Lunes, 19 de Mayo 2025

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Por: EL INFORMADOR


Trigo sin paja

El placer más refinado de un autócrata es la auto-complacencia de sentirse y saberse absoluto en sus decisiones gubernamentales. Triste y mezquina satisfacción temporal sujeta a término por la ley. La desmemoria del ciudadano no es tanta como para marginar o absolver soberbias y arrogancias, inmodestias y endiosamientos, que muy difícilmente pueden ser arrojados con displicencia a los enormes basureros de la fatuidad política. De los gobernantes, muy difícilmente perdura la memoria de su obra material; su remembranza tiene más que ver con sus errores y desaciertos, sus dislates y desatinos. Sólo por ellos se les juzga y condena.

Resulta difícil la vecindad con una gran potencia, aunque las relaciones amistosas no pasen de ser retórica de banquete. Los desequilibrios evidentes no dejan al débil más salida que la de aferrarse al derecho y no ceder un ápice de soberanía, aunque con ello se propicien versiones negativas y hasta alarmistas. Nosotros, como país débil, no podemos darnos el lujo de seguir una política de confrontación al borde del abismo.

Un Gobierno mayoritario no puede ni debe pretender satisfacer a todos. Complacer a todos es imposible en un régimen democrático; intentar condescender con todos es no gobernar, es moverse atendiendo a presiones, ser gobernado; viene a ser un Gobierno sin ideas, por plegarse a ideas de otros. Tratar de satisfacer a todos es admitir que se carece de banderas, que no se tiene ideología ni objetivos trazados, ni tampoco capacidad para alcanzarlos. Siguiendo presiones ajenas, indefectiblemente se acaba por ser gobernado.

En nuestro país vivimos el absurdo de tener la abyecta necesidad de etiquetarnos políticamente: liberales y conservadores, izquierdas y derechas, creyentes y fariseos, beatos y ateos, entreguistas y nacionalistas, cristeros y revolucionarios. Maniqueísmos nutridos en el odio y el rencor.

Nuestra Patria registra una historia limpia; no existe una sola página, una sola letra de agravios procurados, consumados o consentidos por México. Todo ello desde la independencia hasta Juárez y desde Juárez hasta nuestros días. Hay innegable gallardía y transparencia en la postura que México ha guardado ante el mundo.

No basta que gobernante alguno se ostente como juarista, en tanto que la conducta del riguroso y severo estadista no se identifique con su idéntico linaje de conciencia con quienes dicen seguir su doctrina política y su ejemplo. Juárez enalteció con la moral a la política y con su palabara igualó el comportamiento.

Los acuerdos con estados extranjeros no pueden pasar de una cooperación digna a una subordinación indecorosa.

FLAVIO ROMERO DE VELASCO / Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras.
Correo electrónico: r_develasco22@hotmail.com

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