México

Trigo sin paja

Todos estamos estupefactos al cerciorarnos que funcionarios de todos los niveles, policías y soldados, cobran en las nóminas del narcotráfico

Los alardes de violencia sin límites de los cárteles que riñen y se matan entre sí en franca pendencia por controles territoriales de su ilícito y pingüe negocio, ha degenerado, sin más, en terrorismo amedrantador contra el ciudadano inerme que, aterrorizado, clama a la protección gubernamental.

Todos estamos estupefactos al cerciorarnos que funcionarios de todos los niveles, policías y soldados, cobran en las nóminas del narcotráfico.

Ciudad Juárez es la muestra ominosa, siniestra y terrible de una realidad que inútilmente se ha pretendido simular.
Retóricas gastadas y exhortaciones recurrentes no han menguado el desánimo de una ciudadanía incrédula, resignada a soportar la vesania y los excesos de una enloquecida facción de homicidas.

El problema de miles de jóvenes asimilados al narcotráfico no es ajeno a la ausencia de expectativas aceptables de vida para tener un sustento decoroso.

A la falta de empleos se agrega la cancelación de sus aspiraciones para proseguir sus estudios por falta de cupo en centros educacionales del Estado, lo mismo que en las escuelas privadas, por la simple razón de las prohibitivas colegiaturas.

Desplazados de ambas posibilidades, sólo les queda el destino de la calle, la universidad de la vida y las posibilidades tentadoras del dinero fácil y suficiente de los cárteles de la droga.

En el trastocamiento de los valores juveniles está fincado el sólido cimiento de la delincuencia organizada en su expresión más salvaje y su crueldad más primitiva...

La visión clara y evidente de esta inocultable realidad, difícil es pretender desdibujarla con elocuentes disertaciones y llamados patéticos a la corresponsabilidad ciudadana.

Vivimos el deterioro lastimoso de una sociedad que parece haber perdido el rumbo.

La Constitución que nos rige garantiza la libertad de creencias.

Por eso mismo, la escuela no debe ser entre nosotros, ni un anexo clandestino del templo, ni un arma deliberadamente apuntada contra la autenticidad de la fe.

En nuestras aulas se debe enseñar a vivir sin odio por la religión que las familias profesan, pero sin complicidad con los fanatismos que cualquier religión intente suscitar en las nuevas generaciones.

Liberal es una palabra que, a pesar de la insidia con que han querido ensuciarla, sigue siendo una palabra pariente sanguínea de la libertad y de las mejores cosas que le han pasado a la Humanidad, desde el nacimiento del individuo, la democracia, el reconocimiento del otro, los derechos humanos, la lenta disolución de las fronteras y la coexistencia en la diversidad.

No hay palabra que represente mejor la idea de civilización y que esté más reñida con todas las manifestaciones de la barbarie que han llenado de sangre, injusticia, censura, crímenes y explotación la historia humana.

Los intelectuales modernos luchan con denuedo para mantenerla vida y operante, frente a todos los fundamentalismos oscurantistas que desde los cuatro puntos cardinales han pretendido inútilmente aherrojarla.

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