Viernes, 26 de Julio 2024
Suplementos | Todo este tiempo ha sido una la súplica: Ven, Señor; ven, que te esperamos.

La humanidad espera y necesita un Salvador

Para los hombres de siglos pasados, para los de ahora, para los del futuro, Dios bajó a ser como ellos

Por: EL INFORMADOR

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     Hoy es el cuarto domingo de Adviento. Todo este tiempo ha sido una la súplica: Ven, Señor; ven, que te esperamos.

     Porque a pesar de todos los bienes que el llamado progreso ha traído a la humanidad, y los hombres de este tiempo pueden valerse de mil beneficios que no los había en tiempos pasados, mucho les falta.

     La ciencia ha caminado con pasos agigantados, las técnicas se han multiplicado con recursos muy eficaces para hacer más llevadera la vida y menos onerosas, menos pesadas, las faenas de todos los días.

     Pero viene la pregunta: ¿El hombre de ahora es más feliz que el de tiempos idos? Y otra pregunta: ¿Por qué se ve tan ansioso y apresurado el hombre de ahora? Será acaso porque ha querido encontrarlo todo en los bienes materiales? Tal vez porque lo transitorio, lo perecedero, atrae su pensamiento y ha puesto toda su energía en lo cercano, en lo inmediato, y se ha olvidado de su condición de peregrino, de ser siempre arrebatado por el tiempo y sin poder detenerse ni volver atrás. Mas al mismo tiempo de su condición de viandante,  lleva una dirección cierta y va, quiéralo o no, a encontrarse con Dios, su origen y su fin.

     Para los hombres de siglos pasados, para los de ahora, para los del futuro, Dios bajó a ser como ellos, a participar de su misma naturaleza, e integrarse en la historia de ellos, de la humanidad, y a entregarse por ellos. Este es el gran misterio llamado con un vocablo: encarnación. Es Dios que toma para sí la nueva naturaleza, se hace carne como todos los hombres.   

Emmanuel, Dios con nosotros

     Este misterio, un prodigio, el mayor que los hombres pueden conocer, lo anunció Dios por boca del profeta Isaías, ocho siglos antes de que aconteciera. Ajaz, rey de Judá, le pidió una señal al profeta y éste le contestó; “¿No satisfecho de cansar a los hombres, también quieres cansar a mi Dios? Pues bien, el Señor les dará por eso una señal. He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros”.

     A señal pedida por el rey, Isaías le contesta con una doble revelación: una virgen, sin dejar de ser virgen --y allí está el prodigio--, concebirá y dará a luz un hijo. Muchas mujeres conciben y dan a luz hijos, mas he aquí la señal:

porque revela los misterios de Dios, porque al nacido de la virgen le pondrán el nombre de Emmanuel, el esperado, el Mesías, la presencia de Dios-con-nosotros.

Vivir la Navidad con sentido de fe

     Dios-con-nosotros es también la señal para los hombres del siglo XXI, y en particular para los privilegiados por haber sido incorporados a Cristo mediante el bautismo.

     La Navidad, ya cercana, ha de ser la presencia de Cristo en cada cristiano,

en su vida personal prepararse para una experiencia interior, espiritual, profunda.

     Una noche de Navidad Paul Claudel paseaba indiferente por las calles de París y se dirigió, sin saber por qué --Dios lo sabía--, a la puerta de la catedral de Notre Dame. Primero, como mera curiosidad, se detuvo a escuchar los cánticos. Luego se sintió emocionado y entró. Esa noche fue la cita con Dios, fue la noche de su conversión. Así quería el Señor ese nuevo pesebre, esa alma sensible, para hacer de ese pecho un nuevo Belén.

     En el canto sencillo de “Las Posadas”, cuando los peregrinos llegan a la puerta de la posada y ruegan y suplican que les abran la puerta, y el coro de dentro les contesta que no hay lugar para ellos, todos terminan cantando con  generosa disposición: “Pasen, pasen, peregrinos”.

El Salvador llegó por María, con María, en María

     Los obispos de todo el mundo reunidos en el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), así se expresaron: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación, se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte” (LG 37). “La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como madre de Dios, juntamente con la encarnación del Verbo por disposición de la Divina Providencia, fue en la tierra Madre excelsa del Divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y esclava del Señor” (LG 61).

     La alegría de ver nacido entre los hombres al Hijo de Dios, sigue en el gozo para saludar, para felicitar también a la Madre. En ella se cumplió la promesa, por ella se hizo el milagro, porque al recibir el mensaje del ángel aceptó humilde la voluntad divina con sus palabras: “Hágase en mí”, que en latín es un solo verbo: “fiat mihi”. Se llegó a habitar en su seno el Verbo de Dios, se cumplió la profesía; lo futuro se tornó presente, ya una realidad. Atrás quedaría el Antiguo Testamento, tiempo de espera; es el inicio de la Nueva Era. Cristo contemporáneo de los hombres en la historia de los hombres.

Nació en cuanto a su condición de hombre del linaje de David

     En la segunda lectura San Pablo, en su Carta a los Romanos, se declara siervo de Cristo Jesús, apóstol, elegido para proclamar su evangelio, y pone en claro que nació en cuanto a su condición de hombre del linaje de David... pero añade: --y ese es el principal motivo por el que él ha entregado toda su vida-- “se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios”.      

     Así, ya en los nuevos tiempos ratifica la promesa de Isaías, el gran signo entonces anunciado, y ya la presencia, porque él dirá que sólo predica a Cristo, y éste crucificado “constituido Hijo de Dios con poder según el espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”.

“Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo y dará a luz un Hijo”

     Peregrinos María y José acuden a Belén a empadronarse, porque de ese lugar, descendientes de David, eran los dos; y allí, como estaba escrito por el profeta. macería el Salvador.

     La obediencia --la virtud difícil-- se manifestó en los dos: por obediencia aceptó María el mensaje de Dios, y por obediencia, con gozo, aceptó José a María en su casa, porque el ángel en sueños le reveló el misterio.

     Así, también está en el gozo navideño la persona de José, el varón justo,     único título que le da el evangelio, pero con todo lo dice. Y por sus obras, el fiel guardián de los tesoros de Dios en la tierra, el Hijo y la Madre; para ellos es el padre laborioso, humilde y contemplativo de las grandezas de Dios. Allí muy cerca le fueron asignadas la dignidad y la responsabilidad.

     Hacia el portal de Belén, peregrinos, van los cristianos, con la alegría y la sencillez de los pastores. Allí dentro de cinco días encontrarán a Emmanuel

--Dios-con nosotros-- a María, madre bondadosa, y a José, el fiel custodio.

Cristo habrá de nacer, nacerá en muchos corazones.

José R. Ramírez Mercado 

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