México
Temas para reflexionar
De casi todas las cosas los hombres han hecho dioses, y con casi todos los frutos de la Tierra han hecho líquidos para emborracharse
Los hombres han inventado muchos dioses, y han inventado también muchos demonios. Así mismo, han inventado muchas maneras de embriagarse.
De casi todas las cosas los hombres han hecho dioses, y con casi todos los frutos de la Tierra han hecho líquidos para emborracharse.
La peor ebriedad, sin embargo, la más nociva y peligrosa, es la ebriedad de un Dios. Quien sufre esta embriaguez se siente por encima de sus semejantes y cree que la Divinidad habla por él. Cuidado con los que padecen la dipsomanía de lo sagrado; son capaces de profanarlo todo.
La sangre del político no es igual que la sangre del periodista. Circulan por venas distintas y alimentan organismos diferentes. No hay manera de que sus torrentes se unan sin envenenarse.
De los excesos fundamentalistas, tanto del Gobierno como de los fanáticos religiosos, ¿quién no recuerda las estremecedoras fotografías de los cristeros que lucen con orgullo el collar de orejas que han cortado a sus rivales?
En toda revancha, los excesos se pagan con excesos.
Resulta inexplicable que la audacia y la imaginación que los Estados Unidos han puesto en juego para resolver complejos problemas con sus enemigos, no sea empleadas para solucionar sencillos y sensibles problemas con quienes obligadamente nos ostentamos como sus amigos.
En las más de las veces, nuestros presidentes se han conducido más como predicadores que como estadistas.
La característica fundamental de nuestro sistema político es un presidente de la República dotado de facultades y de recursos ilimitados. Este hecho lo convierte fatalmente en el gran dispensadores de bienes y favores y aun de milagros. Y claro, que quien da sin recibir nada a cambio, tiene que ser aplaudido sin reserva, pues la crítica y las mentadas sólo pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar.
Las mieles del poder son capaces de volver al revés a un hombre, y transformarlo en otro diametralmente opuesto.
Cuando la paz es impuesta, deja de merecer ese nombre para llamarla represión, cementerio, sometimiento.
El biólogo Richard Daurkins ha hablado de una epidemia de ignorancia voluntaria y virtuosa. “Se trata de una enfermedad que infecta la mente. Quienes padecen este malestar, sienten la necesidad compulsiva de creer en algo sin base en prueba o razón que fundamente su credo.
Creen que el solo carácter misterioso de una convicción es, en sí misma, algo bueno: la significación de su altísimo significado. La religión católica —dice el intelectual inglés— cree que el vino puede convertirse en sangre, y que todo se resuelve con llamar ‘misterio’ a este fenómeno”.
El inmediatismo y la improvisación son el cáncer de nuestra política.
Al sostener el ex secretario de Estado, Foster Dulles, que los Estados Unidos no tienen amigos, sino intereses, dio la más inescrupulosa exhibición de realismo cínico.
De casi todas las cosas los hombres han hecho dioses, y con casi todos los frutos de la Tierra han hecho líquidos para emborracharse.
La peor ebriedad, sin embargo, la más nociva y peligrosa, es la ebriedad de un Dios. Quien sufre esta embriaguez se siente por encima de sus semejantes y cree que la Divinidad habla por él. Cuidado con los que padecen la dipsomanía de lo sagrado; son capaces de profanarlo todo.
La sangre del político no es igual que la sangre del periodista. Circulan por venas distintas y alimentan organismos diferentes. No hay manera de que sus torrentes se unan sin envenenarse.
De los excesos fundamentalistas, tanto del Gobierno como de los fanáticos religiosos, ¿quién no recuerda las estremecedoras fotografías de los cristeros que lucen con orgullo el collar de orejas que han cortado a sus rivales?
En toda revancha, los excesos se pagan con excesos.
Resulta inexplicable que la audacia y la imaginación que los Estados Unidos han puesto en juego para resolver complejos problemas con sus enemigos, no sea empleadas para solucionar sencillos y sensibles problemas con quienes obligadamente nos ostentamos como sus amigos.
En las más de las veces, nuestros presidentes se han conducido más como predicadores que como estadistas.
La característica fundamental de nuestro sistema político es un presidente de la República dotado de facultades y de recursos ilimitados. Este hecho lo convierte fatalmente en el gran dispensadores de bienes y favores y aun de milagros. Y claro, que quien da sin recibir nada a cambio, tiene que ser aplaudido sin reserva, pues la crítica y las mentadas sólo pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar.
Las mieles del poder son capaces de volver al revés a un hombre, y transformarlo en otro diametralmente opuesto.
Cuando la paz es impuesta, deja de merecer ese nombre para llamarla represión, cementerio, sometimiento.
El biólogo Richard Daurkins ha hablado de una epidemia de ignorancia voluntaria y virtuosa. “Se trata de una enfermedad que infecta la mente. Quienes padecen este malestar, sienten la necesidad compulsiva de creer en algo sin base en prueba o razón que fundamente su credo.
Creen que el solo carácter misterioso de una convicción es, en sí misma, algo bueno: la significación de su altísimo significado. La religión católica —dice el intelectual inglés— cree que el vino puede convertirse en sangre, y que todo se resuelve con llamar ‘misterio’ a este fenómeno”.
El inmediatismo y la improvisación son el cáncer de nuestra política.
Al sostener el ex secretario de Estado, Foster Dulles, que los Estados Unidos no tienen amigos, sino intereses, dio la más inescrupulosa exhibición de realismo cínico.