Jueves, 24 de Abril 2025

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Orgía

Por: EL INFORMADOR

Una medalla de oro —o dos, o tres... o 10 que hubieran sido— para México en los Juegos Olímpicos, no nos hace mejores, ciertamente... aunque sí, evidentemente, nos hace más felices.

—II—

Antes eran las medallas que se ganaban en marcha: una disciplina para la que el mexicano, desde tiempos remotos, tenía (¿o “tiene”?) facultades innatas, como lo demostraban los “tamemes” que llevaban pescado fresco de Veracruz al Altiplano, y lo demuestran, hasta la fecha, las kilométricas caminatas de los rarámuris en la Sierra de Chihuahua. Lo de menos era que el deporte en cuestión, entre los mexicanos contemporáneos, era exótico. Lo de menos era que la técnica tan peculiar de esa disciplina fue traída a México, en pleno siglo XX, por entrenadores polacos... Lo de menos era que el esplendor de los competidores mexicanos en ese deporte resultó efímero.

Antes de los marchistas habían sido Humberto Mariles (y el tuerto “Arete”, su caballo), en equitación, y Joaquín Capilla, en clavados, las honrosas excepciones que confirmaban una regla que contradice lo que el Presidente Felipe Calderón, ayer, contagiado por la borrachera del triunfalismo, proclamó al comunicarse hasta Pekín con Guillermo Pérez, el flamante héroe nacional: “México es un país de triunfadores”. (¡Brincos diéramos...!).

—III—

Los premios Nobel de Alfonso García Robles, Octavio Paz y Mario Molina, como las medallas olímpicas de Mariles, el “Tibio” Muñoz, Soraya Jiménez, ahora Guillermo Pérez y los demás ejemplos que constan en actas, demuestran que un mexicano que se esmera, que se traza metas en la vida —en el deporte, en la ciencia, en las artes...—, y que se esfuerza todos los días en alcanzarlas, puede ser un triunfador. Es falso que tenga que pagar un tributo a las imperfecciones congénitas de la “raza de bronce”.

Es patético, en cambio, que el triunfo de Pérez (cuyos familiares anduvieron “boteando” para acompañarlo en Pekín) o el de Henry Cejudo (descendiente de emigrantes indocumentados, vendedor de tamales y limpiador de parabrisas en su infancia en Los Ángeles), medallistas olímpicos a pesar del escaso apoyo oficial y del entorno poco propicio, dé pie a que tantos oportunistas proclamen “¡Ganamos...!” (así, en plural), y se trepen, en manada, al carro de los triunfadores.

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