.

Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla en dondequiera que esté, ya sea en la casa, en el campo, en el bosque, en el agua o en la Iglesia.

Sea maldito en vida y muerte. Sea maldito en todas las facultades de su cuerpo. Sea maldito comiendo y bebiendo, hambriento, sediento, ayunando, durmiendo, sentado, parado, trabajando o descansando.

Sea maldito interior y exteriormente; sea maldito en su pelo, sea maldito en su cerebro y en sus vértebras; en sus sienes, en sus mejillas, en sus mandíbulas, en su nariz, en sus dientes y muelas, en sus hombros, en sus manos y sus dedos.

Sea condenado en su boca, en  su pecho, en su corazón, en sus entrañas y hasta en su mismo estómago. Sea maldito en sus riñones, en sus ingles, en sus muslos, en sus genitales, en sus caderas, en sus piernas, en sus pies y en sus uñas.

Sea maldito en toda su coyuntura y la articulación de todos sus miembros, desde la corona de su cabeza hasta la planta de sus pies; que no tenga un punto bueno. Que el Hijo de Dios viviente con toda su majestad le maldiga, y que los cielos con todos sus poderes se levanten contra él, que le maldigan y condenen, a menos que se arrepienta y haga penitencia. Así sea. Amén”...

¿Es concebible en un dignatario eclesiástico tanta rabia, tanta ferocidad, tanto odio...?

El maestro de generaciones Dr. Edmundo O’Gorman, que impartió la cátedra de Historia de la Historiografía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y que fue maestro mío el año de 1946, en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia dijo: “Fue tan violenta, tan devastadora la revolución acaudillada por Hidalgo, que siempre me embarga la sorpresa al recordar que sólo cuatro meses estuvo al mando efectivo de los combatientes.

En el increíblemente corto espacio de 120 días, aquel teólogo criollo, cura de almas pueblerinas, galante, jugador y dado a música y bailes; gran aficionado a la lectura y amante de las faenas del campo y de la artesanía, dio al traste con un gobierno de tres siglos de arraigo, porque si la vida no le alcanzó para verlo, no hay duda que fue él quien hirió de muerte al Virreinato”.

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