| El signo de Constantino Por: EL INFORMADOR 27 de diciembre de 2008 - 23:00 hs Al emperador Constantino le achacan infinidad de obras buenas y malas, algunas ciertas y otras falsas, pero miradas las cosas desde su postura podríamos decir que intentó hacer lo que han intentado hacer todos los políticos de todos los tiempos frente a todas las religiones: ponerlas a su servicio, o en su defecto, destruirlas. Pero en el mundo cristiano la cuestión no comienza con el emperador Constantino, sino con el rey Herodes, alarmado ante la posibilidad de que el futuro Mesías significase una amenaza real para el poder absoluto y corruptor que este monarca ejercía; corresponderá a su descendiente enfrentar al Cristo que su padre quiso destruir, y al procurador de los intereses imperialistas en Israel, entregarlo a la muerte. Otro tanto harán con los seguidores de Jesús los emperadores romanos, hasta que acosados por complejos problemas, decidan cambiar la estrategia y dar libertad a los cristianos por medio de dos disposiciones graduales y sucesivas, la primera de tolerancia en 311, la segunda de libertad en 313. Por supuesto que Constantino jamás, que significa “nunca”, declaró al cristianismo religión oficial del Imperio como algunos afirman, pero sí trató de que los cristianos le agradecieran el favor de la libertad, colaborando en la depuración de las estructuras sociales y políticas de su dilatado reino. Continuaba pues la tensión permanente entre religión e imperio, debida al constante intento de éste por someter y manejar a aquélla para beneficio del interés político. Paradójicamente, en este empeño histórico la cristiandad que ha salido mejor librada ha sido la cristiandad católica. En efecto, apenas las iglesias orientales se separaron de Roma, allá por el año 1054, cayeron bajo el dominio total de los emperadores bizantinos, y cuando éstos perdieron su Imperio a manos de los musulmanes, correspondió a los sultanes de Estambul nombrar obispos y patriarcas a diestra y siniestra, sin que hubiera oposición ni escapatoria. La cristiandad protestante decidió ahorrarse los conflictos y prácticamente desde el principio se puso abiertamente en manos de los príncipes, basta leer para comprobarlo, el famoso Manifiesto de Martín Lutero, titulado “A la nobleza cristiana de la nación germánica”, por medio del cual el famoso doctor acude al amparo del Estado, quien a cambio de la codiciada protección podrá quedarse con los bienes de la Iglesia sin cometer pecado, y claro, con el control total de la nueva cristiandad reformada. Es muy interesante advertir cómo filósofos nórdicos de origen protestante, muy significativos por su trayectoria, como Nietzsche o Kierkegard, denuncian tres siglos después los extremos a los que llevó esta inicial propuesta protestante, y la manera en que el Estado protector degradó el genuino espíritu de las comunidades evangélicas, surgidas en el siglo XVI. La sabiduría de los Magos de Oriente, que la comunidad cristiana está próxima a celebrar, radicó, primero, en calibrar el talante de los políticos de su tiempo, y segundo, en saberlos evadir, volviendo a su tierra por otro camino, pues les quedaba claro que los valores que explicaban los misterios mesiánicos que les tocó vivir, estarían permanentemente en riña con las sinuosas estrategias de los príncipes de este mundo. ARMANDO GONZÁLEZ ESCOTO / Licenciado en Historia. Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones