Martes, 23 de Abril 2024

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Por: EL INFORMADOR


VIVIR MUCHO: Hace miles de años, sin tener a la mano estadísticas confiables, un anónimo salmista bíblico sentenciaba: “El tiempo de nuestros años puede ser de setenta, / o de ochenta, si somos robustos; / mas haberlos vivido genera dolor y decepción / pues transcurrieron acelerados y nos han puesto ya al borde del final”. Y en efecto, desde esa perspectiva, a la mayoría de los viejos que logramos alcanzar tamaña edad nos produce aflicción el vernos invadidos por los achaques y alifafes que ésta genera (senectudo morbus ipsa est), igual que nos entristece contemplar cómo nos van dejando solos y desmoronados.

RIQUEZA ACUMULADA: Sin embargo, no todo tiene que ser llanto y crujir de dientes (if any), pues quien llega a chocho también tiene sus satisfacciones, verbigracia, la de haber podido crecer, multiplicado, madurado, envejecido y acumulado conocimientos y experiencias, eso que al menos en tiempos remotos era motivo de respeto, y hoy no tanto, pues para la mayoría de las nuevas generaciones tan abundantemente informadas les resulta inútil y obsoleta la supuesta sabiduría de los abuelos a quienes, inclusive, se suele considerar rémoras arcaicas que urge desechar, pues ocupan un espacio que para ellas es vital. Con todo, insisto, nadie nos puede despojar de la satisfacción de habernos enriquecido mental y anímicamente y de continuar haciéndolo mientras tengamos lucidez, a través del estudio, lecturas, curiosidad y enseñanzas existenciales, tesoro que vale y no tiene por qué perderse irremediablemente.

NO MORIR DEL TODO: Quien nació tocado por la gracia de la creatividad y la ha cultivado y afinado durante muchas décadas, necesariamente la habrá de legar a través de su obra; igualmente quien ejerció profesión u oficio, con rectitud y brillantez, podrá compartir los bienes acumulados de su pericia y erudición; mas no sólo artistas, científicos o pensadores de avanzada edad pueden dejar orgullosamente un patrimonio, sino cualquier vetusto ordinario, por encima de los desengaños y quejumbres propios de nuestra avanzada edad, podemos tener, amén de aquellas retribuciones anímicas arriba mencionadas, la complacencia de ser legatarios de los frutos obtenidos en nuestro personal campo de cultivo, por más modesto y aparentemente intrascendente que éste haya sido, frutos que quizás puedan servir —al menos como ejemplo— para que nuestros hijos o nietos nos recuerden con aprecio y no escupan nuestra tumba.

JOSÉ LUIS MEZA INDA / Escritor.
Correo electrónico: meza_inda@hotmail.com

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