| ¿Dónde está el tren? Por: EL INFORMADOR 13 de junio de 2008 - 23:00 hs Eso se pregunta María Celeste: ¿Dónde está el tren? No está. Sin embargo, acaban de regalarle un libro de Saramago, “Viaje a Portugal” y, al recibirlo en sus manos, ha oído el sonar del tren que llama a los pasajeros y se ha sentado en la estación ferroviaria de Lisboa. Pero no está en esa estación. Sí percibe la bulla que producen muchos viajeros presurosos para abordar su vagón, pero no los ve, aunque sabe que están ahí, junto a ella. Una blanca neblina la envuelve y casi ni se ve a ella misma. Camina. No camina, una fuerza suave, amable, amiga la empuja hacia arriba, pues va por una montaña de pendiente muy lenta, hecha como para no cansar al caminante. Con uno de sus pasos, sin dirección fija, ha tropezado con alguien que va junto a ella. —Perdón —musita. —No es nada —le contesta una voz de varón que le parece conocida, con acento portugués. —¿A dónde vamos? —quiere saber María Celeste. —Creo que a la Gloria. María Celeste se ríe. Rápidamente recuerda que la noche anterior cenó poco y se durmió enseguida y que despertó en esa dulce bruma. —Tú y yo hemos dejado la Tierra en el mismo instante. Yo desde Alpedriña, tú desde Toluca. Y yo no he cometido ningún error en mi vida, María Celeste, sólo he hecho una cosa: esperarte. Y Dios me ha concedido mi deseo para la eternidad... —Sabes mi nombre —de nuevo sonó la llamada del tren. — Eres Carlos. No te he olvidado nunca, bueno, a ratos, pero últimamente he rezado por ti y he enviado mis oraciones allá donde te hallaras. —¿Dónde más nos hallaremos dentro de poco? preguntó —Carlos. María Celeste no supo qué decir. Sentíase contenta en esa marcha incesante, sin cansancio, como si le regresara la juventud, y cuando miraba a su interlocutor notaba que la neblina se aclaraba y sí, sí, era el rostro de Carlos, el mismo que vio por última vez cuando él subió al tren de Lisboa hacia su trabajo, asomado a una ventanilla, diciéndole “Adiós... María Celeste, adiós”. Entonces María Celeste salió de la estación olvidando casi a Carlos. Ella había pasado unos días en Lisboa, hasta conseguir un pasaje aéreo para México. Era uno de los años cuarenta y toda Europa era una ruina total, en lo material y en lo humano, y María Celeste tenía la oportunidad de trasladarse a México con unos tíos y empezar otra vida. Era una tentación. México, México. Por nada dejaría esa aventura. A Carlos lo conocía hacia cinco años, por carta, pero no personalmente, era educado, cariñoso, enamorado y la llamaba “saudosa”. ¡Qué palabra tan bella! Con eso del viaje a México María Celeste y Carlos se conocieron. Él estaba emocionado. Ella... México, México. Allá la vida le fue bien, le fue mal, le fue regular como en todos los horizontes. Y cuando caía en uno de esos hoyos de la existencia, surgía el recuerdo de Carlos y aquel abrazo último que le dio en la estación. Y ahora, camino del cielo —¿cómo será?— él estaba a su lado. Sintió cómo la mano de él tocaba suavemente la suya pronunciando: “Saudosa”. No sabía María Celeste si había perdido la vida en el sentido total de la frase. Sonaba el tren. Los pasajeros corrían. María Celeste los veía claros, sin neblina. Carlos de 39 años estaba frente a ella de 35. Se habían abrazado. Ahí estaba el tren como antaño. —Adiós. —Adiós. Dentro de dos horas ella debía estar en el aeropuerto rumbo a México. Él subió al vagón. El tren se puso en marcha lenta, separándolos. —Adiós. Cuando el convoy adquirió velocidad María Celeste echó a correr para alcanzarlo. Carlos estaba en una puertecilla moviendo su mano. Adiós. La vio correr hacia él. Carlos descendió del tren de un salto y fue en busca de ella. Se abrazaron de nuevo con todo el amor del mundo. El tren seguía su marcha. Carlos perdió el tren. María Celeste perdió el avión. ¿Habían llegado a la Gloria? GABRIEL PAZ / Escritora. Correo electrónico: macachi809@hotmail.com Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones