Viernes, 26 de Julio 2024
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Recibieron al Espíritu Santo

Hay conmoción en la naturaleza: un viento impetuoso sacude la casa donde están reunidos los apóstoles. Cristo les había ordenado que no se apartaran de allí hasta que viniera sobre ellos --y lo recibieran-- el Paráclito, el Consolador, el Espíritu Santo

Por: EL INFORMADOR

     Hay conmoción en la naturaleza: un viento impetuoso sacude la casa donde están reunidos los apóstoles. Cristo les había ordenado que no se apartaran de allí hasta que viniera sobre ellos --y lo recibieran-- el Paráclito, el Consolador, el Espíritu Santo.
     Hay un portento: sobre las cabezas aparecen, quizá brevemente, leguas de fuego.
     Otro prodigio: ellos, los once, ya no son los mismos, porque este prodigio es doble: eran ignorantes y ya son sabios, en la sabiduría que emana de Dios; eran cobardes y ahora son valientes, intrépidos, audaces.
     Estos hechos acontecieron cincuenta días después del otro gran prodigio: la piedra que cubría el sepulcro de Cristo, allá rodada lejos; el sepulcro vacío y, vencedor de la muerte, se deja ver por los suyos Cristo, el Salvador.

Es una acción sobrenatural

      El Espíritu Santo, tercera persona de la Augusta Trinidad, es espíritu, no puede ser captado por la mirada de los mortales, y tanto su presencia como su acción y sus distintas obras se perciben en sus manifestaciones externas, como esos signos de su llegada, pero singularmente desde entonces y hasta ahora, en el ámbito íntimo de cada cristiano y de todos juntos: la Iglesia.
     La acción santificadora del Espíritu Santo desde ese día se hace presente en la historia de los hombres. Por eso esta fiesta litúrgica es el principio de la acción invisible, benéfica y permanente en el pueblo de Dios, en su marcha en el tiempo hacia la eternidad.
     Los hombres congregados en una misma fe en Cristo, forman la Iglesia visible, presencia organizada de muchos pecadores que reconocen sus limitaciones y se aceptan incapaces por sí mismos para alcanzar misericordia. “Les enviaré a un Consolador”, así prometió Cristo, y, cumplida la promesa, el Espíritu Santo vivifica, anima, fecunda.

Los dones del Espíritu Santo

     En el largo caminar de la Iglesia --veinte siglos--, los ascetas, los místicos y los teólogos han dejado en siete apartados los regalos espirituales del Espíritu Santo a quienes los han necesitado, no porque sean los únicos dones, sino con criterio de simplificar para entender mejor la múltiple acción.
     El don de inteligencia se manifiesta en la razón que da a conocer las verdades naturales; la fe para adherirse a las verdades sobrenaturales, y la inteligencia para penetrar el sentido de las verdades reveladas.
     El don de sabiduría; sabiduría viene del verbo latino “sapere”, saborear, gustar. Este don comunica el más alto grado de conocimiento y amor de las cosas divinas. No se remonta a las causas, sino que se goza en las verdades reveladas.
     El don de ciencia es la operación interior que no se limita a conocer la verdad, sino que además la juzga prácticamente. Perfecciona la facultad de juzgar, para distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo.
     El don de consejo es para discernir con certeza los medios más eficaces para llegar a la meta suprema: la vida eterna, para la que ha sido creado el hombre.
     El don de piedad va a la voluntad y es el filial afecto del alma hacia Dios, para honrarlo como Padre amoroso, y con esa piedad amar al prójimo.
     El don de fortaleza es el valor para soportar las tribulaciones y los trabajos, y para emprender obras difíciles por Dios y por el prójimo.
     El don de temor de Dios inspira que si no es el amor el medio para que el cristiano se aparte del mal, el temor a la justicia divina inspire una actitud decidida a la hora de la tentación.

Unidad en la diversidad

     Si en Babel los hombres se dispersaron confundidos por hablar lenguas ininteligibles, con la llegada y la presencia del Espíritu Santo los apóstoles hablan y todos les entienden.
     Esa ha sido la obra del Espíritu Santo: reunir a todos los hombres en Cristo. “¿No son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que los oímos hablar en nuestra lengua natural? Entre nosotros hay medos, portos y elamitas; otros vinimos de Mesopotamia, Judea, Capadocia. el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia que limita con Cirene; algunos somos visitantes venidos de Roma, judíos y prosélitos; también hay cristianos y árabes”.       
     Con la llegada del Espíritu Santo nació la Iglesia tal y como es ahora: una y múltiple.
     San Pablo bien comprendió el misterio de la Iglesia y en distintas ocasiones lo explica: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo”, y añade: “Él fue quien concedió a unos ser apóstoles, a otros profetas, a otros ser evangelizadores, a otros ser pastores y maestros... construyan el cuerpo de Cristo”. Así les habla a los Efesios y en la primera carta a los Corintios expone la misma visión: Cristo la cabeza, la Iglesia el cuerpo y cada una de sus partes con específica función, a la que se le ha llamado “carisma”.

La Iglesia desde el
Concilio Vaticano II

     Los obispos de todo el mundo entraron en solemne procesión a la Basílica de San Pedro en Roma, el 11 de octubre de 1962, y desde entonces hasta el 8 de diciembre de 1965, los pastores oraron, estudiaron, conferieron y discutieron el tema fundamental de la Iglesia para el hombre no del pasado, sino del presente entonces y del futuro.
La Iglesia se miró al espejo y rejuvenecida después, sin secretos,a la luz del día y ante el juicio de propios y extraños, se dispuso al servicio de todos los hombres. Un solo organismo, con un solo corazón: Cristo, y con admirable respeto a la diversidad de razas, de pueblos, de lenguas y de culturas.
     Ha sido, con el curso de los años postconciliares, una prueba patente de la catolicidad, de la universalidad, de la catolicidad, de la universalidad de la obra redentora de Cristo, salvador de todos, mediante la Iglesia, sacramento signo visible y eficaz de salvación.
      Alguien ingeniosamente presentó una imagen de la Iglesia: un director con la batuta en la diestra y una gran orquesta, todos con diversos instrumentos.

Cuantos se dejan guiar
por el Espíritu de Dios,
son hijos de Dios

     Cristo prometió y cumplió enviar al Espíritu Santo abogado, consolador. Llega a las almas el día feliz del bautismo, se hace presente en el sacramento de la confirmación y acude a cuantos piden su amor, su luz, su fuerza.
     San Ireneo compara la acción del Espíritu Santo en las almas, como el agua empapa la sementera y hace que germinen las semillas y sean plantas llenas de flores y luego den fruto.
     ¿Quién puede decir que no necesita el auxilio del Espíritu Santo? Esta secuencia de la misa sea ahora la oración del cristiano:

Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo
un rayo de tu luz.

Ven, padre de los pobres;
ven, dador de las gracias,
ven, lumbre de los corazones.

Consolador supremo,
dulce huésped del alma,
dulce refrigerio.

Descanso en el trabajo,
en el calor frescura,
consuelo en el llanto.

Oh luz santísima,
llena de éxtasis
los corazones de tus fieles.

Sin tu ayuda
nada hay en el hombre.
nada que sea sin mancha.

Lava lo que está manchado,
riega lo que es árido,
cura lo que está enfermo.

Doblega lo que es rígido,
calienta lo que es frío,
dirige lo que está extraviado.

Concede a tus fieles
que en ti confían,
tus siete sagrados dones.

Dales mérito a la virtud,
dales el puerto de la sabiduría,
dales el eterno gozo.

Amén, aleluya.

Pbro. José R. Ramírez     

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