Historias entre barrotes y muros de concreto, pases de lista y sueños de libertad recluidos en medio de la mar no se viven más en las Islas Marías.Los trabajos forzados y los días tachados en calendarios dibujados a pulso por los presos en las paredes de las celdas en las que purgaron condenas quedaron en la historia de más de un siglo de la que fue la prisión más temida de México.Por el contrario, desde 2022, cuando tres años antes por un decreto del presidente López Obrador fueron abiertas al turismo, la libertad bendice al archipiélago del Pacífico, ahora Centro de Educación Ambiental y Cultural Muros de Agua José Revueltas, que regala sublimes paisajes a quienes deciden pasar unos días ahí, alejados del ajetreo cotidiano.Inmersos en 145 kilómetros de biosfera rodeada de mar turquesa, en la Isla Madre, hoy se realizan actividades que no tienen nada que ver con las típicas que se ofertan en destinos de playa atiborrados de hoteles y antros.“Zarpan del puerto de Mazatlán, tiene una duración de cinco horas; el zarpe desde San Blas tiene una duración de tres horas. La recepción de turistas es cada semana, los días viernes a las ocho de la mañana y el zarpe de aquí de la isla es los domingos a las 10 de la mañana (…) la intención es que [el turista] conozca la cultura y la historia de la ex colonia penal y que conozca también parte de la naturaleza de esta reserva de la biosfera natural que fue declarada en 2010”, dijo el capitán de fragata de la Secretaría de Marina Armada de México Marcos Bautista, director de Programas y Estrategias de la Jefatura del Archipiélago de Islas Marías.En este pequeño paraíso del norte del océano Pacífico, a donde los viernes se llega en ferries desde Mazatlán, Sinaloa (a 176 kilómetros), o San Blas, Nayarit (a 132 kilómetros), se practica senderismo, se visitan museos, una playa abierta al público y se conocen momentos del día a día que vivieron los convictos, llamados colonos.El apacible oleaje cristalino que erosiona los acantilados y danza en una orilla en la que abundan más rocas que arena, hace difícil creer que por varias décadas estas islas fueron una prisión sin muros en la que cientos de reclusos cumplían condenas mediante trabajos forzados en caleras y salineras, cuyas bóvedas funcionaban hasta a mil 200 grados de temperatura.Los recorridos guiados comienzan desde las cinco de la mañana hacia miradores como el Faro o el del Cristo Rey, para vivir la experiencia de un nuevo amanecer a más de cien kilómetros del continente.El recién nacido sol que se refleja en la inmensidad del azul oceánico regala sus primeros rayos naranja a las personas que ahí mismo se enteran de cómo, por ejemplo, el monumental Cristo blanco construido por colonos voluntarios que subieron más de dos mil metros con agua, cemento y varillas en sus hombros, lo hicieron a manera de autopenitencia.A lo largo de dos días que dura su estancia, los turistas también conviven con fauna como loros, cardenales, mapaches, serpientes y chivos que abundan en esa región.Además, las visitas guiadas incluyen escalas en el cementerio que conserva más de 200 tumbas de colonos y sus familiares; la entrada al Museo de Sitio en el que se exhiben herramientas, documentos y algunas historias de los 113 años de los carcelarios días que vivieron los internos, custodios y personal administrativo.Una de las principales atracciones es la visita al campamento de máxima seguridad Laguna del Toro, construido en el sexenio del presidente Felipe Calderón Hinojosa, en donde sus enormes muros de concreto y centenares de gruesos barrotes aún guardan cierta aura que imposibilita no imaginar cómo era la reclusión en las celdas de escasos ocho metros cuadrados en una zona geográfica cuya temperatura llega a superar los 35 grados centígrados.“Conozco un matrimonio que sus hijos nacieron aquí, ellos me platicaron todo lo que vivían aquí y por eso yo venía con otra idea de lo que era la isla, la encuentro muy cambiada a lo que ellos me contaron, pero aun así sí se siente la energía, es muy interesante hospedarme en una casa que fue habitada por ellos”, contó la señora Elena Rubio, turista originaria de Culiacán, Sinaloa.Las noches en el Pueblo Mágico Puerto Balleto son sin antros, bares ni disturbios. Por el contrario, son tranquilas, amenas e ideales para convivir en familia o en pareja bajo el inmenso firmamento que titila bajo las casas que habitaron los presos en semilibertad con sus familias y en cuyos aposentos ahora se pueden hospedar hasta cuatrocientos turistas.“Es un lugar de historia y de relajación para el visitante, sin contaminación, con paz y tranquilidad, aquí no nos molesta el ruido. Hay nuevos proyectos que se van a ir abriendo, probablemente a finales de año haya otro tipo de recorridos además de los que ya tenemos”, explicó el cabo infante de marina Sergio Espinosa, protector de la biosfera y uno de los alrededores de 150 miembros de la Marina que cada 15 días se alternan para brindar el servicio turístico.Las islas María Madre, María Magdalena, María Cleofás y San Juanito, pertenecientes a Nayarit, pero de carácter federal con jurisdicción, vigilancia y Estado de derecho a cargo de la Secretaría de Marina Armada de México (Semar) que fueron testigos de penas cumplidas, fugas frustradas, redenciones, motines, suplicios y sueños que rompió la reclusión, hoy son un paraíso en el norte del océano Pacífico bendecido por la libertad, que a base de energías limpias y el cuidado y la protección de la biosfera, busca ser uno de los principales destinos turísticos en México.