Viernes, 14 de Noviembre 2025

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Por: EL INFORMADOR

Trigo sin paja

El hombre, en las varias conformaciones de su carácter, siente diversas inclinaciones por cosas que mucho tienen que ver con algunas formas de locura; el ajedrez, locura de la mente; la música clásica, la pintura, la escultura, locura del arte: la literatura en sus distintas expresiones, locura del intelecto, etc. Toda humana locura es cosa de razón. En cada forma de locura hay algo o mucho de razonable. Pero la locura de Dios, o sea el fanatismo religioso, es locura absoluta sin concesión alguna a la razón humana. El hombre debe procurar huir de esa locura extrema, pues lo excesivamente divino es antihumano. Pongamos en las cosas de Dios esa maravilla que Dios puso en nosotros: la razón.

En nuestros días, toda actividad se ha tornado en demencial. En todos los ámbitos se ha enseñoreado la violencia verbal que precede a la violencia física. Tal parece que la nuestra es una época que colinda con la barbarie. Las relaciones humanas, antes llevaderas y estables, se han crispado de manera tal, que el tejido social ha sido dañado acaso irreparablemente. Es el nuestro, un mundo de barullo insoportable, en el que en tono mayor vociferan razones y sinrazones.

Los presidentes de los Estados Unidos suelen hablar en nombre de Dios. George W, Bush no fue la excepción, aunque no ha revelado si se comunica con Él por mail, por fax, por teléfono o telepatía. Con o sin su aprobación, en el año 2006 Dios fue proclamado presidente del Partido Republicano en Texas. Sin embargo, el Todopoderoso brillaba por su ausencia en los tiempos de la independencia. La primera Constitución ni siquiera lo mencionaba. Cuando alguien preguntó por qué, Alexander Hamilton explicó: “No necesitamos ayuda exterior”. En su lecho de agonía, George Washington no quiso oraciones, ni sacerdote, ni pastor, ni nada. Benjamín Franklin decía que las revelaciones divinas eran pura superstición. “Mi propia mente es mi Iglesia”, afirmaba Tomás Paine, y el presidente John Adams crecía que éste “sería el mejor de los mundos posibles, si no hubiera religión. Según Thomas Jefferson, los sacerdotes católicos y los pastores protestantes eran “adivinos y nigromantes” que habían dividido a la Humanidad en dos: una mitad de tontos y otra mitad de hipócritas.

Sigmund Freud, neurólogo, psiquiatra y psicólogo austriaco que durante la persecución judía tuvo que huir de su natal Viena para refugiarse en Londres, en uno de sus textos fundamentales, “El malestar en la cultura”, se hace palpable la desilusión y el escepticismo del autor, ante el fracaso de los esfuerzos hechos por la civilización para controlar los impulsos primarios del ser humano.

La amistad —decía Borges— “es la forma más misteriosa y generosa del amor”.

POR FLAVIO ROMERO DE VELASCO

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