Internacional
El bagel, un panecillo agujereado que viajó del shtetl judío al espacio
Con el agujero de un donut y el sabor de un panecillo algo dulce, el bagel se ha popularizado en Europa y América
LONDRES, INGLATERRA.- Con el agujero de un donut y el sabor de un panecillo algo dulce, el "bagel" se ha popularizado en Europa y América en las últimas décadas y hasta ha llegado al espacio, aunque fueron los inmigrantes judíos quienes hace más de un siglo lo importaron de sus shtetl (barrios) de la Europa del Este.
Aunque se asocia principalmente a los asquenazíes (judíos que se asentaron en esa zona de Europa a comienzos del siglo X), que lo adoptaron para rituales funerales o como ofrenda en nacimientos, este pan de densa miga se creó en la cristiana Polonia en el siglo XVII.
Pero después se extendió a otros países de la zona y hasta Rusia, donde aún hoy se venden delicias similares.
Hay muchas versiones sobre los orígenes de este panecillo, pronunciado "béiguel", que suele ofrecerse relleno de salmón ahumado y queso cremoso.
Se dice, por ejemplo, que el primer "bagel" lo horneó en 1683 un panadero austríaco para agradecerle al rey Juan III Sobieski de Polonia que derrotara a los turcos otomanos.
Como el monarca era muy buen jinete, el artesano dio a la masa forma de estribo y la bautizó con ese nombre en austríaco, "beugel", aunque existen variaciones alemanas de la palabra con significados como "anillo" ('beigel') o "brazalete" ('bugel').
Sin embargo, otra teoría sostiene que nació en Cracovia mucho antes, como alternativa a un pan magro que se vendía por Cuaresma, y se ha documentado que ya en 1610 se ofrecían "beygls" (en Yiddish) a las parturientas.
En la Polonia de la época, al parecer los judíos se aficionaron a los "bagels" porque era un pan que se podía preparar con respeto al Sabbath: la masa se ultimaba antes del periodo de descanso semanal, cuando se dejaba descansar las preceptivas 12 horas para, una vez concluido el receso, proceder a hornearla.
"El 'bagel' tiene un sabor único, no se puede comparar con el de un panecillo", dice convencido Sami, propietario de una emblemática panadería judía en un barrio del este de Londres.
Este pequeño empresario de origen israelí cree que su secreto es "el sabor ligeramente dulzón" y, más importante, el hecho de que la masa se hierve antes de ser cocida en el horno.
Sami es uno de tantos judíos que a lo largo de los siglos se han establecido en el East End londinense, y especialmente en el barrio multicultural de Brick Lane, hoy poblado sobre todo por bengalíes pero con muchos vestigios de un pasado en el que dominaron los hebreos de la Europa oriental.
En Brick Lane se encuentra la que se considera una de las tiendas de "bagels" (o "beigels", como escriben los locales) de inmigrantes judíos más antigua del mundo, que comenzó a operar a mediados del siglo XIX y en la que ya trabajó Sami, antes de montar su comercio justo al lado, convertido hoy en una institución abarrotada las 24 horas del día.
En la modesta tienda de Sami, se prepara la masa con harina de trigo, agua, sal, levadura y azúcar de malta; se divide en grandes pedazos que se amasan individualmente y se aplanan con un peso que a su vez la separa en porciones.
Cada una de estas pequeñas porciones se pasa por una máquina que las convierte en anillos, que se dejan reposar en unas bandejas antes de ser hervidos unos minutos y finalmente dorados en el horno.
La implantación del "bagel" en Norteamérica, donde gozan de una enorme popularidad, se aceleró con la invención en 1880 del queso cremoso y la llegada por esas fechas de miles de nuevos emigrantes judíos, sobre todo a Nueva York y Chicago, en EU, y a Montreal en Canadá.
Aparte del colectivo hebreo, el panecillo agujereado no llegó a la mayoría de la población estadounidense hasta bien entrados los años sesenta del siglo XX, cuando se inventaron máquinas de producción masiva y la versión congelada del producto.
Recientemente incluso llegó al espacio: en 2008, el astronauta judío-canadiense Gregory Chamitoff se llevó nada menos que dieciocho "bagels" (cubiertos de semillas de amapola) en una misión a la Estación Espacial Internacional.
Aunque se asocia principalmente a los asquenazíes (judíos que se asentaron en esa zona de Europa a comienzos del siglo X), que lo adoptaron para rituales funerales o como ofrenda en nacimientos, este pan de densa miga se creó en la cristiana Polonia en el siglo XVII.
Pero después se extendió a otros países de la zona y hasta Rusia, donde aún hoy se venden delicias similares.
Hay muchas versiones sobre los orígenes de este panecillo, pronunciado "béiguel", que suele ofrecerse relleno de salmón ahumado y queso cremoso.
Se dice, por ejemplo, que el primer "bagel" lo horneó en 1683 un panadero austríaco para agradecerle al rey Juan III Sobieski de Polonia que derrotara a los turcos otomanos.
Como el monarca era muy buen jinete, el artesano dio a la masa forma de estribo y la bautizó con ese nombre en austríaco, "beugel", aunque existen variaciones alemanas de la palabra con significados como "anillo" ('beigel') o "brazalete" ('bugel').
Sin embargo, otra teoría sostiene que nació en Cracovia mucho antes, como alternativa a un pan magro que se vendía por Cuaresma, y se ha documentado que ya en 1610 se ofrecían "beygls" (en Yiddish) a las parturientas.
En la Polonia de la época, al parecer los judíos se aficionaron a los "bagels" porque era un pan que se podía preparar con respeto al Sabbath: la masa se ultimaba antes del periodo de descanso semanal, cuando se dejaba descansar las preceptivas 12 horas para, una vez concluido el receso, proceder a hornearla.
"El 'bagel' tiene un sabor único, no se puede comparar con el de un panecillo", dice convencido Sami, propietario de una emblemática panadería judía en un barrio del este de Londres.
Este pequeño empresario de origen israelí cree que su secreto es "el sabor ligeramente dulzón" y, más importante, el hecho de que la masa se hierve antes de ser cocida en el horno.
Sami es uno de tantos judíos que a lo largo de los siglos se han establecido en el East End londinense, y especialmente en el barrio multicultural de Brick Lane, hoy poblado sobre todo por bengalíes pero con muchos vestigios de un pasado en el que dominaron los hebreos de la Europa oriental.
En Brick Lane se encuentra la que se considera una de las tiendas de "bagels" (o "beigels", como escriben los locales) de inmigrantes judíos más antigua del mundo, que comenzó a operar a mediados del siglo XIX y en la que ya trabajó Sami, antes de montar su comercio justo al lado, convertido hoy en una institución abarrotada las 24 horas del día.
En la modesta tienda de Sami, se prepara la masa con harina de trigo, agua, sal, levadura y azúcar de malta; se divide en grandes pedazos que se amasan individualmente y se aplanan con un peso que a su vez la separa en porciones.
Cada una de estas pequeñas porciones se pasa por una máquina que las convierte en anillos, que se dejan reposar en unas bandejas antes de ser hervidos unos minutos y finalmente dorados en el horno.
La implantación del "bagel" en Norteamérica, donde gozan de una enorme popularidad, se aceleró con la invención en 1880 del queso cremoso y la llegada por esas fechas de miles de nuevos emigrantes judíos, sobre todo a Nueva York y Chicago, en EU, y a Montreal en Canadá.
Aparte del colectivo hebreo, el panecillo agujereado no llegó a la mayoría de la población estadounidense hasta bien entrados los años sesenta del siglo XX, cuando se inventaron máquinas de producción masiva y la versión congelada del producto.
Recientemente incluso llegó al espacio: en 2008, el astronauta judío-canadiense Gregory Chamitoff se llevó nada menos que dieciocho "bagels" (cubiertos de semillas de amapola) en una misión a la Estación Espacial Internacional.