México
Trigo sin paja
En los regímenes democráticos, las elecciones son buena oportunidad para el cobro de afrentas políticas y el pago de facturas pendientes
En los regímenes democráticos, las elecciones son buena oportunidad para el cobro de afrentas políticas y el pago de facturas pendientes.
En el mes de noviembre de 2006, las elecciones representaron para George W. Bush un verdadero terremoto político, ya que fue reprimido severamente por el electorado. Su arrogante suficiencia fue castigada.
El votante entendió que lo engañaron con lemas fáciles y virtudes prestadas: “Los Estados Unidos son la última gran esperanza de la libertad humana” (Bush); “Los Estados Unidos se bastan a sí mismos, no requieren de una ilusoria comunidad internacional” (Condoleezza Rice); el desprecio soberano del vicepresidente Chenney a la minoría parlamentaria; la incompetencia militar del depuesto secretario Rumsfeld; el cínico empleo del miedo y la religión.
Todo este tinglado de mentiras e incapacidades, se cayó estrepitosamente con las elecciones. El elector, al fin, se percató que la guerra de Iraq fue un gran montaje de mentiras, nunca hubo armas de destrucción masiva, lo único cierto es que Iraq tenía el ambicionado petróleo que el vicepresidente Dick Chenney explota a través de la poderosa petrolera Halliburton.
Hoy, Iraq es lugar de cita del terrorismo mundial y el espejismo democrático de Bush que pretendió extender la democracia desde el Mar Mediterráneo al Mar Caspio, ignorando las profundas divisiones religiosas, políticas y tribales que separan a suníes, chiitas, kurdos, y a sus respectivos aliados en Saudí, Arabia, Afganistán, Pakistán y, sobre doto, Irán.
En resumen: engaño, burla y prepotencia... Pero como decimos en nuestros lenguaje coloquial; a toda capillita se le llega su fiesta.
Año tras año, a fines de noviembre, los Estados Unidos celebran el día de Acción de Gracias, expresando su gratitud a Dios y a los indios que con él colaboraron en la salvación de los conquistadores.
El invierno de 1620 había matado a la mitad de los peregrinos que llegaron en el navío Mayflower. Al año siguiente, Dios decidió salvar a los sobrevivientes.
Los indios les dieron amparo, cazaron y pescaron para ellos, les enseñaron a cultivar maíz, a distinguir las plantas venenosas, a descubrir las plantas medicinales y a encontrar nueces y arándanos y otros frutos silvestres.
Los salvados ofrecieron a los salvadores una fiesta de Acción de Gracias que fue celebrada en la aldea inglesa de Plymouth, que poco antes se había llamado Patuxet, que fue una aldea indígena devastada por la viruela, la difteria, la fiebre amarilla y otros obsequios venidos de Europa.
Ése fue el primer día de Acción de Gracias en honor a los indios.
Cuando los venidos en el Mayflower invadieron las tierras indígenas merced a su depredatorio e innato espíritu de conquista, llegó la hora de la verdad.
Los invasores, que se llamaban a sí mismos santos y también elegidos, dejaron de llamar nativos a los indios, a los que en adelante llamaron cristiana y agradecidamente con el sobrenombre de salvajes.
El tiempo transcurre implacable y deja sobre los rostros la huella del remordimiento por las horas perdidas, por los años desperdiciados, por los lustros arrojados con desdén a los drenajes de la vida.
En el mes de noviembre de 2006, las elecciones representaron para George W. Bush un verdadero terremoto político, ya que fue reprimido severamente por el electorado. Su arrogante suficiencia fue castigada.
El votante entendió que lo engañaron con lemas fáciles y virtudes prestadas: “Los Estados Unidos son la última gran esperanza de la libertad humana” (Bush); “Los Estados Unidos se bastan a sí mismos, no requieren de una ilusoria comunidad internacional” (Condoleezza Rice); el desprecio soberano del vicepresidente Chenney a la minoría parlamentaria; la incompetencia militar del depuesto secretario Rumsfeld; el cínico empleo del miedo y la religión.
Todo este tinglado de mentiras e incapacidades, se cayó estrepitosamente con las elecciones. El elector, al fin, se percató que la guerra de Iraq fue un gran montaje de mentiras, nunca hubo armas de destrucción masiva, lo único cierto es que Iraq tenía el ambicionado petróleo que el vicepresidente Dick Chenney explota a través de la poderosa petrolera Halliburton.
Hoy, Iraq es lugar de cita del terrorismo mundial y el espejismo democrático de Bush que pretendió extender la democracia desde el Mar Mediterráneo al Mar Caspio, ignorando las profundas divisiones religiosas, políticas y tribales que separan a suníes, chiitas, kurdos, y a sus respectivos aliados en Saudí, Arabia, Afganistán, Pakistán y, sobre doto, Irán.
En resumen: engaño, burla y prepotencia... Pero como decimos en nuestros lenguaje coloquial; a toda capillita se le llega su fiesta.
Año tras año, a fines de noviembre, los Estados Unidos celebran el día de Acción de Gracias, expresando su gratitud a Dios y a los indios que con él colaboraron en la salvación de los conquistadores.
El invierno de 1620 había matado a la mitad de los peregrinos que llegaron en el navío Mayflower. Al año siguiente, Dios decidió salvar a los sobrevivientes.
Los indios les dieron amparo, cazaron y pescaron para ellos, les enseñaron a cultivar maíz, a distinguir las plantas venenosas, a descubrir las plantas medicinales y a encontrar nueces y arándanos y otros frutos silvestres.
Los salvados ofrecieron a los salvadores una fiesta de Acción de Gracias que fue celebrada en la aldea inglesa de Plymouth, que poco antes se había llamado Patuxet, que fue una aldea indígena devastada por la viruela, la difteria, la fiebre amarilla y otros obsequios venidos de Europa.
Ése fue el primer día de Acción de Gracias en honor a los indios.
Cuando los venidos en el Mayflower invadieron las tierras indígenas merced a su depredatorio e innato espíritu de conquista, llegó la hora de la verdad.
Los invasores, que se llamaban a sí mismos santos y también elegidos, dejaron de llamar nativos a los indios, a los que en adelante llamaron cristiana y agradecidamente con el sobrenombre de salvajes.
El tiempo transcurre implacable y deja sobre los rostros la huella del remordimiento por las horas perdidas, por los años desperdiciados, por los lustros arrojados con desdén a los drenajes de la vida.