México
La rabia sigue ahí
La fuerza de un capo se alimenta de dos cosas: su poder real, es decir el tamaño del mercado que controla, su capacidad ejecutora
Muerto el perro no se acabó la rabia, por el contrario, en este caso la rabia se expande, se difumina y se descontrola.
La razón es muy sencilla: la enfermedad no está en el perro, está en la sociedad.
“Nacho” Coronel, abatido el jueves en Guadalajara por el Ejército, era, además de un capo de altos vuelos, un mito: controlaba estados completos, no sólo en lo referente a narcotráfico, sino incluso a la seguridad.
Según la leyenda, nada se movía en el Occidente del país sin la aprobación de “Nacho”: tenía en sus manos a las policías, pero también a los malandros, que es mucho más difícil.
El mito de “Nacho” llegó a tal grado, que en una ocasión en que un alto funcionario del Gobierno de Jalisco presumía que habían detenido al capo y de todas las monerías de éste, uno de sus interlocutores, con toda lógica, le dijo: “Si todo eso es cierto, pues mejor suéltalo”.
A Coronel lo “detuvieron” al menos cinco veces en los últimos cuatro años, y en la última hasta lo intercambiaron por Diego Fernández de Cevallos.
El poder de “Nacho” estaba sentado en la gran capacidad de fabulación que generaba a su alrededor.
La fuerza de un capo se alimenta de dos cosas: su poder real, es decir el tamaño del mercado que controla, su capacidad ejecutora, el control territorial, etcétera, y su poder mítico.
Si Coronel era sólo la mitad de lo que se decía de él, quien murió el jueves fue, a no dudarlo, el hombre más poderoso del Occidente de México.
De él se decía que tenía control de las policías, del Poder Judicial, que tenía fuerzas armadas propias, ojos en todas las colonias y acuerdos a todos los niveles.
¿Qué hace que un capo se convierta en mito urbano? El primer ingrediente es su poder real y su capacidad corruptora.
No hay mito sin realidad. Coronel controlaba desde Guadalajara el mercado de “cristal” (metanfetamina cristalizada) de Estados Unidos y gran parte de Europa.
Pero el segundo y más importante es lo que “los que saben”, en estos casos básicamente los políticos, los policías y los periodistas, dicen de ellos.
El mito que se crea alrededor de un personaje de estos es parte esencial de su poder y de su impunidad: ningún policía de a pie o secretario de juzgado se va a poner a investigar si lo que dicen de la relación entre el capo y los altos mandos de un Estado es realidad: lo cree y actúa en consecuencia.
El gran poder del mito es que genera realidades, en este caso temor e impunidad.
La caída de Coronel es un paso importante en la guerra contra los capos del narcotráfico, pero poco o nada cambia respecto a los verdaderos problemas: el alto y creciente consumo de droga en este país, y la violencia asociada a la distribución y el consumo.
La rabia sigue ahí, buscando un perro que la porte.
La razón es muy sencilla: la enfermedad no está en el perro, está en la sociedad.
“Nacho” Coronel, abatido el jueves en Guadalajara por el Ejército, era, además de un capo de altos vuelos, un mito: controlaba estados completos, no sólo en lo referente a narcotráfico, sino incluso a la seguridad.
Según la leyenda, nada se movía en el Occidente del país sin la aprobación de “Nacho”: tenía en sus manos a las policías, pero también a los malandros, que es mucho más difícil.
El mito de “Nacho” llegó a tal grado, que en una ocasión en que un alto funcionario del Gobierno de Jalisco presumía que habían detenido al capo y de todas las monerías de éste, uno de sus interlocutores, con toda lógica, le dijo: “Si todo eso es cierto, pues mejor suéltalo”.
A Coronel lo “detuvieron” al menos cinco veces en los últimos cuatro años, y en la última hasta lo intercambiaron por Diego Fernández de Cevallos.
El poder de “Nacho” estaba sentado en la gran capacidad de fabulación que generaba a su alrededor.
La fuerza de un capo se alimenta de dos cosas: su poder real, es decir el tamaño del mercado que controla, su capacidad ejecutora, el control territorial, etcétera, y su poder mítico.
Si Coronel era sólo la mitad de lo que se decía de él, quien murió el jueves fue, a no dudarlo, el hombre más poderoso del Occidente de México.
De él se decía que tenía control de las policías, del Poder Judicial, que tenía fuerzas armadas propias, ojos en todas las colonias y acuerdos a todos los niveles.
¿Qué hace que un capo se convierta en mito urbano? El primer ingrediente es su poder real y su capacidad corruptora.
No hay mito sin realidad. Coronel controlaba desde Guadalajara el mercado de “cristal” (metanfetamina cristalizada) de Estados Unidos y gran parte de Europa.
Pero el segundo y más importante es lo que “los que saben”, en estos casos básicamente los políticos, los policías y los periodistas, dicen de ellos.
El mito que se crea alrededor de un personaje de estos es parte esencial de su poder y de su impunidad: ningún policía de a pie o secretario de juzgado se va a poner a investigar si lo que dicen de la relación entre el capo y los altos mandos de un Estado es realidad: lo cree y actúa en consecuencia.
El gran poder del mito es que genera realidades, en este caso temor e impunidad.
La caída de Coronel es un paso importante en la guerra contra los capos del narcotráfico, pero poco o nada cambia respecto a los verdaderos problemas: el alto y creciente consumo de droga en este país, y la violencia asociada a la distribución y el consumo.
La rabia sigue ahí, buscando un perro que la porte.