Jalisco
Simula que algo quedará
Como la difamación, la simulación también es rentable: simula que algo quedará
Es una constante: los camioneros nunca cumplen con lo que se comprometen cada vez que firman un aumento a la tarifa. Si hubieran cumplido todo lo que han firmado con las autoridades en los últimos 10 años, el transporte público de Guadalajara sería de primer mundo.
A estas alturas no sólo todas las unidades deberían estar remozadas y pintadas. Según acuerdos anteriores, debería haber un sistema universal de prepago, todas deberían traer gobernador de velocidad, ya debimos haber terminado con el sistema de pago por pasaje a los choferes y ninguno de ellos debería de contaminar ni de rebasar. La realidad es totalmente otra: las carreritas de camiones siguen y cada vez peor; el sistema de prepago no existe (salvo en el Macrobús, con muchísimos problemas), los autobuses siguen siendo de chile y de manteca, muchos están totalmente descuidados, mientras el gobernador de velocidad les importa un bledo (y el otro también).
Así platicada la historia, pareciera que tenemos un “pulpo camionero” que es tan inteligente y brillante que cada negociación hace tontos a los funcionarios del gobierno, y un gobierno profundamente torpe que además no aprende. La excusa de que los talleres están saturados es verdaderamente tonta, las recaudadoras también lo estaban y a nadie le dieron prórroga para pagar su tenencia y su refrendo. Cuando se acordó el tema, suponemos, el tiempo que se les dio fue con base en cálculos. Si los cálculos fallaron, entonces hay un responsable (en este caso de nada grave, nadie se va a morir de esto). Sólo hay de dos sopas, o hubo desidia de los camioneros, lo cual es altamente probable pues siempre ha sido así, o se equivocaron en los cálculos, lo cual es un problema de gobierno.
Si esto hubiese sucedió una vez valdría la pena hasta investigar qué pasó, pero como es la historia de siempre, lo más probable es que sea parte de la simulación política. Para justificar el aumento, el gobierno tiene que exigir mejoras, que por lo demás sabe que no son exigibles porque las tarifas que permite no dan para un servicio mejor. Y no da no porque sea demasiado barato sino porque el sistema es ineficiente en sí mismo. Esto no es más que un juego de simulaciones: el gobierno hace como que exige, para lavarse la cara frente a la opinión pública cada vez que autoriza un aumento, y los concesionarios hacen como que aceptan, agarran la lana del incremento autorizado y se olvidan de los compromisos.
Como la difamación, la simulación también es rentable: simula que algo quedará.
A estas alturas no sólo todas las unidades deberían estar remozadas y pintadas. Según acuerdos anteriores, debería haber un sistema universal de prepago, todas deberían traer gobernador de velocidad, ya debimos haber terminado con el sistema de pago por pasaje a los choferes y ninguno de ellos debería de contaminar ni de rebasar. La realidad es totalmente otra: las carreritas de camiones siguen y cada vez peor; el sistema de prepago no existe (salvo en el Macrobús, con muchísimos problemas), los autobuses siguen siendo de chile y de manteca, muchos están totalmente descuidados, mientras el gobernador de velocidad les importa un bledo (y el otro también).
Así platicada la historia, pareciera que tenemos un “pulpo camionero” que es tan inteligente y brillante que cada negociación hace tontos a los funcionarios del gobierno, y un gobierno profundamente torpe que además no aprende. La excusa de que los talleres están saturados es verdaderamente tonta, las recaudadoras también lo estaban y a nadie le dieron prórroga para pagar su tenencia y su refrendo. Cuando se acordó el tema, suponemos, el tiempo que se les dio fue con base en cálculos. Si los cálculos fallaron, entonces hay un responsable (en este caso de nada grave, nadie se va a morir de esto). Sólo hay de dos sopas, o hubo desidia de los camioneros, lo cual es altamente probable pues siempre ha sido así, o se equivocaron en los cálculos, lo cual es un problema de gobierno.
Si esto hubiese sucedió una vez valdría la pena hasta investigar qué pasó, pero como es la historia de siempre, lo más probable es que sea parte de la simulación política. Para justificar el aumento, el gobierno tiene que exigir mejoras, que por lo demás sabe que no son exigibles porque las tarifas que permite no dan para un servicio mejor. Y no da no porque sea demasiado barato sino porque el sistema es ineficiente en sí mismo. Esto no es más que un juego de simulaciones: el gobierno hace como que exige, para lavarse la cara frente a la opinión pública cada vez que autoriza un aumento, y los concesionarios hacen como que aceptan, agarran la lana del incremento autorizado y se olvidan de los compromisos.
Como la difamación, la simulación también es rentable: simula que algo quedará.