Viernes, 26 de Abril 2024

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El Partido partido o el divorcio imposible

Por: EL INFORMADOR

Por desgracia no existen consejeros matrimoniales que ofrezcan terapia a las contrapartes dentro de un partido político. El PRD ha pasado de ser un matrimonio de conveniencia entre cónyuges que no se profesaban cariño, a convertirse en una relación enferma, de agresiones mutuas y odios enconados.
Para muchos comentaristas y medios de comunicación el pleito demencial que protagonizan la corriente de Los Chuchos y la de López Obrador, constituye la demostración inequívoca de la naturaleza perversa e irresponsable de esta izquierda. Pero a mí me parece que la intensidad de su odio no obedece tanto a una escasa calidad moral, como al hecho de que han prolongado demasiado su imposible convivencia bajo el mismo techo. Hay parejas que ya no pueden seguirlo siendo; no entenderlo termina tarde o temprano por hacer aflorar lo peor de ellas.
Y es que las diferencias dentro del PRD van mucho más allá de una lucha por el poder entre camarillas diferentes. Hay en juego dos proyectos políticos claramente distintos, imposibles de reconciliar bajo la misma plataforma ideológica. La conversación difundida entre López Obrador y Carlos Navarrete (líder en el Senado de los perredistas y miembro de Los Chuchos) muestra claramente que ambos están jugando a algo distinto sobre el mismo tablero: uno piensa en ajedrez mientras el otro juega a las damas.
La corriente encabezada por Jesús Ortega, tiene como referente los partidos socialdemócratas europeos que priorizan el espacio parlamentario para influir en las políticas públicas y buscan acceder al poder por vía electoral.
Por su parte, la de López Obrador es más heterogénea, pero está claramente dominada por la figura del líder carismático. Su referente son los movimientos de carácter populista que han proliferado a lo largo de la historia en América Latina. No están aquí para participar en la mesa de juego con los otros protagonistas (PRI y PAN) con la esperanza de ganar el torneo de ajedrez, como podría ser el caso de Los Chuchos. Están aquí para obligar a los participantes a jugar a otra cosa. Convencidos del fraude electoral del que fueron víctimas en 2006, los lopezobradoristas ya no están por la tarea de convencer al electorado a votar por ellos, porque creen que los que controlan la mesa volverán a derrotarlos. Su objetivo por ahora es obligar a las cúpulas a modificar el modelo vigente por la vía rápida de la presión de la calle.
El problema es que ambos derroteros son mutuamente incompatibles. Las acciones de López Obrador dan al traste con los esfuerzos electorales y parlamentarios de Los Chuchos. La toma del Congreso, por ejemplo, ha disminuido el apoyo de los votantes al PRD, lo cual seguramente reducirá sus escaños en la legislatura que será elegida el año próximo. Un suicidio político a juicio de Jesús Ortega y Ruth Zavaleta. Pero a AMLO eso no le quita el sueño. El tabasqueño logró imponer al Gobierno la agenda y los tiempos para discutir la futura reforma energética y, a su juicio, evitó que se cocinara en lo oscurito la apertura indiscriminada de Pemex. Lo cierto es que el éxito de la estrategia de López Obrador ha socavado las posibilidades de triunfo del PRD en el terreno electoral.
A mi juicio, el país necesita ambas corrientes, ambas maneras de operar. Se requiere de un partido socialdemócrata moderno, capaz de impulsar, por vía institucional y democrática, una sociedad más equilibrada. Pero la desigualdad es tal y el control de los poderes de facto es tan cerrado, que el país requiere la presión de la calle. Los riesgos son muchos, sin duda, pero a mi juicio es una opción imprescindible para obligar a las élites a introducir cambios.
Ambas corrientes son necesarias, pero sólo una puede dominar el partido. No pueden vivir juntas; y tampoco separadas. Así como hay parejas que alargan hasta el infierno una relación imposible con el pretexto de no separar a los hijos, las fracciones del PRD no encuentran cómo dividir “la patria potestad” del registro del partido político. Y es que sin las prerrogativas ($) y la infraestructura que ofrece el membrete, cualquier corriente política se queda en la orfandad. Vivir fuera del registro es vivir en el error.
Sin duda, AMLO y su corriente están mejor dotados para sobrevivir sin el edificio perredista. Como un marido que pierde el hogar en el divorcio, pero mantiene intacto el potencial económico para comenzar otro a partir de cero. No es el caso de Los Chuchos. De consumarse su derrota no tendrán otra opción que someterse. Ciertamente seguirán disfrutando el ejercicio de sus posiciones mayoritarias en el Congreso, pero tal ventaja tiene fecha de caducidad (2009). Recordemos que Los Chuchos lograron más candidaturas porque los cuadros de AMLO estaban destinados a ser funcionarios bajo la nueva Presidencia que nunca llegó.
López Obrador tenía preparado el surgimiento de otro partido en caso de perder el control del PRD. No será necesario. En el transcurso de los próximos dos años veremos la reorientación del partido hacia una mayor militancia de oposición. Más cerca de sus adelitas y más lejos de Ruth Zavaleta.
La disputa entre estas dos corrientes ha sido objeto de un linchamiento mediático, como si se tratase de una mera rivalidad de vanidades y ambiciones personales. No es así. El PRD se encuentra en la encrucijada entre dos concepciones distintas y la intensidad de la confrontación refleja lo mucho que está en juego. Conviene no perderlo de vista.

JORGE ZEPEDA PATTERSON / Periodista.
www.jorgezepeda.net

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