Jueves, 25 de Abril 2024

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Trigo sin paja

Por: EL INFORMADOR

Temas para reflexionar

Un siglo antes de que los “padres peregrinos” del Mayflowuer se establecieran en las costas de Plymouth en 1620, dio inicio la explotación inmisericorde de lo que hoy es Latinoamérica. Desde el descubrimiento de nuestro Continente hasta nuestros días, todo se ha transmutado siempre en capital europeo y más tarde en norteamericano. Ahora, América es para el mundo nada más que los Estados Unidos; nosotros habitamos a lo sumo, una sub-América, una América de segunda clase de borrosa identificación. Todo se ha “acumulado” y se acumula en los lejanos centros de poder: la Tierra, sus frutos y sus ricas profundidades minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos, todo en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera. La división internacional del trabajo ha sido clara: unos países se especializaron en ganar y otros en perder. La comarca del mundo que hoy llamamos América Latina se especializó en perder, desde los remotos tiempos en que los europeos
del Renacimiento avizoraron las tierras del nuevo Continente que dejó de ser el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y sus minas de plata. Al menos, Hispanoamérica continúa subsistiendo y existiendo al servicio de las necesidades ajenas. Infortunadamente trabajamos de sirvientas.

Sus imágenes lo muestran sonriendo, serenamente irónico, como burlándose de las paradojas que signaron su vida y su después. Sidarta Guatama, el Buda, no creyó en dioses, ni se creyó Dios, pero sus devotos lo han divinizado. Buda no creyó en milagros, ni los practicó, pero sus devotos le atribuyen poderes milagreros. No creyó en ninguna religión, ni fundó ninguna, pero el paso del tiempo convirtió al budismo en una de las religiones más numerosas del mundo. Buda nació a orillas del Río Ganges, pero los budistas no suman ni 1% de la población de la India. Sidarta Gautama predicó el ascetismo, el renunciamiento a la pasión y la negación del deseo, pero murió de un atracón de carne de cerdo.

El tiempo no existe como absoluto; sólo la eternidad. El tiempo es eternidad cuantificada, atemporalidad cortada por nosotros en fragmentos y trozos: segundos, horas, días, años, lustros, décadas, siglos, milenios.

El prolífico escritor ruso Fedor Dostoievski escribió: “Si se destruyera en la Humanidad la creencia en la inmortalidad, se agotarían de inmediato no sólo el amor, sino todas las fuerzas vitales que mantienen la vida en el mundo”.

Abunda en nuestro medio político ese arquetipo de hombre sabihondo que está convencido de que, junto con las aguas bautismales, recibió el doctorado honoris-causa que le faculta para pontificar acerca de todo.

FLAVIO ROMERO DE VELASCO / Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras.
Correo electrónico: r_develasco22@hotmail.com

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