| 5 de Febrero al desnudo Por: EL INFORMADOR 2 de febrero de 2009 - 23:00 hs Aquí febrero es mes de la Constitución. Celebramos nuestra todavía vigente Carta Magna con todas sus enmiendas, remiendos y parchados que ha sufrido y sigue sufriendo desde 1917. El pedestal actual de nuestra Constitución es el resultado del pacto logrado para terminar la Guerra Civil que vivían nuestros abuelos en la que ya había muerto alrededor de 10% de toda la población. Un pacto firmado con manos ensangrentadas, corazones acongojados y cabezas resquebrajadas implorando treguas y sin apenas ver más allá que parar el pleito. Estaban hartos ya y cansados de estar hartos. Constitución y territorio han sido la clave tangible de la mexicanidad. Nuestra historia se nos revela en las múltiples modificaciones de ambos. El convenio escrito y el alcance material de su soberanía en sus fronteras y recursos naturales. La primera Constitución propiamente mexicana surgió en 1824, donde se descartó todo tipo de legislación extranjera y se proclamó el ejercicio absoluto de la soberanía. La inspiraron varios documentos anticipatorios: la Constitución de Filadelfia (1787), la francesa (1791) y la española de Cádiz (1812), los “Sentimientos de la Nación”, de José María Morelos (1813), y el “Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana” (Constitución de Apatzingán) de 1814. Años de inconsistencia e ingenuidad política (y la pérdida de gran parte del territorio nacional) remataron en el “Plan de Ayutla” que desconocía al Gobierno vigente, convocando un congreso extraordinario constituyente en 1856. El 5 de febrero de 1857 fue aprobada democráticamente la nueva Constitución, pero, esperadamente, el propio presidente la desconoció y se desató la Guerra de Reforma entre quienes la defendían y quienes la desconocían. Formalmente se reescribió para acomodarse al modo de las circunstancias del año 1917 y desde entonces su vida ha sido de recortecitos y pedaceras prendidas con alfileres y puntadas. Con el famoso cambio que celebramos desde el año 2000, la deducción más extraordinaria ha sido tal vez que nos obliga a reconocer que la alternancia no ha significado la transformación del sistema viejo sino, al contrario, la costumbre de reforzar sus mismos atributos con caras y manías nuevas. Un simple cambio de estilo de hablar, pero con el mismo traje desgarrado. Se dice que ahora vivimos ya la mayor amenaza que puede sufrir al interior un Estado democrático: la fragmentación institucional ocasionada por la erosión de la política ante la inseguridad y la impunidad del crimen, el delito, la corrupción y el deterioro del espacio común, debido a la ausencia de justicia y eficacia gubernamental. Que no nos extrañe. Simplemente se están cumpliendo las advertencias que ya habíamos recibido por no haber continuado el prometido proyecto para reformar el Estado, renovando la Constitución y refundando la República; revisando el acuerdo social y el pacto federal. Todo lo demás, se nos decía, es seguir remendando un traje que ya ni nos queda, ni nos cubre bien. A estirones se nos deshilacha cada día más por lo que le cargamos y retacamos innecesaria y neciamente. El ilustre Miguel de Unamuno nos proponía que “Miremos más que somos padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado”. No nos confundamos. Nuestra Constitución es motivo de respeto y orgullo por lo que nos ha significado hasta ahora. Es el marco en el que hemos podido hacernos lo que somos. Pero ya es hora de no pedirle más que lo que puede dar, so pena de quedarnos desnudos. NORBERTO ÁLVAREZ ROMO / Presidente de Ecometrópolis, A.C. Correo electrónico: nar@megared.net.mx Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones