Viernes, 26 de Abril 2024

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Poder invisible en la UdeG

Por: EL INFORMADOR

Es la noticia. Jorge Carlos Briseño Torres no está más. El hombre desapareció.

Las especulaciones crecen como el hongo que es fruto de la humedad y se multiplican tan rápidamente que se hacen vulgares. Tanto, que se convierten en paradigma de lo irrespetuoso.

Pero en adelante, ¿qué queda?

La tragedia personal de un hombre que encaró equivocadamente una serie de empresas superiores a él, debe dejar una lección que además, puede ser valiosa para la comunidad de la que formó parte.

En vida, Carlos Briseño, como es sabido, fue rector de la Universidad de Guadalajara. La Universidad pública de Jalisco. No hay más adjetivo para añadir.

Y como él mismo se encargó de divulgar, intentó inaugurar una “administración histórica” (El Informador, 2 de abril de 2007), pero no bastó con la intención, pues se enfrascó en una lucha política que lo confrontó con fuerzas que no fue capaz de vencer. Es más, él mismo voceó repetidamente que era fruto de tales fuerzas y argumentó silogismos en los que sostenía que sólo salido de ellas, podía confrontarlas.

Cuando el 29 de agosto de 2008 fue destituido formalmente de la Rectoría de la Universidad de Guadalajara, se aventuró por el sendero que lo llevó al desenlace último.

Pero en medio del respeto que merece la muerte de un hombre –al fin, destino compartido– cabe, cautelosa, la reflexión sobre su actuación pública. No hace falta poner nombre a quienes declaró sus enemigos y justo esa es la paradoja: todos saben quiénes son ellos, en plural, aunque los identifiquen en singular.

Es el poder invisible.

Está ahí, sin necesidad de que se le nombre.

La Universidad de Guadalajara es la institución educativa que, al menos potencialmente, lleva en sí la semilla del nacimiento de un nuevo Jalisco. No es su condición de universidad pública la que le otorga esa categoría, no. Sólo en el territorio urbano se asientan más de cinco universidades privadas que se esfuerzan por educar a las nuevas generaciones y han hecho lo suficiente para merecer elogios.

Pero la Universidad que encabezó el hombre desaparecido, es depositaria de la expectativa (esperanza, dirían los más optimistas) de crecimiento de la mayoría de los hombres y las mujeres de este Estado. Y actualmente es un terreno acotado, porque un grupo de personas, a la sombra de un liderazgo evidente pero no verificable, dirige los destinos de la institución.

Briseño no está más. Su azaroso paso público por la Universidad debe ser oportunidad de contrastar y aprender, de cambiar y mejorar, especialmente en un momento como el actual, que exige al individuo ser generoso en favor de la comunidad.

El poder invisible que sostiene el entramado en esta institución pública y educativa puede, finalmente, encontrarse en el umbral de su fin natural.

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