Entretenimiento
La escultura en México (VI)
A ella gusta -dentro del arte- de asumirse como “chamana”
GUADALAJARA, JALISCO.- Lilian Scheffler opina en su libro Magia y brujería en México que los Chamanes son “especialistas que utilizan un cierto tipo de trance para ejercer sus poderes, están en contacto con las fuerzas sobrenaturales y son capaces de dirigirse a otro mundo para tener comunicación con ellas. Durante las ceremonias en las que participan -sean éstas de curación de un enfermo, de despedida de difunto, relacionadas con la siembra, la cosecha, la petición de lluvias, etcétera-, los maracámes toman asiento en equipales rituales, mientras uno de ellos hace la invocación a los dioses con su plumero ritual, que se confecciona con flechas y plumas de halcón o de águila”.
Yo no sé si la escultora hispano-mexicana Marta Palau sea poseedora de tales poderes (uno nunca sabe). El caso es que ella gusta -dentro del arte- de asumirse como “chamana”. Sin embargo, lo que sí me parece plausible es la carga mágico-religiosa que la artista logra imprimir a sus creaciones. Lo recuerdo con nitidez debido a la fuerte presencia que Palau tuvo en la Guadalajara de los 70. Los jóvenes estudiantes de arte que en aquel entonces visitábamos el Centro de Arte Moderno, la (lamentablemente extinta) Casa de la Cultura y el Exconvento del Carmen, podíamos atisbar creaciones visuales y plásticas de todo tipo. Entre ellas aparecían unos extraños “colgijes” mitad tapiz, mitad escultura móvil, de la autoría de Palau. Tales creaciones nos remitían a la parafernalia propia de los rituales ancestrales africanos o mesoamericanos: ¿qué demonios hacían tales despropósitos en la adormecida y conservadora Guadalajara de entonces (y de ahora)?
Marta Palau nació en 1934 en Albesa, España. En 1940 migra a México, donde estudia arte en La Esmeralda y grabado en La Ciudadela. Entre 1955 y 1965 estudia tapiz con Josep Grau Garriga en Barcelona. En los tempranos 70 (1972-1974) colaboró en el Centro de Arte Moderno de Guadalajara. Vino después su labor en el Instituto Allende de San Miguel Allende, Guanajuato, en el Ballet Nacional de México y en el Instituto Michoacano de Cultura, donde asesora, produce y coordina eventos especiales, respectivamente. En la décimo novena edición de la Bienal de Sao Paulo participa con su instalación Recinto de Chamanes.
Es cierto que la propuesta plástica de Palau no está ceñida a una ortodoxia convencional. Subvierte la tradición al adherirse a una estética que fomenta la concepción polisémica y el sentido multidisciplinario de la escultura y el arte contemporáneos.
Convengamos, asimismo, en la originalidad de sus materiales más usuales. De facto, sus piezas son inclasificables: vemos desplegarse fibras naturales, maderas, sogas trenzadas, amate y piezas de cerámica a manera de alto-relieves suspendidos. Podrían colocarse en los umbrales que transitan hacia cámaras rituales o bien como remate de altares. Equivalen a una suerte de escenografías para convocar (o conjurar) espíritus ancestrales impedidos de un descanso placentero en medio de nuestra agitada posmodernidad.
Yo no sé si la escultora hispano-mexicana Marta Palau sea poseedora de tales poderes (uno nunca sabe). El caso es que ella gusta -dentro del arte- de asumirse como “chamana”. Sin embargo, lo que sí me parece plausible es la carga mágico-religiosa que la artista logra imprimir a sus creaciones. Lo recuerdo con nitidez debido a la fuerte presencia que Palau tuvo en la Guadalajara de los 70. Los jóvenes estudiantes de arte que en aquel entonces visitábamos el Centro de Arte Moderno, la (lamentablemente extinta) Casa de la Cultura y el Exconvento del Carmen, podíamos atisbar creaciones visuales y plásticas de todo tipo. Entre ellas aparecían unos extraños “colgijes” mitad tapiz, mitad escultura móvil, de la autoría de Palau. Tales creaciones nos remitían a la parafernalia propia de los rituales ancestrales africanos o mesoamericanos: ¿qué demonios hacían tales despropósitos en la adormecida y conservadora Guadalajara de entonces (y de ahora)?
Marta Palau nació en 1934 en Albesa, España. En 1940 migra a México, donde estudia arte en La Esmeralda y grabado en La Ciudadela. Entre 1955 y 1965 estudia tapiz con Josep Grau Garriga en Barcelona. En los tempranos 70 (1972-1974) colaboró en el Centro de Arte Moderno de Guadalajara. Vino después su labor en el Instituto Allende de San Miguel Allende, Guanajuato, en el Ballet Nacional de México y en el Instituto Michoacano de Cultura, donde asesora, produce y coordina eventos especiales, respectivamente. En la décimo novena edición de la Bienal de Sao Paulo participa con su instalación Recinto de Chamanes.
Es cierto que la propuesta plástica de Palau no está ceñida a una ortodoxia convencional. Subvierte la tradición al adherirse a una estética que fomenta la concepción polisémica y el sentido multidisciplinario de la escultura y el arte contemporáneos.
Convengamos, asimismo, en la originalidad de sus materiales más usuales. De facto, sus piezas son inclasificables: vemos desplegarse fibras naturales, maderas, sogas trenzadas, amate y piezas de cerámica a manera de alto-relieves suspendidos. Podrían colocarse en los umbrales que transitan hacia cámaras rituales o bien como remate de altares. Equivalen a una suerte de escenografías para convocar (o conjurar) espíritus ancestrales impedidos de un descanso placentero en medio de nuestra agitada posmodernidad.