Cultura

La cultura: ¿política social?

El tema ha sido privilegiado en las campañas de los candidatos a la gubernatura de Jalisco

GUADALAJARA, JALISCO (25/JUN/2012).- En los discursos de las campañas políticas del proceso local, la cultura ha gozado de un papel privilegiado. Enrique Alfaro ve la cultura como “el primer eslabón de una política social que sirva para combatir de fondo la desigualdad, la marginación y la falta de oportunidades” y Jorge Aristóteles Sandoval cree que la cultura “debe convertirse en uno de los ejes de transformación más importantes de Jalisco”. Aquí, argumentó que identificar cultura con desarrollo social es incorrecto y posiblemente contraproducente para el apoyo estatal sostenido al desarrollo artístico y cultural del estado. Hay que empezar por mejorar las definiciones y cuidar las estrategias a largo plazo. No se puede hacer buena política pública suponiendo que todo está relacionado y sin saber cómo o porqué.  

Desarrollo cultural y desarrollo social son cosas distintas. Algo que ha faltado en los discursos y las propuestas son definiciones. La indefinición al hablar de “cultura” es especial pues siempre nos columpiamos entre definiciones sectoriales que definen “cultura” como el conjunto de actividades que llevan a cabo los actores de un sector productivo y las definiciones antropológicas que definen “cultura” como la producción y reproducción de identidades, significados, relaciones y estructuras sociales (Dupuis, 1995). Para acercarnos a una definición de lo que entendemos por “cultura” debería ser prioridad de la siguiente administración propiciar un diálogo franco entre los interesados; un diálogo informado por la opinión de expertos y por las necesidades y potencialidades de las distintas comunidades de artistas jaliscienses.

En el desarrollo social las definiciones son un poco más estables. Los tres grandes termómetros del desarrollo social en México son los índices de marginación (a nivel local y estatal), el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y la medición de la pobreza. El índice de marginación y el IDH usan información sobre las condiciones económicas, educativas, de salud y de vivienda de la población mexicana. La pobreza “oficial” (la que mide CONEVAL) se mide multidimensionalmente. Para ello se toman en cuenta ocho dimensiones que pretenden dar cuenta de cuántos pobres hay, cuáles son los factores de su pobreza y cuál es la intensidad y profundidad de la pobreza. No estoy diciendo que sólo lo que se puede medir es lo que se puede definir, pero tal vez sí conviene proponer que sólo lo que se define bien puede llegar a medirse bien (Cortés,  2002). Para hacer buena política cultural hay que empezar por definir conceptos importantes. Hay que saber a qué le estamos pegando.

Cultura por cultura

Las comunidades de creadores y promotores culturales queremos más de lo que hay, sin embargo, hay que cuidar las palabras que escogemos para colocar la cultura en la agenda. Desarrollo social, en mi opinión, no puede ser una de ellas, porque simplemente son cosas distintas. Pedirle desarrollo social a la cultura no es lo más acertado y es, en mi apreciación, una sobre-estimación de la cultura; es la cultura inflada.

¿Por qué identificamos bienes y desarrollo cultural, con desarrollo social? Lo hacemos porque la cultura está socialmente determinada y la cultura eventualmente tiene un impacto en la sociedad. Sin embargo, este impacto no es desarrollo social. El impacto del desarrollo cultural tiene dos caras: una es la derrama económica de las industrias culturales en México (algo muy explorado por Ernesto Piedras) y la otra es el florecimiento humano al que aspiramos a través de la cultura. Ambas caras son posibles y necesarias y ambas caras deben ser objeto de una política cultural. Los logros en esta materia deben verse como metas de desarrollo cultural. La política cultural debe desarrollar un sistema en el que el consumo y la producción de cultura tengan siempre por objeto sacar, producir y engrandecer nuestra humanidad. Hay que pugnar por más y mejor cultura en el nombre de la cultura misma.

Prometer desarrollo social vía cultura puede también ser contraproducente a mediano plazo. Nadie quiere ser el que tenga que explicar por qué ese uno o dos porciento del presupuesto invertido en cultura (suponiendo se hicieran realidad algunas de las propuestas presentadas en el primer debate entre candidatos a la gubernatura de Jalisco) no tuvo impacto en la marginación y la vulnerabilidad de los pobres en Jalisco. La creciente austeridad en el gasto en el sector público y la multiplicación de actores que demandan presupuesto para causas cada vez más urgentes producen un contexto en el que será controvertido sostener aumentos presupuestales a cultura. No es difícil imaginar a futuros candidatos que, respondiendo a las presiones de tiempos distintos, reprueben los aumentos presupuestales a cultura y señalen a quienes prometieron desarrollo social como resultado de incrementos presupuestales a cultura.

Hay que argumentar por incrementos presupuestales y mejoras en la eficiencia del gasto pero con fines culturales -y no sociales- en mente.

* Diego Escobar González. Especialista en políticas públicas, músico


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Hay que argumentar por incrementos presupuestales y mejoras en la eficiencia del gasto pero con fines culturales -y no sociales- en mente

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