Viernes, 11 de Julio 2025

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Despacio, muy despacito…

Por: EL INFORMADOR



Vivimos de prisa.

El patrimonio que más valor tiene es el tiempo.

Nos encontramos atrapados en las exigencias, inmisericordes, de la carrera cotidiana por realizar más de los que realmente podemos hacer.

Si tan sólo pudiéramos conquistar el momento y apresarlo con holgura y sin presiones, estaríamos disfrutando de la vida de otra manera.

Andamos de prisa, comemos rápido, manejamos aprisa, salimos a toda velocidad de casa, dejamos de hacer muchas actividades porque nos falta tiempo.

No escuchamos a los demás porque no tenemos la paciencia y la tranquilidad para hacerlo. Queremos hacer muchas cosas al mismo tiempo, y por supuesto todas a la carrera. Cometemos muchos errores porque no nos concentramos bien en lo que hacemos.

Por eso ha llegado la cultura de la desaceleración: “Slowdown cultur”.

Ahora la meta es combatir lo rápido, lo que se quiere hacer pronto e inmediato.

Que se disfrute la vida poco a poco y paso a pasito, no todo de prisa y con ansiedad.

Los tiempos tienen que cambiar, no se puede seguir con esta locura tan acelerada e inhumana. Las cosas buenas de la vida se disfrutan con lentitud, con tiempo suficiente.

Ya no queremos desaprovechar tantas cosas valiosas, porque no tenemos tiempo.

Tampoco queremos el tortuguismo y la pachorra. Sino más bien darnos el tiempo justo para atrapar el momento y hacerlo nuestro, sin que cronos nos persiga con el reloj en mano.

Vale la pena reflexionar sobre la paupérrima calidad de vida que estamos teniendo, por culpa de las prisas. Lo groseros y descorteses que estamos siendo con las personas que nos rodean, porque las urgencias y la avalancha de asuntos nos abrazan con malicia.

Le dedicamos muy poco tiempo a las personas que más amamos, porque hay muchos asuntos que atender. La agenda está repleta de miles de cosas que hay que sacar adelante. Nos creemos capaces de hacer más de lo que podemos y fácilmente nos esclavizamos, sin darnos cuenta de que estamos alejados del cariño y el afecto de quienes más nos aman.

Y todo por vivir a toda velocidad.

¿No podremos parar este locuaz sistema de vida?

Un tren que nos devora con su urgencia de llegar a la siguiente estación sin fijarse en los durmientes de la vía, que sólo los usa para pasar por encima de ellos.

La cultura a favor de hacer las cosas despacito nos debe de alentar a estar más conscientes de que aunque hagamos poco, lo hagamos bien. De que disfrutemos el momento con plenitud, gozando el acontecimiento sin mirar el reloj.

Ya es tiempo de sacudirnos la prisa y bajarle a la velocidad.

También vivir así nos hace propensos a accidentes fatales.

Lo que vale, se disfruta lentamente.

GUILLERMO DELLAMARY / Filósofo y psicólogo.



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