Cultura

Más agua que música

Se encontraron en el catálogo del tercer concierto de la primera temporada 2011 de la Orquesta Filarmónica de Jalisco dos obras modernistas

GUADALAJARA, JALISCO (06/MAR/2011).- Con tal de cumplir con la consigna de que sea “acuática”, lo de menos es que la música propiamente dicha brille por su ausencia…

En el tercer concierto de la primera temporada 2011 de la Orquesta Filarmónica de Jalisco en el Teatro Degollado (de nuevo, sala casi llena), el programa se armó a martillazos y se cubrió de cualquier manera. Se encontraron en el catálogo dos obras modernistas, de factura francesa, de corte impresionista, poco conocidas –la segunda, sobre todo–, que quizá se ejecutaban por primera vez en Guadalajara: Un barco sobre el océano, de Ravel, y Regatas para violoncello y orquesta, de Krynen.

Con Stéphane Cardon como director huésped y Henri Demarquette como solista, se equilibró –literalmente– la primera parte del programa con el Concierto No. 1 para cello y orquesta, de Saint Saens. Las disonancias y sonoridades un tanto indigestas de las dos primeras obras (que tuvieron, en compensación, la virtud de la brevedad), y la sobriedad, rayana en lo anodino, de la batuta, se compensaron con la musicalidad de Saint Saens y el “plus” de una interpretación pulcra del solista. Gracias a que la dotación orquestal que acompaña al cello es reducida, el Concierto se salvó de los excesos de los metales, que mancharon la velada. Demarquette, con una buena lectura y una interpretación inspirada, dejó constancia de su expresividad y de su técnica. Regaló, además, un especie de juguete musical a manera de encore.

El (bellísimo) Moldavia, de Smetana, y El (consabido) Aprendiz de Brujo, de Dukas, complementaron el programa. El primero hubiera podido pasar como plato fuerte del mismo, si Cardon no lo hubiera estropeado desde el principio. Demasiado fuerte y rápida, con notorios desequilibrios a favor de los metales, que llegaron a aplastar a las cuerdas, la del viernes demeritó la sensibilidad de Smetana para captar y describir el curso de un río. Las mejores versiones de esta obra permiten casi sentir la brisa y temperatura del agua, admirar el caudal, atemorizarse en los rápidos y dejarse subyugar por la mansedumbre de la desembocadura en el mar. La de Cardon –salvo en el tercer tema, exquisitamente equilibrado por cuerdas y metales– se quedó demasiado lejos de los paradigmas.

Después de ese desacato, el tumultuoso desenlace, con El Aprendiz de Brujo, era previsible. El intenso colorido orquestal de la obra atenuó –y para muchos, quizá, hizo imperceptibles– las sistemáticas desmesuras de la batuta.
El programa se repite este mediodía, a partir de las 12:30 horas, en el mismo escenario.

EL INFORMADOR / JAIME GARCÍA ELÍAS

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