Domingo, 05 de Mayo 2024

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El caudillo ilustrado

Por: EL INFORMADOR

Sin duda Raúl Padilla ha sido un hombre de intensos claroscuros. Cuando ha sido malo, ha sido bastante malo; pero cuando ha sido bueno ha sido mucho mejor, diría Mae West de haberlo conocido. Arrastra en su pasado la afrenta de haber sido presidente de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) cuando esa organización era poco menos que una mafia dedicada al control y a la represión, pero tiene en su haber la notable proeza de haberla despistolizado y neutralizado. Durante casi 20 años Raúl ha controlado la Universidad de Guadalajara (UdeG) con métodos que tienen mucho de corporativistas y clientelares, pero también es indudable que ha conseguido logros notables.

Y no me refiero sólo a la Feria Internacional del Libro (FIL) y al Festival de Cine, que pusieron a Guadalajara en el panorama cultural del planeta. El proyecto de descentralización de la UdeG, con sus numerosos campus regionales, es un modelo de referencia y no sólo en México. Sólo una voluntad política unificada como la que ejerce Padilla pudo romper las inercias centralizadoras de Guadalajara. Basta decir que, aparte de la educación superior, prácticamente todas las esferas de la vida pública han sido incapaces de sacudirse el monopolio asfixiante que ejerce el poder tapatío sobre su región. El liderazgo “transquinquenal” de Padilla permitió una estrategia de largo plazo de la que carecen los políticos, esclavos de la inmediatez electoral.

Pero los mayores aciertos de Raúl residen en “lo que no vemos”. El activismo inestable de universidades públicas como la Nicolaita en Morelia, la Universidad de Sinaloa en Culiacán, la de Hidalgo en Pachuca, la de Guerrero en Chilpancingo, la de Tlaxcala y un largo etcétera, ilustran lo que, por fortuna, no es la UdeG. Y vocación no le faltaba.

Quizá ya se nos olvidó lo que padecimos en los setenta y principios de los ochenta: Preparatorias infestadas de porros y bandas subversivas, por un lado, o criminales, por otro, salidas de círculos estudiantiles. “El Pelacuas”, “Los Gorilones”, “El Cacique”… son nombres que aún inspiran animadversión y forman parte de una leyenda dejada atrás, gracias a que la fracción de Padilla se hizo del control de la Universidad y acabó con ella.

La segunda universidad del país pudo haber sido una fuerza desestabilizadora en la región, una caja de resonancia de todas las agitaciones, pero no lo fue. Incluso la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) o la Universidad de Nuevo León han pasado por largos períodos de huelga o movilizaciones, mientras la UdeG construía campus regionales y hacía de la FIL la joya de la corona.

Quizá el servicio que el liderazgo de Raúl Padilla prestó a la sociedad tapatía ya esté agotado. Por benigno que haya sido su caudillazgo, una sociedad que aspira a la democracia tendría que transitar a procesos más transparentes, inclusivos y horizontales. Pero antes de aplaudir la supuesta caída del grupo de Raúl Padilla, asegurémonos que se esté dando por las buenas razones. Y desde luego, el embate de Carlos Briseño no es una de las “buenas razones”.

Basta ver los aliados del depuesto rector para darnos cuenta de que su propuesta constituye una regresión política, un viaje al pasado. ¿Qué hacen los líderes nacionales del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en un informe de rectoría? ¿Por qué debe la comunidad universitaria recibir al “gober precioso” en circunstancias en que incluso los académicos poblanos lo han repudiado? ¿Cuál es el precio del espaldarazo de Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa? Herbet Taylor, brazo derecho del gobernador, ha hecho considerables esfuerzos para allanar el camino de Briseño, pese a que el gobernador asegura no estar metiendo las manos. La convocatoria de Briseño a la vieja FEG el jueves pasado no hizo sino confirmar los peores temores sobre el grupo político que intenta destronar la hegemonía de Padilla. Ninguno de estos apoyos será gratuito.

Y es que la Universidad de Guadalajara es un botín político que todos desean; la caída de la corriente que Raúl encabeza representaría el fin de la veda, el río revuelto que buscan los pescadores.

Por las razones que fuesen (ego, desconfianza o habilidad), Raúl Padilla logró aislar a la UdeG de la clase política local. En otras regiones, los políticos penetran a la universidad para hacerse de base social y, en ocasiones, de grupos de choque. No ha sido el caso en Jalisco. Pero las alianzas a diestra y siniestra de Briseño amenazan con romper esa neutralidad de facto.

Desde luego, Padilla cometió errores. Nunca debió vincular los intereses del Partido de la Revolución Democrática (PRD) con los de la fracción política que domina a la Universidad. Ciertamente le proporcionó al líder relaciones personales con la élite perredista nacional. Y desde luego, si López Obrador hubiera ganado, muchos estarían alabando su habilidad. Pero más allá de cualquier cálculo político, no era correcto “amarrar” la vida universitaria a ninguno de los partidos. Simple y sencillamente por razones éticas, por el carácter “universal” que debe tener la universidad de todos. Y pese a ello, es tal la debilidad del PRD en Jalisco, que la alianza resultó inofensiva. Por lo menos mantuvo lejanos a los políticos profesionales del PRI y el Partido Acción Nacional (PAN), partidos que sí tienen peso en la Entidad.

Es cierto que puestos a decidir entre Briseño y el mundo oscuro que él representa, por un lado, y el liderazgo relativamente ilustrado que caracteriza a Padilla, por el otro, no hay duda sobre cuál inclinarse. Pero también es cierto que Briseño llegó allí por la decisión de Raúl, lo cual lleva a preguntarnos si una universidad tan poderosa no requeriría ya de mecanismos de Gobierno mucho más institucionales y abiertos, que no dependan de los aciertos o desaciertos de un “hombre fuerte”.

También es cierto que el liderazgo de Padilla dista mucho de ser una dictadura; la longevidad de su dirigencia se ha basado en su habilidad para escuchar, sondear y generar consensos dentro de la comunidad universitaria. Pero en última instancia es él quien toma las decisiones importantes.

Raúl Padilla sabía que su liderazgo no era eterno, y había comenzado un largo proceso de institucionalización y descentralización para modernizar a la Universidad, pero asegurando, al mismo tiempo, un férreo control del proceso para evitar desajustes y equívocos. Pero en este extraño y difícil juego de equilibrios y contradicciones optó por Carlos Briseño, un hombre en apariencia, leal pero limitado intelectualmente. Como diría Díaz Ordaz refiriéndose a Echeverría, no pudo equivocarse de peor manera. Padilla traicionó su propio proyecto de modernización al elegir a Briseño, en aras del control, y acabó siendo víctima de su esbirro.

Al margen de lo que dictaminen los jueces sobre los dos rectores, es muy probable que el grupo de Padilla pueda sortear el embate tan tosco y apresurado de los briseñistas. Pero el conflicto dejó en evidencia las prácticas rezagadas, la necesidad de transparencia y la falta de pluralidad. Lo mejor que podría pasarle a la Universidad es que sean los propios padillistas los que aceleren el proceso de modernización y democratización en una transición benigna. Estamos ya en cuenta regresiva; si no se apresuran, los universitarios lo harán sin ellos.

JORGE ZEPEDA PATTERSON / Periodista.
www.jorgezepeda.net

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