| Caras nuevas Por: EL INFORMADOR 23 de diciembre de 2008 - 23:00 hs ENTRE VERAS Y BROMAS --Si vamos a caber en el Cielo, no hay motivo para que no quepamos, mientras tanto, en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres... Eso dirán, un poco apenados porque tanto honor “post-mortem” abruma la modestia que los caracterizó en vida, otro poco magnánimos (“Merecemos más, pero con eso nos conformamos”) ante la resolución del “h.” Congreso del Estado, de trasladar sus restos y erigir sendas estatuas en su memoria, en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres (“Un sepulcro para ellos de honor”, como dicen las coplas de Francisco González Bocanegra, musicalizadas por Jaime Nunó). -II- Los tres consagrados son Heliodoro Hernández Loza, Francisco Silva Romero y Rafael Preciado Hernández. Los dos primeros fueron “dirigentes obreros” de filiación priista. Sin detrimento de las muchas virtudes que seguramente tuvieron como hijos, esposos, padres, abuelos, tíos, compadres, padrinos, amigos y camaradas, su tránsito por la historia de Jalisco consistió en haber sido artífices del corporativismo. Esto último se define como “docilidad gremial al gobierno en turno, a cambio de prebendas políticas y beneficios económicos para sus dirigentes”. El tercero fue jurista, catedrático universitario, fundador del Partido Acción Nacional, integrante de la comisión redactora de sus principios de doctrina (que en paz descansen), y alguna vez diputado federal. A los tres, hasta donde se infiere, se les declara “hijos esclarecidos” de Jalisco porque quienes actualmente detentan cargos públicos en el Estado, podrán tener cuantos defectos reales o inventados se quiera... excepto la ingratitud. -III- A la Rotonda la llamaban “El Club de Tobi” porque, antes de que Doña Irene Robledo osara “profanar con su planta su suelo” (dos a cero a su favor, Don Francisco...) era un panteón de inmortales a tono con el añejo --y actualmente “demodé”, según dicen-- adagio de que “En Jalisco, puros machos”. Al margen de la anécdota, dos cosas siguen siendo indiscutibles. Una, la escasa dignidad del sitio, atrapado entre el enloquecedor tráfico de la Avenida Alcalde y los nada espirituales aromas del urinario para equinos instalado por la calle Liceo, frente al Museo Regional. La otra, el consenso de que en la Rotonda se cumple, al pie de la letra, aquello de que “Ni están todos los que son --Juan Rulfo, por ejemplo...--, ni son todos los que están”. Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones