Domingo, 22 de Junio 2025

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Arcediano

Por: EL INFORMADOR

ENTRE VERAS Y BROMAS             

Cuando la presa de Arcediano apareció en el horizonte político y quiso ser vendida por sus incondicionales como la olla llena de oro al final del arco iris, a principios de la administración anterior, se aseguró, en tono triunfalista, que la obra que se construiría en el fondo de la barranca resolvería los problemas de suministro de agua para los habitantes de la Zona Metropolitana de Guadalajara, “para los próximos 25 años”. Si Pitágoras no miente, 25 menos nueve (sexenio y medio transcurrido desde que se aseguró que la obra urgía “para ayer”) son 17. O sea que la próxima necesidad imperiosa de sentir que el destino nos alcanza y la nueva premura por realizar otras obras para ese mismo propósito, volverá a presentarse casi una década antes de lo inicialmente previsto.

—II—

Los nueve años de demora sirvieron para dos cosas: una, para que creciera el número de pobladores de la incontenible e insaciable mancha urbana; dos, para que el peso —eufemismos aparte— tuviera una devaluación de poco más de 40%, lo que encarecerá de manera significativa el costo de la obra, de conformidad con los presupuestos originales.

El tiempo transcurrido, en cambio, no sirvió para zanjar de manera satisfactoria las dudas razonables que sembraron, desde aquellos años, los opositores al proyecto. Algunas tienen que ver con la geología; es decir, con que el suelo sea lo suficientemente firme para soportar los millones de metros cúbicos de agua que ahí se almacenarán, sin que aquél se fracture y sin que ésta se filtre. Otras tienen que ver con el riesgo de que los metales tóxicos sedimentados en el subsuelo contaminen de manera irreversible el agua que ahí se depositará, a partir de la analogía, sostenida a ultranza por los grupos ecologistas que se oponen al proyecto, de que “se pretende construir un aljibe donde actualmente hay una fosa séptica”.

—III—

Y eso es, precisamente, lo dramático del asunto: la sospecha —insuficientemente despejada, al menos hasta ahora— de que la que se cacareó prematuramente como “la obra del sexenio” de la administración anterior, termine siendo una barbaridad como el Teatro de la Ciudad o los Arcos del Milenio —elefantes blancos, pues—, sólo que de proporciones económicas desproporcionadamente mayores y de consecuencias sociales infinitamente más graves... Claro: si el buen Dios, en persona, no lo remedia.

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