Viernes, 25 de Abril 2025

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Turismo religioso competitivo

Por: EL INFORMADOR


A raíz de la publicidad (hasta internacional) que ha desatado la muy abanderizada convicción religiosa de nuestros funcionarios públicos locales (y su habilidosa proclividad para encauzar el erario hacia sus particulares causas benditas, no sin mediar llamativos gestos altisonantes) se ha dado también la ocasión para que “lo laico” se desate en el debate político y social de Jalisco y la nación. El tema de religión y Gobierno, que se consideraba ya tolerablemente bien planchado aquí, ahora ha quedado nuevamente papaloteando al descubierto; volviéndose tela de la cual todos quieren cortar; enredándoseles ideas, principios, obligaciones, pasiones y creencias en un mazacote moral, ético, jurídico y económico difícil de esclarecer.

En las democracias modernas, la separación entre la Iglesia y el Estado es un concepto legal básico por el cual las instituciones del Estado y las funciones de Gobierno se mantienen al margen de instituciones religiosas y sus actividades proselitistas. Comenzó con la renuncia de las colonias americanas a estar sumisas ante la corona inglesa y su culto; también sucedió con la Francia pos revolucionaria y cuanto régimen se ha inspirado desde allí. El origen mismo de la idea de separación entre Iglesia y Estado hasta se podría encontrar ya en las propias palabras de Jesucristo (Mateo 22,21) en cuanto a “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Esta distinción surgió precisamente por la mancuerna de complicidad que es propensa a darse (desde la antigüedad) entre quien controla el monopolio de la fuerza pública (la vida exterior de las personas) y quien lleva la exclusividad de interlocución con los poderes divinos (la vida interior); el privilegio de la violenta agresión (la física y la emocional) mutuamente deslindadas por convenir así a los especialistas de cada ámbito. La historia universal está cargada de sus coloridos bretes dramáticos entre emperadores, papas, reyes, gurús, inquisidores y mártires.

Para el Estado mexicano, esta separación está relacionada con la libertad de culto y la tolerancia religiosa.

En México, las iglesias son asociaciones religiosas (AR) distinguidas por su personalidad jurídica propia y se rigen por una normatividad oficial expresa. Además, las iglesias mexicanas cuentan con asociaciones civiles (AC, con personalidad jurídica y normatividad también propia) hermanadas para hacerse llegar de recursos adicionales que les facilitan el ejercicio de su proselitismo; librando así, sino la ley, sí su espíritu.

El turismo religioso, sin embargo, es harina de otro costal. A diferencia de las peregrinaciones confesionales (que tienen que ver con el respetuoso ejercicio de la fe), el turismo religioso (como el turismo cultural que lo es) presenta la oportunidad de ver lo de otros para conocerse mejor a sí mismo y, por comparación, lo suyo. Entre más versiones distintas se tienen para compararse, mejor se enriquece el conocimiento propio.

Entonces, a decir verdad, en la era de la globalización (donde la competencia se da por lo distintivo y no tanto por la similitud) lo que más distingue a lo jalisciense en materia religiosa no son las iglesias foráneas que tienen actividades, sucursales aquí, sino lo que es exclusivo; como la propia sede mundial de la Luz del Mundo (única con denominación de origen) y los sempiternos pueblos huicholes. El tema, desde luego, da para mucho más si realmente se toma en serio.

NORBERTO ÁLVAREZ ROMO / Presidente de Ecometrópolis, A.C.
Correo electrónico: nar@megared.net.mx

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